La cooperante (V)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda, la tercera y la cuarta)

—Así que tú eres la causante de tanto revuelo…

Laia había despertado en el interior de un helicóptero que acababa de tomar tierra. La condujeron, amordazada, a través de un inmenso jardín rodeado de murallas al interior de un palacio que custodiaban numerosos hombres armados de cara inexpresiva. Pese a notarse todavía bajo les efectos del narcótico con el que la habían dormido pudo reparar en el lujo ostentoso de las instalaciones, decoradas con todo tipo de obras de arte, que no parecían baratijas precisamente.

La llevaron hasta una gran sala diáfana al fondo de la cual había una mesa de madera con una silla a un lado y, al otro, una gran butaca que casi parecía un trono. La sentaron en la silla, le quitaron la mordaza, y la dejaron sola. No tuvo tiempo ni de preguntarse qué hacía allí porque enseguida apareció de detrás del “trono”, diríase que surgido de la nada, un hombre elegante, de unos cincuenta años, que irradiaba seguridad en sí mismo. No había duda de que se trataba del amo del lugar.

Se sentó frente a ella, la examinó durante unos instantes con expresión mezcla de curiosidad y fastidio, y empezó a hablar:

—No entiendo, ni en verdad me importa, por qué el gobierno de tu país se ha tomado tantas molestias por alguien tan insignificante, pero lo que sí sé es que a mí me están causando muchas más, y eso sí que me importa.

El tipo hablaba un castellano perfecto que apenas dejaba entrever un leve acento francés, y hacía gala de una autosuficiencia bastante despreciable; sobre todo teniendo en cuenta el lamentable aspecto que presentaba la joven.

Robredo (“¿Qué habrá sido de él? ¿Estará muerto?”) le había explicado algunas cosas sobre su secuestro y posterior liberación. Todo había sido una comedia organizada con el único propósito de desviar una ingente cantidad de dinero público hacia negocios muy turbios. Aquel tipo sería muy importante y sin duda estaba muy cabreado con el gobierno español, pero estaba claro que no conocía los detalles de la operación. Laia no sabía si eso tenía trascendencia alguna ni si era bueno o malo para ella.

—Debes estar preguntándote qué haces aquí… Tranquila, tu vida no corre peligro… de momento.

“Muy tranquilizador, desde luego”, pensó Laia, que había optado por no abrir la boca mientras no le hiciera una pregunta directa.

—Tienes que saber que tu gobierno ha pretendido tomarme el pelo y ha creído que se me pueden estafar unos cuantos millones sin que tome represalias por ello… Jamás me había topado con unos seres tan estúpidos.

“Vale, ¿y qué pinto yo aquí?” Laia no estaba tranquila; sentía el peligro. Sin embargo, tras haber superado dos años de un secuestro infernal, durante los cuales deseó la muerte a diario, su situación actual no era ni remotamente comparable.

—Evidentemente, pienso cobrarme la deuda, y con intereses. No sé por qué, pero tú pareces ser una mercancía muy preciada, así que lamento comunicarte que vuelves a estar secuestrada. Por tu bien, y por el de tu país, confío en que los inútiles que os gobiernan accederán a mis condiciones para tu liberación.
—Pero si quieren matarme…

El Conseguidor no pudo evitar que, al oír aquellas palabras, un casi imperceptible gesto de sorpresa le cruzara el rostro, pero se repuso al momento:

—Pues entonces te espera un futuro funesto. No tengo intención alguna de mantener a una invitada en mi casa de forma indefinida.

……………………………………………

Aquella información era una bomba que muchos preferirían no tener en sus manos. Lo que acababa de leer, y tanto la grabación de audio como la de vídeo que acompañaban al dossier, eran material suficiente para hacer caer al gobierno en pleno. El mayor escándalo desde la instauración de la democracia. Por supuesto, los documentos carecían de validez ante un juez por la forma ilegal en que, sin duda, habían sido obtenidos, pero bastaba con publicarlos para dictar sentencia… El problema era que no estaba nada seguro de que algún medio se atreviera a difundirlos. Había en juego demasiados intereses… “Pronto me pondré en contacto con usted”, le anunciaba el anónimo que había dejado el paquete en su buzón.

