Llega moribundo el querubín de ojos azules. Los padres están de camino. Los abuelos irrumpen con el nieto en la Sala de Emergencias. El dolor espantoso de la abuela queda encapsulado en un vídeo casero que de inmediato es trasmitido por la Web. Los vecinos acompañantes inundan las redes sociales y envían texteos a granel. La desesperación domina la sala que se achica ante el llanto desgarrador del abuelo.
Las enfermeras y médicos se desviven por atender al bebé. Lo entran rápido a la sección de resucitación. El equipo es conectado de inmediato al cuerpo agonizante del infante. Las máquinas parecen llorar desconsoladas insinuando el desenlace.
Llegan los padres. El abuelo se desmaya al discutir con su hija. Sufre un infarto. Su cuerpo hace un brinco involuntario y se desploma sobre el suelo. El niño y su abuelo mueren como si el relojero mayor hubiese sincronizado sus partidas. El internista busca todas las formas para resucitar a Pablito. El niño revive ante la insistencia del galeno.
Es un milagro. El nene estuvo muerto por más de un minuto. Qué pena que el abuelo no pudo resistir la presión. Dentro de la tragedia Elena da gracias a Dios por recobrar a su retoño. La dejan pasar a la sección de cuidado intensivo. Corre inquieta a su encuentro, lo abraza sobreexcitada. Ella palidece al descubrir que el ojo derecho de Pablito había cambiado de color. La mirada del niño la estremece. El ojo marrón es idéntico a los ojos almendrados de su difunto padre.
En el día en que nos acordamos de nuestros difuntos os propongo un viaje al pasado, aunque las fotos las tomara este mismo verano en alguna callejuela de La Alberca (Salamanca). Valga como relato de terror apropiado para estas fechas tan señaladas.
El texto en la placa:
HORNACINA DEDICADA A LAS ÁNIMAS BENDITAS
Según tradiciones orales en el siglo XVI se arraiga el culto a las ánimas. En La Alberca se sigue esta corriente. Con su fe comienzan a valorar y reflexionar sobre el más allá, invitando a rezar diariamente a los fieles cristianos para que todos los hombres alcancen la resurrección y la vida eterna. Todos los días al oscurecer, recorre el pueblo la moza de ánimas, que toca la esquila de todas las esquinas a la vez que entona una plegaria por los difuntos y almas del purgatorio. PLEGARIA
“Fieles cristianos acordémonos de las almas benditas del Purgatorio, con un Padrenuestro y un Avemaría por el amor de Dios. Otro Padrenuestro y otro Avemaría por los que están en pecado mortal para que su divina Majestad los saque de tan miserable estado”.
Simplemente aterrador, mis queridos lectores. Abrazos desde el frenopático.
Hace poco que volvieron mis sueños, después de una larga sequía. Entonces, pesadillas de muerte; entonces, persecuciones de asesinos; y yo, ocultándome para proteger mi vida. Todo eso.
Pero lo que pasó anoche… Tengo que obligarme a ponerlo en palabras porque pienso que es importante, esencial. Creo que entendí un mensaje superior sobre cómo funciona esto: la vida, la muerte, el mundo.
Dormía, en un sopor profundo. Quizás esto podría ser atribuible al delirio de la enfermedad, pero nada de esto lo he inventado. Soñaba. Y advierto que las imágenes son lo de menos: lo importante es el sentimiento.
Subía las escaleras hacia un lugar lleno de seres, lleno de cosas. Un supermercado, podrían llamarlo. Pero no.
En lugar de gente, había espíritus. No eran personas de carne y hueso. Había seres que eran muerte y uno de ellos me hablaba directamente. Su rostro tomó la forma de una calavera, para que yo pudiera reconocer quién era.
No pronunció palabra pero me dejó en claro lo que vendría, lo que sería, lo que ya es… en los distintos planos del tiempo que no corre lineal sino que existe siempre a la vez: absoluto. Y aquello que pasaría era la muerte de todos, la muerte de todos mis hijos, de todo lo que alguna vez amé. Y el dolor. Y el sufrimiento.
Me pareció una amenaza de muerte, aunque no lo era. Ahora veo que simplemente era la confirmación de un hecho que será, más bien, que ya es: la muerte de toda mi familia, de toda mi descendencia. Y comencé a gritarle. «No, no». «I hate you». No creo haber gritado más fuerte en un sueño. Desperté aún con los gritos (mudos) en mi garganta.
Sin embargo, pese a todos mis gritos, todo eso sucederá.
Tras conciliar de nuevo el sueño, experimenté algo para lo que no tengo palabras exactas, pero que intentaré describir. Era un estatus distinto, un plano distinto de la existencia. Era como estar muerta.
Todo brillaba en amarillos. Yo era, pero no tenía mi cuerpo ni era mi mismo ‘yo’. No tenía cuerpo en absoluto y estaba dentro de una consciencia colectiva que me lo comunicaba todo. Lo sabía todo, sin necesidad de palabras, letras, mensajes.
Pero, «¿y si yo quiero decirle algo a alguien?», pregunté al ser superior invisible. «¿Mandarle algún mensaje? I mean, comunicación uno a uno». Trataron de explicarme que no era necesario nada más que expresarlo, pero no pude creer.
Ya he experimentado lo que es comunicarme con alguien sin palabras y sin presencia física de por medio ; y mis manos y mi boca han servido para transmitir mensajes que no provienen de mí. Pero esto era distinto: era estar inmersa de lleno en la experiencia. Así que no creí, y seguí pidiendo un medio.
Por tanto, ellos me dieron un trozo de vidrio transparente para que lo usara como ‘medio’ de comunicación. Si quería creer que eso era necesario, dijeron, podía sostenerlo frente a mí y utilizarlo como canal para hablar con alguien.
Y entonces descubrí que el artefacto era inútil, inservible, una patraña. Como todo lo que sucede aquí, como todos nuestros medios terrenales.
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