Breve oda al abrazo


Nos abraza un suspiro

y la melancolía

cuando expira el día.

Nos abraza la alegría

que inunda tu sonrisa

y la mía.

Nos abraza el perdón

nos abraza el llanto

y el mundo deja de doler

a ratos.

Nos abraza el vientre

al nacer

y nos abraza la tierra

tras la muerte.

Nuevo canto


Solo quedan los botones

y una zanahoria seca

de nuestro

muñeco de nieve.

Apagaron, hace unos días ya,

las luces de los árboles.

Y las calles son más ásperas,

más motosierra.

Las torres de alta tensión

se alejan

hacia un atardecer imaginado

cuando eres ciudad.

Y paseas y piensas que

las jaulas y las armas

las hacen los mismos.

Aquí todo se mezcla.

Todo se mezcla, amor,

no sé si bien o mal

como la piña en la pizza

como la alegría y la muerte.

Pronto florecerán los almendros.

Los días son más largos.

Y mañana escucharás

un nuevo canto de los mirlos.

Compañera, un paso más en el camino…


Entre generosidad plena se conjugan la vida y el amor,
con una calidez combativa que alimenta las emociones y los afectos,
pues de alegrías y de tristezas se allanan las páginas de nuestra historia.

No hay actitud más gratificante, ni acto más recíproco
que tu afable bondad cuidándome cotidiana y prolijamente,
en mis horas de grandeza, pero aún más en mis horas de embargo y desolación.

Desde mis insipientes y llanas letras
hasta mis más grandilocuentes y expresivas intervenciones,
ahí has estado y estás vos, corrigiendo palmo a palmo mis errores,
pero, sobre todo, rescatando infaliblemente mis virtudes.

No puedo decir que la vida me ha dado todo lo que yo quiero,
pero cuando vos llegaste a mi vida, comprendí que la vida te da lo que necesitas.
Sí, me dio a vos. Compensando esa necesidad afable, para aplacar mis derrotas,
pero con las certezas oportunas, para levantarme y alentarme en cada caída.

Es por ello que, en todo momento, en todo pensamiento, en cada instante
de mi fugaz vida, desde que estás a mi lado, la vida se vive mejor.
Y no porque la sagacidad y la ternura con la que me miran tus ojos
me enamoren diariamente de vos, no. Menos aún, por la vehemencia
con la que tu deslumbrante sonrisa, tan desfachatada y descaradamente
me apaciguan en cada momento de desasosiego y desesperación, no, qué va…

Tampoco por la insensata lujuria que me provoca tu exquisita figura
trastocando milímetro a milímetro, cada espacio de mi piel, no, qué va…
Menos aún, porque la tibieza de tu cuerpo y tus caricias melosas que arremeten,
cada vez que les da su regalada gana, contra mí y contra mi libido, no.
Tampoco, porque la exuberancia tu cuerpo sea el antídoto perfecto
que desencadena nuestros combates de piel con piel y pura miel, no, para nada.

Por ello, debo recalcar que, en todo momento, en todo pensamiento,
en cada instante de mi fugaz vida, desde que estás a mi lado, la vida se vive mejor.
Porque simple y sencillamente, tu compañía, tu ser, tu sonrisa, tus labios,
tus ojos, tu sexo, tus olores, tus sabores, tus rabietas y tus locuras,
han sido los componentes necesarios y plenipotenciarios
para caminar junto a mis sueños y locuras.

Componentes que hoy, más que antes, se convierten
en una amalgama perfecta y predilecta, mi compañera,
para dar un paso más en el camino de la vida,
de nuestra vida y nuestro amor…

IMG_20191201_160312_603

«Felicidad», fotografía por Mirosh Cevallos.

Nocturno de escritora


matthew-hamilton-rOEgF1PNuA8-unsplash
Imagen: Matthew Hamilton

Escribo.

En esta noche cerrada a las musas, la locura me protege, es mi fiel compañera, la soberana. La tinta sangra para que no se detengan las palabras; el alma se envenena cuando no se derrama.

Escribo.

No enmudezco esta voz, escapo de una muerte lenta y agónica que se bebe mi sed. Mi espíritu es una pluma al vuelo, que me desafía, me delata. Hoy escupe lo que soy y me ama mañana.

Escribo.

La luna inventa otra luz en este cielo mío, teñido de letras y escarcha sin flor. Yo, sin mí, estallo sobre esta hoja en blanco ansiosa de vida, de muerte y de dolor. Y en la negrura de este aire que me habita sacudo la alegría, la tristeza y el placer.

Escribo.

En medio de este silencio que lo llena todo, yo, me vacío, me entrego, me arranco esta piel y hiervo en el fuego eterno de la palabra, llama viva que alumbra y apaga un corazón abierto. Se quemará el papel, no el sueño.

Escribo.

Soy un animal escondido en la sombra que baila en la pared. Respiro su poder, lamo mis heridas y las abro otra vez. Es tiempo de vivir para escribir, de rendirse al poema o de morir.

No solo te extraño por…


Para mi hermosa Mirosh

Un desarraigo inconsecuente se asila en mis sentimientos.
Dos que tres recuerdos me murmuran tu ausencia.
Un centenar de latidos impolutos calibran mi ser,
recordándome que requiero de ti y de tu compañía.