Ya estaba amaneciendo. Había dedicado toda la noche a estudiar aquel material… Como trascendiera que estaba en su poder podía darse por liquidado… El secuestro de la joven cooperante en Palestina había sido obra del propio gobierno. El jefe de la trama era el mismísimo Ministro de Defensa, si bien el informador anónimo no descartaba que estuviera implicado incluso el presidente. Habían adquirido armamento por valor de 50 millones de dólares a un traficante ruso para entregarlo como rescate a los supuestos secuestradores, que en realidad eran agentes de la inteligencia española y mercenarios contratados para la ocasión. El negocio de la operación residía en el hecho de que ese mismo armamento posteriormente había sido vendido de forma clandestina a señores de la guerra del Sudán por 100 millones, y el dinero convenientemente invertido en algún paraíso fiscal. Para no dejar cabos sueltos, la operación debía concluir con la muerte “accidental” de la cooperante, si bien el anónimo aseguraba que hasta el momento había logrado ponerla a salvo…

—¡Buuufffff! ¿Y qué hago yo con esto?

Luis, veterano periodista, con un gran prestigio en la profesión ganado a pulso destapando varios casos de corrupción política y empresarial, no se encontraba sin embargo en su mejor momento. Su intachable trayectoria les importaba un pimiento a los inversores del periódico en el que trabajaba, que sólo querían resultados empresariales. En los últimos meses otros profesionales tan intachables como él habían sido puestos de patitas en la calle sin miramientos, y sentía que su continuidad pendía de un hilo… Aquella historia era demasiado buena, demasiado trascendental como para obviarla. Había caído en sus manos el material que todo periodista soñaba… pero no sabía por dónde empezar.

……………………………………………

Aquella mañana hacía más frío del normal para mediados de septiembre. La humedad del suelo calaba hasta los huesos y las hojas de las plantas y arbustos estaban cargadas del agua del rocío de la noche. Nubes grises recorrían el firmamento empujadas por un suave viento del norte que, sin embargo, a quien permanecía en el suelo, expuesto a los elementos, con la ropa destrozada, y varias heridas abiertas, no le parecía tan suave. Robredo sentía un dolor intenso en varias zonas del cuerpo. Tenía la cara manchada de sangre seca que había manado de una herida en la cabeza. Intentó incorporarse. Pese al intenso dolor, comprobó que las piernas le funcionaban. Notaba una fuerte opresión en el pecho. Se deshizo de lo que le quedaba de americana, se levantó el jersey y por fin pudo aflojar el chaleco antibalas que le había salvado la vida.

Continuará…

La cooperante (IV)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda y la tercera)

—Nos bajamos.

El anuncio de Robredo devolvió a Laia al tren que estaba a punto de dejar España. Por primera vez desde que en Sants no respondiera al teléfono, había dedicado unos minutos a compadecerse de Aleix. El pobre no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Se había quedado sin piso y probablemente creyera que su novia había muerto calcinada. No responder a su llamada había sido una decisión acertada, pues a buen seguro aquella gentuza ya se habría encargado de invitarlo amablemente a que los acompañara. Sabía que habría seguido intentando comunicarse con ella, pero no tendría ocasión de comprobarlo, pues lo primero que hizo el agente especial Bond al encontrarse con ella en el andén fue lanzar el móvil a las vías. Sin duda, lo mejor para Aleix era que la creyera muerta… Laia se avergonzaba interiormente al ser consciente de que “librarse” de él le producía, por encima de cualquier otra sensación, alivio… ¿Cómo podía alegrarse por perder de vista a alguien que se había portado tan bien con ella?

El tren había aminorado la marcha. Robredo se asomó fugazmente por la ventanilla para confirmar que, efectivamente, tal y como vaticinara, la estación de Portbou, a la que se estaban acercando, estaba tomada por la policía. No podían ser menos discretos: las luces de las sirenas se veían a kilómetros de distancia.

—Tendremos que saltar en marcha. Vamos.

Laia sabía que no tenía sentido objetar. No había alternativa posible. Sin embargo, se atrevió a preguntar:

—¿Y luego?
—Nos recogerá una limusina que nos llevará a un aeródromo cercano donde nos espera un jet privado de lujo con champán en la cubitera y caviar iraní…

“Vale, lo he pillado.”

