¡Felices fiestas!


¡Felices fiestas y un próspero Año Nuevo les desea Editorial Salto al reverso!

Nuestros mejores deseos para nuestros autores y lectores. Nos leeremos en enero con novedades acerca de nuestro proyecto de editorial y blog colectivo.

¡Un abrazo fuerte a todos!

Felices fiestas


En Salto al reverso les deseamos felices fiestas en compañía de sus seres queridos.

Esperamos el inicio de 2020 con algunos cambios. Realizaremos una reorganización de las actividades del blog y de la editorial durante los primeros meses del año.

En ella, revisaremos la participación de nuestros autores y abriremos la puerta a nuevos escritores o artistas interesados en formar parte de Salto al reverso. También renovaremos el consejo editorial.

Además, sentaremos las bases para retomar las votaciones y/o convocatorias para recopilar una publicación periódica.

Para dar tiempo a los coeditores para realizar esta reorganización, no habrá selección de un nuevo autor destacado este cuatrimestre, pero seguiremos con las actividades restantes de promoción de la actual autora destacada, Elvira Martos, durante los primeros meses del año.

A nuestros lectores y autores agradecemos el interés en Salto al reverso y la participación en nuestras actividades, así como sus opiniones acerca de nuestro proyecto.

¡Les deseamos una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo a ustedes y a sus familias!


Fotografía por Crisssanta.

¡Felices fiestas!


«Christmas stars decoration», por Markus Spiske (CC BY).
«Christmas stars decoration», por Markus Spiske (CC BY).

Deseamos feliz Navidad y Año Nuevo a todos en Salto al reverso, a nuestros autores y a nuestros lectores. ¡Muchas gracias por su apoyo durante este año! Les deseamos lo mejor junto con sus seres queridos el próximo año y siempre. Suerte en todos sus proyectos.

Agradecemos a los autores que se ofrecieron a colaborar en nuestros nuevos proyectos de antología, dinámicas y contenidos en las redes sociales, y votaciones en nuestro blog. Daremos más detalles en enero.

Gracias a nuestros colaboradores:

¡Un abrazo a todos!

Volver a comenzar: Un soneto de olvidos


Se adelantó el tiempo y un año ha transcurrido desde aquel momento. Sujetó los cordones de sus botas, preparado para enfrentarse al mundo, equipado tan solo con un suspiro gastado y un montón de pensamientos despeinados; era momento de volver a comenzar. No entendía muy bien aún las noches, mucho menos aquellas de brindis y abrazos de ocasión; esas donde algunos seres son queridos solo por obligación.

La euforia le parecía la burla cruel de un ciclo sin sentido, donde la repetición era un mandatorio indiscutible y el desconsuelo tomaba de nuevo su lugar, un lunes a las ocho. Pero antes, mucho antes de que todo eso le agobiase, quiso salir y respirar eso que tantos llamaban un comienzo nuevo, aun cuando la constancia sea imperante y las mentiras propias se disfracen de buenas intenciones. Lo que ayer adornaba el parque en alusión a la armonía, hoy es basura hueca e irrecuperable; incluso las personas se habían vuelto desechables.

Decidió entonces dar vuelta a las miradas, transitar el mundo con fe de erratas y saber que nada llegaría por el milagro de la cordura, que seguir ausente no era tan sano a veces, aunque algunas noches se vuelva necesario. Siguió caminando y siguió mirando. Siguió observando como el viento estaba indeciso de su curso por lo que no se sintió tan único. Lanzó monedas a los mendigos, ellos seguían siempre en el mismo sitio, incluso aquel que una vez fue su amigo, un guerrero de batallas perdidas que soñaba siempre con el saxofón y un blues enardecido; le miró como anunciándole que aún no todo estaba perdido. Irónico o no, fue el más sincero de sus alivios.

Le extrañaba mucho la vida, tal y como la veía. Le parecían tan absurdas las mentiras, pero aun así las vestía como ecos que halagaban el éxito en ojos de terceros, como una fábula de Esopo sin ética ni moraleja, solo con el único designio de ser otra farsa escueta. Sentóse entonces en la misma banca, con las mismas manos y las mismas piernas, con su frente baja y una historia a cuestas, dióse cuenta de que el tiempo pasa y los sentidos se quedan, que el olvido a veces es solo un arma que apuñala la propia espalda. Sacó de su bolsillo una hoja, manchada y arrugada por la lucha de las palabras allí plasmadas; una oda a la inexactitud, al exilio de lo representativo, al enojo de lo pasivo. Un soneto claro y confundido, el suicidio ordinario a lo común, el antídoto de sus castigos.

Un feliz año nuevo en mi piano sin usar
dar final a mis teorías
para decidir cuándo partiría
encontrar una excusa para volver a comenzar.
 
Redimir ideas locas como río que llega al mar
sin falacias ni fantasías
el don de hallar mi propia melodía
aprendiendo otra vez a caminar.
 
Encontrar permanencia en lo ocasional
el lugar donde no hay vacíos
y toca la orquesta de mi olvido.
 
