Antes del amanecer



«Un solo sol, el justo y suficiente».
Yan Lianke – El sueño de la aldea Ding

Antes del amanecer
hervía mí sangre,
a mil rayos rompiendo
la débil película
color ámbar de mi cuerpo.

Supuse lo peor:
descansar sobre el pasto
con una marca asesina,
la huella efímera
el sol encargaría.

Mi eterna fragilidad
llevé corriente arriba,
la tos del mundo
rogaba por silencio
por los sucesos de noche.

Convertido en espejo
respondí sin hambre,
un sucedáneo quedó
aplacado en la ventana.
Habían pintado un sol.

La vida continúa…


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Dedicada a un gran ser humano, un grandioso hombre, mi padre, el señor Roberto Cabral Miranda (Q.E.P.D.) 1940-2020.

Extraño amanecer contigo…


Salvador de Bahía, marzo 16 de 2018

Extraño tanto, hermosa de mi vida, amanecer contigo,
mirar absorto tu aquietante y desmesurada belleza,
palpar la fragilidad y la sagacidad de tu cuerpo desnudo,
tan místico, deslumbrante y audaz, pero tan sereno.

Extraño las caricias que entre dormido me das
cada vez que abro mis ojos y se acelera muy elocuente mi corazón.
Extraño mirar tu rostro y desinhibirme con tu dulce semblante.

Extraño amanecer contigo
y con tu cuerpo entrelazado al mío.

Extraño tanto, amor mío, amanecer contigo…

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«Amanecer en Patamares, Salvador de Bahía (Brasil)», fotografía por Alejandro Bolaños.

Encuentro


Una mañana cálida… Una playa…

Encuentro_F-500

¿Qué más?

 

Fotografía: eikonuruguay.wordpress.com

Y si el alba raya


Salva tu impulso.
El viento natural sopla.
Te ayudará al atardecer.
Levanta tus fuerzas.
El fuerte oleaje choca,
la gaviota atraviesa la luna.
Te empujarán ambos al anochecer.
Enciende tu llama.
El resplandor y el alba rayan.
Línea continua infinita.
Rompe el día.
No se apaga,
pues te salvas
y te levantas.
Hasta que el alba
raye tu llama.

Más café


Foto. Natalie Collins. Unsplash

Abrazo con mis manos
la taza de café
como si fuera la última vez,
mientras este oro negro
arroja cincuenta mililitros
de esperanza
en mi nuevo día.

Cincuenta mililitros dan para mucho,
aun en los amaneceres más desvaídos:
con el primer trago, bendigo la suerte de estar viva,
y apago la sed de ti:
dulce cafeína.

Un segundo sorbo;
diez mililitros más,
y la noche da un paso atrás;
quedaron sin boca los monstruos que tejen trampas,
y después esperan, trasmudados,
bajo las alcantarillas.

No ha salido el sol aún,
pero todo se sitúa
en su justo espacio,
ocupando
la medida exacta
de las cosas.

El viento arrastra una densa nube negra,
que se aleja.
Se pelean: la luz de las farolas y el amanecer;
ojalá fueran así todas las guerras.

Un tercer trago,
y remiendo todas las dudas,
que hoy traigo hilo y aguja,
que esta mañana sabré encajar
las dos piezas de esta costura.

Con el último sorbo,
me levanto de la silla;
hay mucho por hacer;
lo haré con calma
que llevo prisa.

Y al poso,
lo muevo y lo remuevo
hasta que muda su forma,
que hoy nada ni nadie,
ni yo,
va a poder amoldarme en su horma.

Dejo la taza en la encimera;
no:
mejor le voy a tallar un marco de madera
—aprenderé—;
y, así enmarcada, la voy a colgar
de mi pared,
como un recuerdo.

El gris de los colores

Un distinto amanecer…


Distinto amanecer