
Hace unos días fui a un funeral.
Era por el marido de una amiga que, después de años de enfermedad y meses de sufrimiento, se durmió para no sentir más dolor.
Yo a él no llegué a conocerle en persona, pero siempre he admirado la fortaleza con la que mi amiga afrontaba la situación.
Para mí, asistir a ese funeral era muy difícil. Mis vivencias personales y mi repulsa y estupor ante los rituales que hay entorno a la muerte en nuestra sociedad, hacen que huya de estas situaciones más de lo que imagino que es correcto.
Pese a todo, en este caso sentía la necesidad especial de dar un abrazo a mi amiga. Creía que de consuelo.
Sin embargo, llegado el momento, mi sorpresa fue notar que en ese abrazo era yo la que estaba recibiendo mucha más energía y cariño del que podía ofrecer.
Yo iba para…
Debe estar conectado para enviar un comentario.