—¿Tú que crees que nos espera? Pues varias horas de caminata en plena noche por la montaña, evitando caminos transitados y zonas pobladas. Si logramos llegar a Francia es posible que encontremos alguna ayuda.

Sin duda, la llamada que había hecho justo antes de anunciar que debían abandonar el tren tenía algo que ver con ello… Un panorama muy alentador…

“En fin, parece que voy a tener que seguir haciendo de Lara Croft. Ahora toca saltar de un tren en marcha…”

……………………………………………

Javier Guzmán, alias Víctor Shervenadze, el nombre que había adoptado durante los dos últimos años, era el segundo agente especial del grupo de asalto K9 que moría en extrañas circunstancias en las últimas 48 horas. El anterior había sido Julián Savall, alias Shasha. Un inoportuno resbalón en la ducha había acabado con su garganta atravesada por unas tijeras abiertas que, inexplicablemente, habían aparecido justo en el punto donde cayó.

El Conseguidor no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción al recibir las novedades.

 ……………………………………………

Laia estaba exhausta. Llevaban horas caminando campo a través. Había estado a punto de quedarse dormida varias veces, aun sin dejar de andar, pero los zarandeos de Robredo la devolvían a la pesadilla en que se había convertido su vida. Estaba amaneciendo cuando desde lo alto de una colina divisaron un pequeño pueblecito francés.

—Bajemos. Allí podremos descansar un rato.

Robredo volvió a mirar la pantalla del teléfono y Laia, a pesar de su estado semicomatoso, percibió la cara de preocupación de su acompañante. Sólo unos segundos después el agente especial cayó fulminado y, ante la cara de asombro de la joven, que no entendía nada, rodó ladera abajo. No tuvo tiempo de pensar. Inmediatamente se vio inmovilizada por dos hombres corpulentos, vestidos de negro de la cabeza a los pies. Unas gafas de infrarrojos impedían que se les vieran los ojos. Sintió que una mano enguantada le tapaba la boca… y quedó inconsciente.

……………………………………………

El Ministro de Defensa se subía por las paredes. El maldito Ruipérez iba a desear no haber nacido. Lo que se suponía había sido una operación impecable se había transformado de golpe en una bomba que estaba a punto de estallarles en los morros. Dos agentes muertos y otro desaparecido, igual que el enviado del gobierno y la chica… Aquel desgraciado que se hacía llamar Conseguidor estaba demostrando ser una amenaza muy seria, pero él, mano derecha del presidente, no podía permitir que un tipo despreciable pusiera en jaque a todo un gobierno. Tenían que acabar con aquello de inmediato, antes de que el control de la situación se les escapara definitivamente de las manos… Por lo menos el dinero estaba a buen recaudo.

……………………………………………

Luis regresaba por fin a casa tras un día asqueroso asistiendo a ruedas de prensa, tomando declaraciones y grabando crónicas que, al fin y al cabo, no hacían más que dar vueltas a lo mismo sin acabar de aclarar nada. Estaba asqueado por la táctica del “y tú más” a la que los políticos de uno y otro partido no dudaban en recurrir para eludir su responsabilidad. Echaba de menos el periodismo de verdad, iniciar una investigación seria a partir de un indicio e ir indagando hasta destapar algún asunto turbio… Imposible. La actualidad mandaba; ir de aquí para allá a tomar las mismas declaraciones una vez tras otra y asistir a comparecencias patéticas que no aceptaban preguntas… Tras el último ERE la situación había empeorado. Treinta compañeros a la calle y el resto de la plantilla a asumir la misma carga de trabajo. Estaba hasta los huevos de hacer horas extra sin cobrarlas, sabiendo como sabía que en cuanto quisieran se lo quitarían de en medio sin pestañear…

Abrió rutinariamente el buzón… y allí estaba el paquete, sin señas, sin remite, sin inscripción alguna.

Continuará…

La cooperante (III)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte y la segunda)

Aquella afrenta no quedaría sin castigo. En todos sus años de carrera el Conseguidor nunca había permitido la más mínima falta de respeto. Un acuerdo era un acuerdo y saltarse cualquiera de sus términos acarreaba las correspondientes consecuencias. No se había labrado el indiscutible prestigio que tenía en el negocio mostrando debilidad y comprensión, precisamente.

