El caso fue cerrado por falta de pruebas, pero el hecho es que alguien se ha robado el mes de abril. Inexplicablemente el atraco más insólito de la historia solo fue difundido en una canción. Se desconoce con qué intención el ladrón huyó con esos 30 días del calendario. La gente tira de donde puede con esta condenada crisis y, sin embargo, pudo haber atracado diciembre o los meses de verano que son los más jugosos del año. Nadie se explica quién se ha robado el mes de abril, pero se ha detectado un paquete de días que ya cotizan en bolsa y es que el tiempo ahora es un bien escaso tal vez más volátil que el capital financiero que el dinero o que la vida misma.
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Historia rosa en septiembre

Juan murió en abril, un día cuatro a las cinco de la mañana, minutos antes del amanecer.
De haber vivido quince minutos más, Juan podría haberse ido con el sol.
La madrugada en que él falleció, el tiempo se detuvo para mí.
Vivo en un eterno sábado sin luz. Sin fiestas. Sin alegrías. La primavera nunca terminó y, aunque eso podría encantar a cualquiera, yo ya no veo encanto en ningún lado. La tierra se sigue moviendo y, sin embargo, yo sigo en el mismo sitio.
Los noticieros dicen que ya es septiembre, que la primavera acabó, que ganamos la guerra (¿cuál guerra?), que el virus no cesa y que la economía está enferma. Pero yo sigo en abril.
Desde que Juan se fue, no volvieron los amaneceres. Todo es noche y oscuridad. La familia y los amigos se preocupan por mí. Dicen que moriré si no me alimento bien. Yo no tengo hambre. Nada me tiene sabor. No se dan cuenta de que ya no estoy viva, ¡morí de tristeza y soledad hace casi medio año!, aunque todavía me vean aquí, aunque me sigan leyendo, aunque me escuchen respirar.
La cuerda escritura
la lluvia
el café
el renglón
difuso
de tus dedos
cuando abril
y tantas otras caídas
antes de conocerte
leía hasta el amanecer
el vino
o la lluvia
que te quedes hasta muy tarde
quizás nadie
y sin embargo
alguien aletea en vano
y no somos
nada que decir
la cuerda escritura enaltece tu boca
y desenreda el tacto
para qué escribirte,
si te leo
Hasta luego
Escribir: “ella se fue de mi vida en un abril y cerrar de otoños” y no saber qué pasó realmente, se fue un día y no sé muy bien qué parte del poema se llevó para siempre, sin embargo, sospecho que aún se le puede leer en el anverso. Tal vez sea necesario definir quién es ella, el lector tal vez pueda hacerse una idea al respecto: una chica de 18 a 23 años, delgada y dueña de unos ojos insensiblemente hermosos, el lector puede hacerse la idea, tal vez equivocada. Ella dejó una página al pie de otras notas (algoritmos para ser felices, cuentos para nadie). Algún lector querrá una transcripción exacta de las frases de aquella página:
Cuando leas esto, solo espero que las faltas ontológicas no sean las mismas que habitaron en mi lengua desde que nos conocimos, y quiero además, que leas esto como un hasta luego, quizás el último. Ambos escribimos algo sobre este día, creyendo que era la única forma de afrontarlo, inventándolo de un modo indiferente a nuestras pasiones, emociones o gotas de ruido que no somos. Me alegra saber que esto será quizás un poema menos, algún día lo leeré sin darme cuenta, esa manía que tienen los insensatos de ocultar una palabra en otra y decirla con los ojos cerrados.
Hasta luego, es un te quiero.
Escribir: “ella vive en el país del nunca amas” y no saber quién ha muerto, alguien lo sabrá algún día. Las palabras se ocultan, no es bueno que anden a lo loco molestando al invierno, hace falta mucho de los dos para saber qué fuimos, cuándo, tal vez un cono convexo al sentimiento, polar al desconsuelo, libre por suerte. No sé cuántas personas existan con el mismo nombre, cuántas insisten en morir al costado de una verdad, no sé qué parte del poema se llevó para siempre. Escribir, finalmente: “te olvido, entre tanto, de repente y hasta luego” y no saber realmente cuándo.
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