Iba en segundo de secundaria. Suena redundante y raro, pero no; en realidad lo único raro era que no podía terminar una simple prueba.
Tenía los conocimientos, la técnica, ¡todo!: que el cateto, que la hipotenusa, que las fórmulas; pero me faltaba algo, creo que velocidad, pues no podía terminar a tiempo una simple prueba de niños.
Le dije a mi padre que evaluara si era yo el lento o si el maestro era demasiado estricto con el tiempo, pero antes de juzgar a alguno de los dos, mi padre exclamó:
—¿Fórmulas? ¿Es en serio? —le sorprendió el plural—. Es como si les diera tres espadas y tuvieran que cambiar de arma cada momento: una para un corte descendente, otra para un barrido y otra para una estocada.
Y así fue que descubrimos que eso era lo que me quitaba velocidad y agilidad al momento de la prueba. Fue entonces que mi padre me dio algo que conservaría para siempre:
Espada Pitágoras, levantada como reliquia en el taller del Blacksmith.
Lo que me dio era el mismo teorema de Pitágoras que nos había enseñado el maestro, pero la idea de este gran matemático en mis manos tenía una forma similar a una tonfa con espada, lo cual obviamente hace más rápido el cambio de manos por tener dos mangos. Ya no tenía que hacer las cosas como había descrito mi padre, sino que con una misma arma podía atacar en todos los flancos.
Ahora lo que tenía que hacer era practicar ese despeje.
Luego de mucho practicar y dominar el hermoso regalo de mi padre, estuve listo para la siguiente prueba. Seguir leyendo «Espada Pitágoras»→
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