Estaba furioso. De buena gana habría tomado medidas drásticas… Un coche bomba en algún sitio concurrido… Un ataque bacteriológico… Medidas que llevaran el pánico a todo el país. Lo merecían por tener unos gobernantes cuya palabra valía menos que sus repugnantes deposiciones, pero no podía dejarse llevar por la ira. Era un profesional, el mejor, y, por tanto, la represalia debía ser proporcional a la afrenta.

El emisario español no había dudado en humillarse en su presencia. Jamás había “negociado” con nadie tan patético. Un insulto más de aquel gobierno. “Perdone… Lamentamos lo sucedido… Ha sido un imperdonable error… No volverá a ocurrir… Le prometo que lo solventaremos y le compensaremos por las molestias…” Los balbuceos de aquel tipejo lo estaban poniendo enfermo. “Le reitero mis disculpas en nombre del presidente… Comprenda que no pueda hacerlo él en persona…” Patético. Por supuesto, aquel ridículo ser no regresó para explicar el resultado de la reunión por culpa de un desafortunado accidente…

Cuando un mes atrás el enviado español le dijo que necesitaban contactar con el principal traficante de armas ruso, un implacable ex agente doble de la KGB, el Conseguidor dejó muy claro que una vez iniciada la operación no habría posibilidad de vuelta atrás.

El enviado le explicó que un grupo terrorista había secuestrado a una cooperante española y que para su liberación exigía armamento por valor de 50 millones de dólares.

La cantidad le pareció escandalosa, e inaudito que un gobierno occidental accediera a un chantaje tan desproporcionado, pero ¿quién era él para juzgar el grado de estupidez de un gobierno? Sobre todo, teniendo en cuenta que el 10% de 50 millones era una ganancia más que interesante. No tardaría en comprender las verdaderas motivaciones de la operación… “Malditos gusanos españoles…”

……………………………………………

 A Laia le parecían increíbles varias cosas. La primera, estar metida en un follón de proporciones siderales en el que no tenía responsabilidad alguna. La segunda, ser la protagonista en aquel preciso momento, encaramada junto al agente Robredo en lo alto del tren, de una de esas escenas típicas del cine de Hollywood que tan enferma le ponían. Habían subido por la ventana del lavabo. Robredo tuvo que romperla, y ahí llegaba la tercera de las cosas que le parecían increíbles, quizás la más inverosímil de todas: que nadie se hubiera dado cuenta de la maniobra. De hecho, cuando los policías que habían subido al tren con la indudable misión de encontrarlos localizaron la ventana rota tuvieron la certeza de que habían huido por allí. Empezaron las carreras, los nervios, las órdenes y contraórdenes, y el rápido hallazgo del pañuelo que se pusiera en la cabeza al salir de casa horas antes, que el agente Robredo había dejado como señuelo a un par de metros de la vía, fue la prueba irrefutable de que pretendían escapar campo a través.

—¿Todos los polis sois así de espabilados?
—A mí no me metas, que yo no soy poli. De todas formas, pronto se darán cuenta de su error y llegarán a la conclusión de que seguimos en el tren, así que tenemos que abandonarlo lo antes posible.

Laia y el agente Bond iniciaron el regreso a su compartimento mientras el tren se alejaba de las luces que los buscaban entre los arbustos.

……………………………………………

—Mr. Ruipérez, you’ve made the best choice trusting in our bank in order to take care of your money.

Aquel empleado del National Bank of the Caiman Islands no ocultaba la satisfacción por haber cerrado una operación con la que probablemente acababa de cumplir con los objetivos para los siguientes cinco años.

Ruipérez sintió que se quitaba un peso de encima al entregarle el maletín con los 100 millones y firmar el contrato del depósito.

Habían hecho un negocio redondo con la pantomima del secuestro. Nadie podía imaginar que todo había sido un montaje muy lucrativo. Pero es que lo habían organizado muy bien. Lo más duro fue tener que esperar los dos años hasta poder concluir la operación… Pero los 100 millones bien lo valían. Era una pena que la joven tuviera que morir, pero no podían arriesgarse a que por cualquier motivo descubriera la verdadera naturaleza de su secuestro…

En cuanto la pantalla del teléfono por satélite se encendió supo que algo no iba bien. Tomó aire y se dispuso a contestar:

—Ruipérez.
—Tenemos problemas.
—Lo imaginaba, sino no me estarías llamando a este móvil.
—Se trata de Bond. Nos ha descubierto y se ha llevado a la chica.