Escuchar renunciar a lo moral
la paz de un silencio sin hastío
el adagio de un adiós concedido.

 

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Imagen «Cerrando el tiempo», autoría propia.

Este es un relato hermano de «Adagio: El adiós concedido» publicado el 31 de diciembre del 2014, en este mismo espacio de Salto al reverso. 

¡Feliz Año Nuevo!


Hola a todos. Les dejo mis mejores deseos para este 2016 que ya casi comienza, junto con el reporte de estadísticas de 2015 de WordPress.com.

¡Un fuerte abrazo a todos!

Aquí hay un extracto:

  • Este blog ha sido visto cerca de 28.000 veces en 2015.
  • Se publicaron 334 artículos nuevos este año.
  • Nuestras visitas llegaron principalmente desde Facebook y Twitter.
  • Recibimos visitas de 101 países. En primer lugar desde España, en segundo lugar desde México y en tercer lugar desde Estados Unidos.

Haz clic para ver el reporte completo.

Adagio: El adiós concedido


El caparazón se rompió al final de la tarde, eso creía. En realidad eran las cuatro de la mañana. Se levantó horas después en sobresalto y sacudió su cabeza, casi en un intento desesperado por deshacerse de las voces de sí mismo, en diferentes periodos, con distintas personas, en variados escenarios. Muchas eran las temáticas pendientes, con otros y consigo mismo, ese día decidió no perdonar a Dios.

Sin bañarse o siquiera arreglarse salió de su casa. El estrepitoso viento de aquella mañana de martes, se encargó de acomodar su cabello. En sus boscosas cejas llevaba las dudas y la incertidumbre, se les veía agotadas. Sus pestañas forcejeaban ante la cónica brisa que le recordaba el sueño, ese que había perdido horas antes de su abrupto desafío. Su corazón palpitaba tal cual metrónomo y semicorcheas, simulando en sus adentros una orquesta de adrenalina en tono de suspenso. Llegó al parque y como estatua se sentó.

Repasaba en su mente aquellos ejercicios que había leído, esos que le permitirían abrir su cerebro. Se sentía atontado y hasta un poco paranoico. Un borracho de barbas blancas le tocó su hombro. Sin activación alguna de su sentido de alerta, le miro fijamente a los ojos, comprendió el dolor que cargaba de años, los pesares que llevaría a su casa al final del día, pudo ver en sus pupilas rostros de asustados infantes. Sin palabra alguna, así como llegó se alejó, cojeando a la deriva de la muchedumbre y las palomas; las cuitas que llevaba en su abrigo, simulaban insignias de guerra y desalojo.

Su cansancio desapareció después de ese momento atenuante, le hizo caer en cuenta de si mismo y de las decenas de personas que frente a él transitaban por minuto. Casi pudo dibujar un pentagrama con su mente, cada figura aleatoria eran las notas que por tanto tiempo había buscado, los tempos y el acorde olvidado, todo se había escondido en el anonimato de aquella escena tan abstracta. Un loco en pijamas y descalzo en medio parque, vislumbrando blancas y negras en las cabezas de sus ocupantes.

Sin prestar atención de su turbulenta apariencia, tomó su pluma y su cuaderno y empezó a escribir. A borrar y a escribir de nuevo. A escuchar en sus adentros, la melodía que le haría libre. Recordaba con recelo los gritos y la humillación que había vivido, los éxitos que tanto esfuerzo se había echado a cuestas gracias a su propio aliento. Sabía que era hora ya de remover sus armaduras, a sabiendas que sus dagas penetrarían directo en su carne, que muchas de ellas podrían tener la intención de ser mortales. Si quería avanzar debía ser valiente y alzar la voz, el do sostenido, el simbolismo en su arte; debía aprender a decir no y desnudar sus decisiones. Entendió a duras penas quien era y debía defenderlo contra quienes le detuvieran, formuló en su cabeza la sinfonía exacta para deshacerse del miedo, de la ira, de la pena y de toda esa mierda. Todo lo que le rodeaba con consentimiento.

Despidiéndose de sus viejos conflictos, puso el punto final. Su mejor composición estaba allí, pariendo de sus puños apretados y sus dedos gastados, le miraba con un asombro misterioso, había aprendido de diplomacia hacia sus obras. Sigilosamente rió. –Lo he hecho– se quiso susurrar a sí mismo al oído. Miró su alrededor y se echó una bocanada de aire a la boca, respiro sin apuro por vez primera aquel día. Alegróse de su vida en ese instante, miró su pasado en retrospectiva, con la redundancia que se debía. No era tiempo ya para seguir arrastrando lo acaecido, los días muertos y a quienes con ellos se habían ido. Abrazo su presente, aquel soplo de tiempo, arrugando a su vez ese papel con su obra más exuberante; arrojándola al vacío del basurero más cercano, se alejó con calma y sonriendo hacia su casa nuevamente. Debía prepararse para recibir el año nuevo.

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Imagen «A la espera del tiempo», autoría propia.