Azul Atlántico


Tan azul y tan afable,
así es tu imagen práctica y disoluta,
azulada y trasatlántica.

Místico manto de aguas prístinas que conjugan
tranquilidad y hermosura
y que con sus insípidas olas
se muestra más afable y más tranquilo
que el mismísimo Pacífico.

Y, sin embargo, esa es tu historia vivida
entre corrientes submarinas
que arrecian a los navegantes.

Agua prístina y azulada en compacto, con el cielo,
desde América, hasta África y Europa,
nadie se desliga de tu prominencia y compañía:
azul Atlántico.

«Playa de Patamares, Salvador de Bahía (Brasil)», fotografía por Alejandro Bolaños.

Encuentros furtivos


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por Reynaldo R. Alegría

Se acercaba la fecha del 38vo. Festival de Apoyo a Claridad y Maya recordó a Tommy.  Se habían criado juntos en el mismo pueblo.  Habían asistido a la misma escuela superior pública del barrio en donde se conocieron.  Disfrutaron del amor, el alcohol, la lectura, la polémica y el sexo juntos por primera vez.  Y se graduaron con calificaciones excepcionales que le permitieron entrar a la mejor de las universidades del país, la UPR en Río Piedras.

Ambos tenían sembrada por sus padres la semilla del servicio al país y el fervor por la doctrina y la política, por las cosas del gobierno y los asuntos del Estado.  Maya provenía de una familia que abogada por la independencia para el país y se acostumbró desde niña a protestar, a alzar su voz y al riesgo.  La familia de Tommy era una de servidores públicos favorecedores del partido de gobierno, una organización política que pululaba entre una izquierda petulante y una derecha fatigada por el gobierno ineficiente y la falta de visión.

Ya en la universidad, lo que parecía ser una diferencia graciosa se tornó en un abismo insuperable y fue Maya quien bajo argumentos filosóficos fundamentados en la lucha de clases, el materialismo histórico, la dictadura del proletariado y su más reciente lectura del Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (que según ella, lo dramatizaba a la perfección), decidió terminar con Tommy.  Y aunque él siempre tuvo planes para cuando eso pasara, pérdidas son pérdidas y mucho le dolió.  Entonces el tajo se hizo más grande que la profundidad de los mares.  Maya se fue una temporada a Cuba con un amigo de la universidad y de allá regresó otra.  Pasaron los años.

Para los años ochenta, el Festival de Apoyo a Claridad se había convertido en el evento público musical donde los graduados de la universidad se reencontraban como en una reunión de exalumnos.  Los ochentas eran ajenos a los festivales modernos donde se cobra entrada y los tragos cuestan caros.  Además, una fiesta popular con un público más culto, hacía del evento lúdico uno esperado.

Maya recordó la última vez que se encontró con Tommy en Claridad.  Hacía años que no se veían.  Pero allí, entre los quioscos de frituras, artesanías y libros apareció él junto a un amigo.  Entonces el Festival, que se organiza para apoyar un periódico de izquierda hoy venido menos, se celebraba en los terrenos del Escambrón, frente al Atlántico.  Entre el bullicio, el viento nocturno y el salitre, Tommy paseaba contento mientras se tomaba su trago burgués de siempre un Black Label a las rocas, pero con poco hielo.  En minutos, en segundos, atraídos por la fuerza imantada que siempre los atrajo se fueron a caminar hasta llegar a la playa, tomados de la mano, como cuando lo hacían en la escuela.  Se pusieron al día.  Ella sola, después de su fracaso con el amor falso en Cuba.  El casado y feliz y padre de dos.

Ahora, treinta años después, cuando trabajaba para el Gobierno Municipal de la Capital y pensaba en los años que le faltaban para el retiro y poder cobrar el Seguro Social, ella recordaba aquel encuentro furtivo.  Le gustaba recordar cómo al llegar al agua Tommy la abrazó por la cintura como su aún fuera suya, acomodó su cara sobre su pecho y oliendo con gusto su perfume la fue inundando de besos suaves en el cuello.  Erotizada, sus labios buscaron los de él y se gozaron como el primer día.  Ahora que se acercaba la fecha, ella siempre se acordada de él, deseando algún encuentro furtivo.

Foto: The Great Ocean Road at Night, por edwin.11, via Wikimedia Commons

Sexo, sal y arena


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por Reynaldo R. Alegría

Llegué a tiempo.  Algo que no es usual en esta parte del globo terráqueo.  Dicen que es el agua que se toma en El Palacio del Presidente.  O las cañerías por donde se regodea el insípido líquido.  Aunque sea un mito a mí me gusta creerlo.  Me gustan los mitos.  Me gusta creer que hay un punto, una válvula particular de no retorno, en esta isla que está bañada por tibios mares, por donde atraviesa todo el líquido incoloro.  Y se marca.  Y nos hipnotiza como brebaje de la más deliciosa de las magias.