Desde luego, una pésima noticia. En aquel momento no podía imaginar una novedad peor.

—¿Dónde están?
—Creemos que en algún punto entre Figueres y Portbou. Intentaban huir en el Talgo a París, pero se han bajado antes de que los pudiéramos detener.
—No pueden llegar a Francia, bajo ningún concepto.
—Lo sé…
—¿Sí?
—… Hay más…

Pues sí, había algo aún peor.

—Suéltalo.
—Se trata de Cañete… No ha vuelto de su reunión con el Conseguidor.

No hacía falta que dijera nada más. La situación era alarmante… Después de todo, resultaba que la operación no había sido tan perfecta.

Continuará…

La cooperante (II)


(Si te apetece, lee aquí la primera parte)

Tras veinte años de servicio el agente especial Bond (el capitán Benítez había sido muy gracioso asignándole el nombre en clave) notó enseguida que en aquella misión había gato encerrado. El gobierno se había tomado demasiadas “molestias” en la liberación de la joven cooperante secuestrada en Gaza en extrañas circunstancias. Normalmente Bond seguía al pie de la letra las instrucciones, sin plantearse el más mínimo dilema ético, pero últimamente estaba siendo testigo de demasiada porquería y había llegado un momento en que ya no estaba dispuesto a seguir tragando. Continuar igual, sin cuestionarse nada, significaba completar la transformación definitiva en robot, en una máquina sin sentimientos que ejecutaba órdenes con precisión milimétrica… pero su lado humano había pesado más en la balanza.

Laia Montero, activista pro palestina enrolada en una pequeña ONG catalana que desarrollaba proyectos para la infancia en la franja de Gaza. Una de tantas personas sensibilizadas con la causa, sin peculiaridad alguna que la hiciera sospechosa de simpatizar con grupos radicales. No ocultaba de modo alguno su ideología y en las redes sociales apoyaba sin reservas la autodeterminación del pueblo palestino, pero repudiando la violencia e incluso defendía el diálogo con Israel. De hecho, su ONG colaboraba con entidades de defensa de los derechos humanos hebreas. ¿Quién tendría interés en secuestrar a una pieza tan poco significativa?

Cuando le asignaron su liberación pensó que los captores tendrían relación con alguna banda de fanáticos próxima a Hamás o Al-Qaeda que buscaba protagonismo atacando a cualquier objetivo occidental, y Laia era una presa fácil, pero pronto se dio cuenta de que el asunto era bastante más complejo.

En aquella ocasión el canje no iba a ser por dinero. La rutina en casos similares implicaba el pago de un rescate al grupúsculo de turno a cambio de, además de la liberación, información que pudiera serle útil al gobierno. No podía decirse que fuera muy ético: negociar con terroristas y, si era posible, convertirlos en colaboradores, los típicos soplones de la policía pero a escala internacional. Ahora bien, menos ético, sin duda, era abandonar a la víctima a su suerte. Por Laia, en cambio, no iban a pagar dinero, no directamente al menos, ni se exigía contraprestación alguna más que la propia liberación.

La primera parte de la misión del agente Bond consistiría en contactar con un tipo de apellido ruso, Babkov, falso sin duda, ya que no había ni rastro de él en ninguna de sus numerosas fuentes de información. Su trabajo, sin embargo, no incluía averiguar nada sobre el tipo, sino simplemente asegurarse de que el cargamento que debía entregarle cumplía con las características pactadas previamente a un nivel más alto.

Bond siguió las instrucciones, pero se aseguró de que toda la operación quedara convenientemente registrada, incluyendo, por supuesto, la cara y la voz del tal Babkov. Su ostensible cojera sería un rasgo que facilitaría la identificación, aunque tampoco había que ser un lince para llegar a la conclusión de que se trataba de un traficante de armas. Pero, ¿acaso iba a pagar el gobierno español el rescate de una cooperante con armamento? Y si era así, ¿por qué recurrir a un traficante ruso siendo España una de las principales potencias mundiales en la fabricación de armas?

