
Los dioses se han ido.
No hay quien aguante el peso del mundo
sobre hombros ausentes.
Me asomo al desfiladero.
Esa grieta ancha donde nadie escribe
se parece al infierno.
Los dioses se han ido.
No hay quien aguante el peso del mundo
sobre hombros ausentes.
Me asomo al desfiladero.
Esa grieta ancha donde nadie escribe
se parece al infierno.
Una infinita nostalgia me corroe.
Una infame tristeza manosea mis emociones.
Una insolente impaciencia me intoxica.
Una prematura desolación ahuyenta mis alegrías.
No concibo, en mis espacios, tu ausencia.
La realidad, allana mis pérfidas ilusiones,
sin tu afable presencia,
sin tus locuras y sin tu compañía.
Estoy seguro que para cuando regreses
con vehemencia tal, me reconfortaré en ti.
Tu presencia bastará, entonces, para apaciguar mi ser.
Tu denotada ternura y mimosería, definitivamente me llenarán de vida.
Para cuando regreses,
seguro, regresa mi vida…
Para mi hermosa Mirosh
Un desarraigo inconsecuente se asila en mis sentimientos.
Dos que tres recuerdos me murmuran tu ausencia.
Un centenar de latidos impolutos calibran mi ser,
recordándome que requiero de ti y de tu compañía.
La estrechez falaz que embarga mis brazos
solo ahonda la cínica ansiedad de tenerte aquí y ahora mismo,
para palpar de forma afable todo tu ser, entre la pequeñez de mis manos…
Esta nostalgia irreverente no ha hecho más que consumirme.
Me oprime y de manera insolente me desespera.
No me resta más que contar minuto a minuto y día tras día,
el instante mágico en el que vuelvas a mi regazo.
No solo te extraño porque me hacen falta tus caricias,
o porque sinceramente desfallezco esperando poder,
de forma frenética, amarrar nuestros cuerpos,
entre la lujuria, pasión y ternura.
No solo te extraño porque me hacen falta tus cuidados,
tus regaños y la comodidad de tus preocupaciones,
que, en todo momento, buscan mi tranquilidad.
No solo te extraño por esto, por lo otro o por aquello…
Te extraño a ti, a tus risas y a tu cabello alebrestado.
Te extraño a ti, a tu cuerpo, a tu infalible, loca y benigna compañía.
Te extraño a ti, mi pequeña y desfachatada esencia de vida y alegría…
dicen los soldados
que han perdido un brazo o una pierna
que todavía pasados muchos años
les duele
les pica
incluso sienten cómo se mueven
sus dedos
o los rayos del sol
en la piel
hasta hay veces que notan
cómo se posa alguna mosca molesta
en ese yo ausente
así, de esta manera, es cierto
que pueden vivir
sin él o sin ella
pero también es cierto
que no hay día, hora, minuto que no se acuerden
de ellos
—aunque sea de una manera inconsciente—
siempre
imagino que a esta altura de poema
ya sabrás
que no te estoy hablando de soldados
Una frase para decir adiós.
Un silencio que ha borrado las palabras.
Cuando todos se han marchado,
y quedo solo muy temprano.
Viene, desde lejos, cada uno de esos recuerdos,
porque tú sabías más de mí que yo mismo.
¿Adónde ir cuando quiera buscarte?
¿Adónde regresar cuando llegue la noche?
Dime qué hacer
si mi memoria no logra preservarte lo suficiente.
Dime qué hacer
si olvido ese trozo de vida que también es tuyo.
En mi sueño
aún conservas el cabello largo,
tu mirada no es triste ni vacía.
En mi sueño
el tiempo no se encuentra suspendido
y la muerte es sólo un juego de niños.
Antes que la última flor se marchite.
Antes que la última hoja se seque.
Dime por qué te fuiste tan pronto.
¿Por qué sigue doliendo como el primer día?
En mi sueño
abrí la puerta de una habitación vacía.
En mi sueño
pronuncié un nombre que a nadie pertenece.
Es difícil aceptar que…
Coincidían tan poco que hasta parecía que coordinaban para no verse. El ritual consistía en hacer cálculos a base de suposiciones: «tal vez hoy nos veamos», «¿qué pasaría si…?», «te lo iba a contar», «nunca voy a ser lo que deseas que sea».
Y fue así como la inconstancia de sus encuentros los llevó a acostumbrarse a la ausencia.
Rojo.
Le hervía la sangre y se lo hizo saber.
Le arrojó sus cartas y le clavó sus miradas de puñal,
todo aquello que una vez sintió por él,
lo devolvía en la dirección opuesta,
con más vinos que siestas, se perdieron las apuestas.
Verde.
Silenciado por sorpresa
los celos le carcomían la lengua.
Por más que era graduado con honores
por regalar sonrisas falsas y flores,
se le esfumaron de sus manos las felicitaciones.
Negro.
En la noche más lenta y sensata, se acostó sobre sus pies.
Quiso sentir la tranquilidad del cielo
en carne propia, con los ojos cerrados y sin sueños.
Sabía que no obtendría respuestas
aún así confesó sus indicios de locura, a sus anchas, con ternura.
Azul.
Llenó la pileta y se lanzó boca arriba
para flotar o hundirse de una buena vez.
La decisión tomada ya no le pertenecía,
cada paso en falso se convirtió en herejía
supo encontrarse invertido y al revés.
Blanco.
¿Sabes tú de lo que hablo? Dime que sí.
De persona a persona te traduzco mis gestos
para que los grabes y no tenga que disimular más.
Y que sientas en el pecho mis promesas encubiertas
sin palabras tu comprendas que este es mi símbolo de paz.
Imagen «De Espaldas», por Esteban Mejías.
Edición por Rodrigo Corrales.
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