Cuando el avión despega
en el aire flota
una plegaria persistente
a la potencia humana,
a la estabilidad del mundo.
Ya no hay pasajeros
ni llantos infantiles
ni azafatas aburridas
(con sofisticadas máscaras):
todos somos un vector
de genialidad espacial;
líquido pulverizado
compuesto de imposibles.
Las nubes se parten
de risa,
cargadas de estática e ironía
por nuestra impostada procesión
de matemáticas aplicadas
que penetran en los cielos
(con una sonrisa inmortal).