El siguiente paso sería contactar con el grupo que, según los servicios secretos de inteligencia, tenía secuestrada a la joven cooperante. Una organización de absurdo e impronunciable nombre de la que no existía referencia alguna. Bond cumpliría, evidentemente, a la vez que procuraría tomar buena nota de todo.

La operación se completó sin contratiempos. El agente español recepcionó el cargamento de armas y, el día pactado, se entregó en el punto acordado al tiempo que él se encargaba personalmente de recibir y acompañar de vuelta a España a Laia Montero.

Todo el proceso había sido lo suficientemente irregular como para sospechar que más adelante pudiera haber complicaciones… y, efectivamente, las hubo.

—¿Y por qué te arriesgas de esta manera por mí? —preguntó Laia al agente Juan Robredo, alias Bond, después de haber escuchado el relato de su liberación, cómodamente instalados en el compartimento del Talgo que los llevaría a París.

—Estoy harto de tanta mierda. Ha llegado el momento de rebelarse.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué es tan diferente en mi caso?

—Hoy debías morir en ese incendio. Yo no tendría que saberlo. Supuestamente nadie lo sabía, y espero que una vez descubran que escapaste estemos lo suficientemente lejos como para tener margen de maniobra. No tardarán en averiguar que yo estoy implicado, cosa que te ha salvado la vida, desde luego, pero que también significa que no descansarán hasta dar con nosotros y…

—Eliminarnos…

—Eres una chica lista.

—¿Por qué viva soy un lujo demasiado caro?

—No puedo probarlo al 100%, pero tengo los indicios y la experiencia suficientes para asegurar que tu secuestro fue organizado por peces muy gordos del mismo gobierno…

—¿¡Cómooooooo!? ¿¡Te has vuelto loco…!?

—¡Chsssssst! Baja la voz, que las paredes escuchan.

—¿Por qué iba a querer nadie del gobierno meterse en un ‘fregao’ así?

—¿En uno? En cientos de ellos, sólo que esta vez los niveles de truculencia eran demasiado altos y mi grado de tolerancia se ha reducido con los años.

—¿Me lo vas a explicar?

—Sí, pero tendrá que ser después de librarnos de la inspección policial rutinaria nada rutinaria que va a seguir a esta parada no prevista… Sígueme.

Continuará…

La cooperante (I)


Después de varios días huyendo, no sabía cuántos, escondiéndose entre las sombras, evitando los espacios abiertos, Laia se había hecho a la idea de que ya siempre sería así. Tendría que renunciar a la vida que conocía definitivamente: su familia, sus amistades, su trabajo, su novio… No podía poner en peligro a más personas de su entorno. Varias de las que habían intentado ayudarle no habían vuelto a dar señales de vida, lo que le hacía temer lo peor. Aquella gente no se andaba con remilgos…

Tras dos años de secuestro, el día que le comunicaron que la liberaban no podía creerlo. Hacía tiempo que había perdido la esperanza, y sólo aguardaba el momento de la ejecución. Tan funesta perspectiva, lejos de aterrorizarla, le ayudaba a soportar el cautiverio. La expectativa de una muerte próxima era lo más parecido a una liberación que podía esperar.

Cada mañana, al despertar, se preguntaba si aquel sería el día. En verdad, los últimos meses ya ni eso. Era como un alma en pena. No sabía dónde estaba, ni quiénes ni por qué la habían secuestrado. Ella no era nadie, una simple cooperante que intentaba dignificar la vida de personas condenadas a un cautiverio permanente por el simple hecho de haber nacido en el lado equivocado del muro que separaba la franja de Gaza del poderoso estado de Israel.

Sus raptores nunca le dijeron por qué la habían elegido. Ella imaginaba que tendría que ver con su incondicional compromiso con la causa palestina, pero no disponía de indicio alguno de que fuera así.

