El ratón que no quería ser caballo


Foto de Giuseppe Martini para Unsplash.

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, enganchado a una carroza. Mi vida como ratón me gustaba. Era peligrosa, pero yo estaba acostumbrado a vivir al límite, siempre con la adrenalina fluyendo. Era divertido.

La maldita hada madrina no me dejó elegir, ni a mí ni a nadie. Mira a los pobres lagartos, convertidos en aburridos lacayos, obligados a atender a la pánfila de Cenicienta…

Que sí, que qué lástima de muchacha, que qué vida tan injusta y todo lo que quieras, pero mírala qué pronto se le olvida la conciencia de clase. La sirvienta explotada y maltratada perdiendo el culo por codearse con la aristocracia, y sin el menor remordimiento por recurrir al mismo elitismo que a ella le amargaba la vida.

Yo nunca quise ser un caballo, y menos, domado. Como ratón, disfrutaba de mi libertad, consciente de que cada día podía ser el último, sin nadie que me controlara.

Nunca quise ser la mascota de una humana; al contrario, la vida era excitante esquivando trampas para alcanzar la recompensa de un pedazo de sabroso queso o de deliciosa tarta.

Sin embargo, aquí estoy, con el corazón tan acelerado como siempre, pero atrapado en este cuerpo enorme incapaz de liberarse del hechizo que lo mantiene sumiso, encadenado a una calabaza convertida en una carroza que no podría ser más cursi.

¡Maldita hada madrina!

A la menor ocasión, le roo la varita.

El negro lampiño (érase una vez el ibérico)


Cuando nos contaron el cuento de Los tres cerditos se dejaron la mejor parte en el tintero, ahora sabemos que los dos primeros animales entraron en política y que el tercero era constructor y un próspero especulador inmobiliario. La historia continúa desde entonces y se nos advierte estos días contra el lobo desde lejanos paraísos fiscales, la mentira es tan hilarante como que los dos principales partidos en mi país se hayan convertido en una sola bruja de Blancanieves, que todavía pregunta por sus propias virtudes ante un espejo, en su versión más fea y sospechosa. Los indicadores Europeos señalan que sólo Letonia supera a España en desigualdad entre ricos y pobres en el continente, pero que de seguir igual la progresión podríamos llegar a alcanzarles muy pronto (la Cenicienta no va a interceder por nosotros y nadie la culpa, la sirenita enmudeció en cuanto entró a la cama del príncipe y lo celebraron después con una mariscada).

Se oculta algo más que la guarnición de las perdices en las historias color de rosa, nadie llega al capítulo en que le disparan a Dumbo en la cabeza durante un safari, pudiera suceder que la bella durmiente se quedara allí soñando para toda la eternidad (o que tuviera un penoso despertar). Además Caperucito se casó con la loba feroz y no le fue nada mal, y luego está ese tipo pequeñajo al que llamaban Pulgarcito, se hizo millonario con la patente de las botas que llevara Michael Jordan con los Bulls de Chicago; al patito feo, por el contrario, lo sirvieron en pepitoria esa misma navidad, nunca llegó a la siguiente primavera. ¿Cual es la moraleja? A los cerdos les reconocerás por sus hábitos, nadie vaya a echarse con ellos sin haber limpiado un poco primero (por romántica que suene la canción). Cuando hay que elegir entre siete enanos, mi decisión estriba entre múltiples factores pero nunca por quien la tenga más larga y esté más desesperado. Allá cuentos.

http://eduardojcastroviejo.com/

Para los más inocentes una versión del cuento por mi hija con dos años, Los tres cerditos (minimalista) lo titulé. Saludos desde el frenopático.