Era mi primera Junta.

Cuando entré a la Sala de Junta todos estaban sentados.  Me esperaban.  Me dispensaban el asiento de mayor prominencia.  A la cabeza de una mesa rectangular.  Breve.  Con tope de vidrio transparente.  No miré a más nadie.  Solamente a ella.

La Directora Ejecutiva me dio la bienvenida.  Me presentó al equipo.  Me explicó el propósito de la reunión.  Y de inmediato le pasó la palabra.

Ella se puso de pie.

–Muchas gracias.

Gracias a usted.

Marilyn es una mujer muy blanca.  Rubia.  Lleva el pelo a la altura de los hombros.  Rizado.  Los labios muy rojos.  Y los ojos de un color que cuesta trabajo advertir.  Podrían ser verdes.  O azules.  O morados.  De esos que provocan irremediablemente la estúpida pregunta.

– ¿Esos ojos son tuyos?

– ¿Y de quién carajos van a ser?

Lleva un vestido color hueso.  Con un bodice tipo halter.  Como el que Marilyn –también– usó en The Seven Year Itch.  Sus senos son grandes.  Muy grandes.  Al caminar su vestido danza.  No hay rejas de ventilación en la calle, pero la suave tela se levanta y baila.  Al darse la vuelta se le revela descubierta una amplia espalda.  Dorada por el sol.

Lleva de rojo brillante el esmalte de las uñas.  Recordando al espectro solar.  Sus manos son largas.  Sus dedos dadivosos.  Las usa con prudencia.  Cierra con delicadeza y mucho rigor los puños.  Acomoda los dedos pulgares sobre los índices.  Te mira a los ojos.  Te captura.  Sin señalarte.

Desde la silla que me asignaron se aprecia el litoral como si el agua estuviera servida en un plato y me lo hubiesen puesto a la altura de la barbilla.  En esta parte del mundo han vendido las costas.  La costa del mar está ocupada.  Está secuestrada la orilla.  Grandes edificios de oficinas.  Hoteles.  Apartamientos por piso.  Y el mar vigilándonos.  Invirtiendo la ecuación.  De Vigías del Atlántico a observados insospechados.

Las arenas son tan doradas que reflejan al sol como una secreción sentimental.  Involuntaria.  Apabullante.

Marilyn ha vuelto a la mesa.  No sé qué dijo.

Se sienta.  A través del cristal puedo apreciar sus movimientos.  Es segura.  Sabe que la estoy  mirando.  Sigue hablando.  No cruza las piernas.  No es apropiado.  Lleva puestas unas sandalias blancas de taco mediano que le descubren los delicados pies.

Se ha quedado descalza.

En una mano lleva los zapatos.  De la otra mano me lleva a mí.  Nuestros pies se hunden en el suelo caliente.  Sabe a dónde me lleva.  Hacia las uvas playeras.  Las que crecen en las arenas.  Siento cómo se adhiere a mi cuerpo la sal.  Cristalina.  Soluble.  Siento que se funde con el sudor y nos sazona.

Recostada sobre el arbusto de hicaco me ofrece su cuerpo.  Veo cómo se contorsiona según voy lamiendo su piel con mi lengua.  Chupándome su sabor.  Queriendo deglutirla.  La brisa se encarga de su vestido y descubre una diminuta pieza amarilla que apenas cubre su sexo.  Meto las manos bajo el vestido y la agarro por las caderas mientras la sigo degustando.  Estoy de rodillas.  Adorándola.  Cubriendo de saliva sus muslos.  Ablandando su carne.  Para facilitar la digestión.

Con un movimiento circular.  Y ritmo.  Sobre las bragas.  A través.  Con mis labios.  Extraigo sus jugos.  Su sustancia.  Toda mi cara se humedece.  Ella se divierte.  Se entretiene.  Goza.  Disfruta.  Se exalta.  Se aviva.  Se aumenta.  Se eleva.  Se culmina.

– Eso es todo, Presidente.  ¿Tiene alguna duda?

– Ninguna.  ¡Muchas gracias, Marilyn!

 

Dedicado a M., lo debía.

 

Foto: Planeta Zoo, Fundación Botánica y Zoológica de Barranquillas, http://www.zoobaq.org/