Al recordar el día de su liberación tenía la sensación de estar reviviendo un sueño. Todo fue muy rápido. Trayectos cortos, cambios constantes de vehículo, hombres encapuchados que apenas intercambiaban breves palabras en un idioma que no entendía (había llegado a la conclusión de que usaban lenguaje en clave, pues ella hablaba árabe y hebreo, y lo que escuchaba era muy diferente de ambos). Finalmente, la hicieron bajar en la pista de despegue de un aeródromo perdido en el desierto. Allí la recogió un hombre vestido de negro y con gafas oscuras que se identificó como agente del Centro Nacional de Inteligencia español. Sólo cuando escuchó aquellas palabras en castellano tomó conciencia de que, efectivamente, volvía a ser libre. Subió al jet que esperaba con la escalinata bajada y en cuanto tomó asiento cayó en un sueño profundo. No recordaba lo que era dormir por el placer de hacerlo…

Su llegada a Barajas fue todo un acontecimiento. Sonrisas y abrazos por doquier. Flores. Montones de personas que se alegraban de verla, que lloraban de alegría, y ella les correspondía con besos y sonrisas, aunque tenía la extraña sensación de estar asistiendo al recibimiento de otra persona. Era como si aquella mujer objeto de tantas atenciones no fuera ella. Dos años de la más absoluta soledad hacen mella…

En el hall del aeropuerto habían preparado una tarima con micrófono. Allí estaba la plana mayor del gobierno y representantes de la entidad para la que trabajaba. Todos pronunciaron sentidos discursos, repletos de grandilocuentes palabras y buenos deseos. Cuando llegó su turno únicamente fue capaz de sonreír y decir “gracias”.

Los días siguientes fue protagonista de portadas y programas de radio y televisión. Le hicieron montones de entrevistas en las que destacaban su aplomo y se asombraban por su capacidad de sufrimiento. “Llega un momento en el que no piensas. Simplemente resistes. El ser humano es capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, por dura que parezca”, argumentaba ella.

Y vaya si tenía razón. Lo había vuelto a hacer… Lo estaba volviendo a hacer…

Dos semanas después de la liberación recibió la llamada.

Había vuelto a Barcelona, al piso que compartía con su novio, quien la había estado esperando todo aquel tiempo, convencido de que regresaría. Ella no podía decir que lo siguiera queriendo. No lo sabía, y es que el proceso de recolocar sus sentimientos tenía que ser necesariamente largo, pues ella ya no era la misma persona. Sin embargo, no se vio con la fuerza suficiente para echar por tierra las ilusiones de aquel muchacho tan bondadoso…

“Tienes que desaparecer. Inmediatamente. Van a por ti. No hay tiempo para explicaciones. Sólo necesitas saber que viva eres un lujo demasiado caro. Procurarán que parezca un accidente”. “Pero, ¿qué…?” “No hay tiempo. A las 22.03 horas en Sants. Vía 7”.

No podía ser verdad. ¿Un lujo muy caro? ¿Quién era aquel tipo…? Las 21.05. Disponía del tiempo justo para salir pitando hacia la estación. ¿Avisaba a alguien? ¿Llamaba a la policía…? “¡Vete!” El grito de advertencia brotó desde lo más profundo de su cerebro y la activó como un resorte. Metió un par de bragas y dos camisetas en el bolso, cogió el móvil, se ató un pañuelo verde a la cabeza con la estúpida idea de que le ayudaría a pasar desapercibida, y salió por la puerta. Iba a tomar el ascensor, pero en el último momento decidió bajar por las escaleras… “Procurarán que parezca un accidente”. Ya en la calle apenas había recorrido cien metros cuando una explosión tremenda le obligó a girar en redondo… Sí, no había duda, el balcón en llamas correspondía al piso del que acababa de salir. Menos mal que Aleix no había vuelto todavía.

Llegó a Sants a las 21.55 horas, con el tiempo justo para ver en el televisor de un bar las imágenes de su piso en llamas. “… se cree que en el interior había una persona en el momento de la deflagración. Los bomberos trabajan para reducir las llamas al tiempo que el edificio está siendo desalojado…” La vibración del móvil le hizo desviar la atención de la pantalla. Aleix… Dejó que siguiera vibrando mientras buscaba el andén número 7. 22.02 horas. Ya estaba allí. Sentía cómo los nervios la devoraban por dentro. Sus ojos miraban inquietos en todas direcciones. El tren hizo su aparición… y allí estaba él. No había duda. El mismo traje oscuro y las mismas gafas de sol.

 Continuará…