Hace casi dos milenios que lo habían crucificado al lado de un tal Jesús de Nazaret, para quien la crucifixión era un mero trámite, según lo narrado en los evangelios. El pobre Dimas no había corrido con la misma suerte, pues aunque Jesús le aseguró que ese mismo día estaría con él en el paraíso, no contaba con que la burocracia celestial era peor que cualquier burocracia terrena. Jesús el nazareno olvidó pedir sus datos a Dimas antes de expirar, y cuando este llegó a las puertas del paraíso, su nombre no constaba en la lista de invitados.
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El mejor regalo

Miro los ojos de mi padre con detenimiento. Veo en sus pupilas mi cuerpo crucificado. Seco las lágrimas. Beso sus mejillas. Los clavos se desprenden. Flotan. Se transforman en los tres reyes magos. La cruz muta en dos gigantescas alas. No es el perdón de mi papá lo que me libera. Es el aceptarme como soy.
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