Frío


Cuando pensaba en el frío, pensaba en esa sensación térmica que te hace titiritar, que hace que tus dientes suenen como castañuelas, que te eriza la piel, que te cala hasta los huesos, que te suspende la sangre en las venas, que detiene el funcionamiento de tus órganos hasta morir. No pensaba jamás, que iba a despertar una mañana con tu brazo alrededor de mi cintura tan frío, tieso, e inmóvil.

Mi mano sobre tu brazo frío es una experiencia de nunca olvidaré. Y no es que no olvidaré que moriste en el sueño a mi lado. Que me diste un último beso aquella noche para no despertarte, como una Bella Durmiente al revés. Es que el tacto de mis dedos sobre la superficie fría de tu brazo sin vida, quedó tatuado en mi memoria para siempre.

No hablamos nunca de la muerte. De quién iba a morirse primero. De testamentos. ¿Para qué? Éramos muy jóvenes todavía. ¿Quién piensa en eso a los veinte años? No teníamos hijos, ni gatos, ni perros, ni peces. Solo toda la vida por vivir. Un piso, una cama, la tele, una mesita y dos butacas. ¿Hacía falta algo más?

Me quedé inmóvil en aquella cama, no sé por cuánto tiempo tratando de entender por qué no te movías, por qué no respondías, por qué tu brazo estaba frío, tan frío. De repente salté fuera de ella y me quedé parada frente a ti, acostado de lado, todavía con tu brazo estirado como si lo tuvieras alrededor de mi cintura. ¿Qué era aquello? Mi cabeza no podía descifrarlo, aunque puedo decir que no sentía miedo.

Me acerqué despacio y te toqué. —Mi amor —dije, rogando que fuera un sueño, pero al escucharme supe que no lo era. Lloré. Dí la vuelta a la cama, por el lado tuyo. Suavemente toqué tu pelo y me metí de manera que tu cabeza quedara sobre mi regazo. Acaricié tu cara fría, dormida para siempre, lamentando no poder ver tus ojos una vez más.

Entonces odié las drogas y el alcohol que tomamos esa noche, que no me permitieron decirte adiós.

Me confundió el nombre con otra


El_Beso_(Pinacoteca_de_Brera,_Milán,_1859)

por Reynaldo R. Alegría

Entonces vivía en un caserío con mi familia.  Un lugar lleno de pobres muy pobres, abundante droga, mucha droga, y donde la traición se pagaba con la vida, toda la vida.

Aquel joven prometía, andaba en un BMW negro usado que hacía muy bien el cuento, trabajaba con el partido político en el poder, universitario destacado que, al ritmo que se movía, debería convertirse en prominente abogado y algún día gobernar al país.  Cuando vino a visitarme al caserío creo que no se percató de que entraba al mismo infierno.  Le hice lasagna, solo para él pues la plata que me dio mi madre no daba para más; los demás (mis padres, mi hermano y yo) comimos lo de siempre, arroz blanco, habichuelas rojas y carne guisada con papas, alegando que les encantaba la lasagna pero eran alérgicos a la pasta.  Creo que mi madre estaba más emocionada que yo, me veía saliendo del oscuro caserío vestida de puro blanco y llevándomela a ella a vivir conmigo al lugar decente que yo me merecía.

No era que, precisamente, me volviera loca aquel hombre, pero cuando fuimos a su apartamento plantado en el área de San Patricio, entonces un sector repleto de familias acomodadas y acaudaladas y algunos jóvenes wannabe, como él, en realidad estaba lista para rendirme a sus deseos.  El hombre tenía labia y si al final del día verbo mata carita y dinero mata verbo, me sentía que estaba donde debía.

Creo que él lo tenía todo programado, bueno eso es obvio.  Al llegar el aire acondicionado central del apartamento mantenía el espacio deliciosamente fresco.  Una botella de vino rojo sobre la mesa, con algo de quesos y un disco de vinilo de Lucecita Benítez dando vueltas bajo una aguja de diamante sobre un plato Technics que se escuchaba como si estuvieras sentada en el foso del teatro de El Conservatorio de música escuchando la Orquesta Sinfónica del país, construían el perfecto ambiente para la seducción.  Bailamos en el centro de la sala.  A la tercera canción, creo que el tiempo también lo tenía medido, comenzó a besarme y acariciarme.

Me imaginé viviendo en aquel apartamento, durmiendo con aire acondicionado todos los días, comiendo lasagna cuando quisiera tras declararme curada a las alergias a las pastas.  Me llevó hasta un sofá desde el cual, a través de las cortinas que daban al balcón, se podían apreciar las luces de la noche en otros edificios y al tiempo que le hacía el amor a mi oreja izquierda me susurró algunas de esas cosas muy bonitas que dicen los hombres cuando te quieren coger.  Fue entonces cuando me dijo:

—Me encantas, Manuela.

—¡Hijo de la gran puta, Manuela tu madre que yo me llamo Silvia!

Le levanté urgente, di un volte face con actitud de reina de belleza, cogí mi cartera y mientras sentía la humedad bailoteando entre mis piernas arranqué y me fui a las mismas pailas del infierno con un coraje que me duró par de meses, hasta que conocí a otro riquitillo wannabe en la barra de Loíza Street Station, lugar de moda entonces.

Aunque he tenido tiempo de arrepentirme de no haberme tirado a aquel espécimen, lo cierto es que el honor y la dignidad, como dijo don Pedro, no están en el mercado a ningún precio.  Además, con el tiempo una aprende.  ¡Vamos, que cualquiera se confunde!  La clave, dice una amiga, es llamar a todos los amantes por el mismo nombre.

—¿Cómo está mi papurri hoy?

—¿Papurri?  ¿Y ese nombre?

—Especialmente para ti, papurrito lindo…

Foto: El Beso, Francesco Hayez, Pinacoteca de Brera, Milán, 1859: https://commons.wikimedia.org/wiki/File%3AEl_Beso_(Pinacoteca_de_Brera%2C_Mil%C3%A1n%2C_1859).jpg

Nanocuento: CONFUNDIDA


joven desesperadaA Margot la razón le enmudeció el corazón, la dejó sin palabras desvaneciendo cualquier vestigio de pasiones descontroladas e inconclusas, ella tuvo que borrar hasta la memoria de sus sueños cuando Mario, su mejor amigo, regresó con su esposa.

http://www.mirartegaleria.com/2012/07/pinturas-al-oleo-de-mujeres.html