La estrechez falaz que embarga mis brazos
solo ahonda la cínica ansiedad de tenerte aquí y ahora mismo,
para palpar de forma afable todo tu ser, entre la pequeñez de mis manos…

Esta nostalgia irreverente no ha hecho más que consumirme.
Me oprime y de manera insolente me desespera.
No me resta más que contar minuto a minuto y día tras día,
el instante mágico en el que vuelvas a mi regazo.

No solo te extraño porque me hacen falta tus caricias,
o porque sinceramente desfallezco esperando poder,
de forma frenética, amarrar nuestros cuerpos,
entre la lujuria, pasión y ternura.

No solo te extraño porque me hacen falta tus cuidados,
tus regaños y la comodidad de tus preocupaciones,
que, en todo momento, buscan mi tranquilidad.
No solo te extraño por esto, por lo otro o por aquello…

Te extraño a ti, a tus risas y a tu cabello alebrestado.
Te extraño a ti, a tu cuerpo, a tu infalible, loca y benigna compañía.
Te extraño a ti, mi pequeña y desfachatada esencia de vida y alegría…

Momentos de desesperación…


Por ahora no necesito que me recuerdes que estoy vencido,
que la alegría se me va como agua entre los dedos.
Hoy no necesito que me digas que me extrañas
porque yo mismo me siento extraño.
Hoy no necesito que preguntes si estoy bien
o si aún sigo mal, solo requiero de tu ayuda.
Hoy requiero de tu esencia, de un te quiero de la nada,
uno así de puro y lisonjero.

Hoy requiero que no calmes mi llanto, sino que llores conmigo,
que enjagüemos juntos los tormentos, que en este trance,
son triste y únicamente míos.
Hoy requiero que tus palabras azoten mi amargura con serenidad
y no se resquebrajen con verdades de medio talle.
Hoy requiero que tus palabras acechen con imprudencia tal,
que espanten cínica e infaliblemente mi depresión y desesperación,
que el monstruo se vaya y me deje tranquilo.

Hoy necesito que tu incondicionalidad no la pongas en tela de juicio,
sino que, así, sin más ni menos me digas ¡aquí estoy!
Hoy requiero que tus manos no solo no me dejen caer,
sino que me salven y le hagan contrapeso a este mal,
a esta execrable y pedante depresión.
Hoy requiero que tus brazos de forma insolente
arrecien conmigo, me levanten y no me dejen morir.

Hoy necesito de tu esencia, de tus destellos de alegría,
de tus inquebrantables ganas de vivir.
Hoy, solo por hoy, no reclames nada de mí,
solo soy yo y esta estúpida tristeza,
solo soy yo y esta matutina desolación que me corroe.

¡Lo siento mucho! Sé que añoras todo de mí:
mis risas, mis alocuciones disparatadas, mis alegrías y mi discreta locura.
Y de sobra sé que cuento contigo, pero ya no solo quiero contarte,
quiero convertirte en mi amparo, en el augurio sagital para salvar mi vida
de esta feroz desolación y de esta atroz depresión que aniquila mi ser.

Invisible imparable


TEMPORAL NIEVE GALICIA

Paseo por el barrio de mis padres donde crecí. Son las seis de la tarde y es de noche. Otoño y frío y viento. Busco en el andar-anclar mis recuerdos en las tiendas que aún perduran; las busco como el marinero al faro en alta mar. Resisten el estanco y la farmacia; es lo que tienen las drogas, siempre están ahí; siempre seremos yonquis o enfermos aunque nos creamos sanados. Ahora Don Carlos, el farmacéutico, no está. Es su hijo Carlos el que despacha la botica. Recuerdo la delicadeza con la que cortaba los códigos de barra de las cajas para luego pegarlas en las recetas como si fueran cromos… Y pienso si su hijo hará lo mismo y si él algún día acabó la colección. Hay que tener cuidado de no tropezar porque las raíces de los árboles, ahora grandes, han levantado las aceras como si el pasado reclamara su espacio. Por eso, a esta hora, ya no pasean los habitantes de este barrio. Son mayores y temen caer.  Por eso las calles están solas y ya solo pasean los amarillos de las hojas de la mano del viento. ¿Qué tal? Bien, y tú qué tal. Bien. Es un viejo amigo. Nuestra conversación no supera tres palabras; y después de los abrazos nos miramos extraños sin saber qué decir. Congelados en el tiempo como los cromos de Don Carlos. Adiós, me alegro de verte. Adiós. Y huimos porque ya no sabemos a qué jugar ni cuándo dejamos de hacerlo. Cruzo la calle hacia los edificios nuevos pero algo me retiene… es un olor a verde, un olor como a hierba recién cortada, un olor tan familiar como el café recién hecho al entrar en casa. Han podado unos laureles y desde sus ramas la savia nueva brota. Invisible. Brota imparable camino a la primavera. Mañana seguro que vendrán algunas madres, de las de antes, para coger algunas hojas. Y secarlas. Y echarlas en las lentejas… algún día. Como el otoño con la vida.