Gravedad


La abadía y su reinado me dejan la conciencia de toque;

hasta la novena jugada cuando por fin inicia el trote,

cada paso dado, construyen un estado consciente.

Alerta.

Despierta.

¡Respira!

No se detiene.

Justo en el sueño es cuando aún más ruido ejecuta,

máquina del futuro que parece de carne componerse.

 

Entrañas vivas,

células muertas.

Que áspera se siente la cabeza.

 

Bidones vacíos, personas desnudas,

una cáscara llena de inconformidades atómicas.

¡Estallido!

Soles fríos.

Espacio caliente.

Estrellas que cantan.

 

El silencio es tan profundo

que a los planetas escuchas hablar.

No quieren callar.

Susurran en zumbidos

y hacen que los cuerpos vibren.

La brújula


El péndulo de la bondad,

guarda la guía segura hacia el pasaje secreto;

aquél que yace invisible ante el ego,

y se presenta sincero frente a los corazones nobles,

los que con su fuego interno ya se vuelven de acero.

Mientras la tierra continúe girando sobre sí misma,

y los imanes mantengan un ritmo seguro y cambiante,

las razones para quedarme de pie,

esperando que la gravedad me haga libre…

serán cada vez más escasas.

El eco de tus palabras interfiere con las vibraciones,

la dirección de tu brújula ha cesado de marcar el norte;

ahora vas al oeste donde las nutrias vuelan,

las ballenas caminan,

y la tierra gira en dirección contraria,

pero aun así es la correcta.

 

 

Obelisco


Desde las olas del mar hasta el borde del precipicio en la punta de la montaña, así pesa el escalofrío de una presencia no identificada precipitándose con una velocidad incalculable al portal del hogar que te pertenece.

La falta de seguridad resplandece con ánimos de socorro, las llamaradas de bengala no atraen ni a los carroñeros más curiosos y el temor se apropia deliberadamente del momento.

Sollozos con marca de desesperación empiezan a brotar de tu íntegro y valiente ser, dejan el orgullo atrás y descienden hasta un nivel de inocencia que no te deja pensar, solucionar. —¿Qué prefieres hacer ahora?, te pregunta silenciosamente tu consciencia. La criatura que te espera detrás de la puerta que te «protege» no es más que otra tarea que tú puedes vencer, parece imposible… Lo sé. Pero ¿acaso no has logrado combatir con 10 males comunes al mismo tiempo, que superan esta calamidad desconocida? —Yo, sencillamente no puedo. ¿Qué es eso que está gritando afuera? No tengo ni idea, no poseo espada ni luz de escudo para defenderme, solo deseo huir, ¿o acaso no lo entiendes?

—Las soluciones no son despachadas, la adrenalina sube al borde de tu armadura de carne pero no la aprovechas, se disuelve como la estrella que pestañea frente a ti antes de morir. Si decides quedarte al borde del precipicio o luchar entre las olas del océano en plena tormenta, solo te pido que no desfallezcas. Tú puedes sobrevivir un poco más, está en tu fuerza.

Cristalizado


La inspiración,

brinca de pronto a mis alacenas,

emprende la búsqueda emocionante,

a paso feroz y con hambre en la visión.

 

La adrenalina,

viaja por las venas en mi rostro,

juega al sube y baja por todo mi torso,

invade las censuras de mi ira,

me hace danzar en un vórtice,

de vida y poesía,

movimiento.

 

La consciencia,

suaviza el proceso y desacelera,

encoge los hombros y al norte difumina,

coloca el peso de la realidad en tus zapatos,

te escribe el relato de un hecho y no las fábulas de lo cotidiano,

te pesa.

Y en su valor cualitativo te brinda equilibrio,

aquél que solo obtienes en la cumbre de la madrugada.

 

 

 

Diáboro


Le dejó sentir sus manos,
justo cuando la herida estaba más abierta
y aún sangraba.
Le cedió espacios
él sabía muy bien porque ella lo hacía,
era parte de su plan macabro
hacerse errado
desentendido de lo que causaban
sus lluvias rotas
sobre ella, sobre su cabeza
llena de una semántica que él no amaba,
de ilusiones baratas prefabricadas.
Él solo le quería a escondidas
en palabras.
Él se merecía cada una de sus mañas,
el peso en su espalda no le estorbaba
pues sabía bien la función que jugaba.
Sabía muy bien como aquello acabaría
aún cuando su poesía marchitara.
Le clavó a sus anchas sus deseos
se hicieron ambos esclavos de cama
carcomiendo cada día a sus mentiras,
un fin que justificaba lo que se pesquisaba.
La ingenuidad de ella era lo que le excitaba más
sabía que podía jugar de villano
vestir sus pieles sin atrición ni piedad
a sabiendas voluntarias
que al ocaso del noveno día debería de pagar.
Sí, a todos les llega la cobranza
se devuelven las aguas a los causes de sus ahogos
así como regresa la sangre que salpicó en el ojo.
Se cobra lo que a la tradición fue panegírico
y se manchan de nuevo nuestras manos;
un llanto seco y sin alivio,
se entromete en medio de los presagios.

Ser consciente


* Ser consciente tiene un precio*

Pululas, trashumante, por las ruinas
de un mundo agonizando entre estertores;
censuras, sin piedad, necios temores
y exhortas esas ansias más genuinas.
Avanzas entre ciénagas oscuras
perdido en una noche sin costuras,
ajena a claridades trascendentes
acervo de las almas soñadoras
que tejen, incansables, mil auroras
escarnio de esos pobres inconscientes.

Sonríele a la vida aunque te duela
e hinque el mal sus garras en tu carne
con furia primitiva y te desguarne
el alma de los dones que revela.
Si encintas van las nubes de dolor
del llanto de tu estrella sin fulgor,
la umbría soledad de tu destierro
no debe estremecer tu confïanza
ni urgirte a abandonar toda templanza
vagando tan doliente como un perro.

Rosa (29/10/2013)

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Desguarnir:

1. tr. Mar. Zafar del cabrestante las vueltas del virador, la cadena de un ancla, etc., o despasar la beta de un aparejo que laborea por motón, cuadernal o guindaste.
2. tr. ant. Despojar de los adornos y preseas.

Preseas:

Joyas, alhajas, aderezos…