Acomodando la incomodidad


Fotografía y dibujo: Klelia Guerrero García

Al crecer y evolucionar
más allá de lo que vemos,
dice el dicho: ¡no sabemos!
Sea que llegue tras esperar
o de sorpresa a emocionar,
crecer no será cómodo:
afecta nuestro «acomodo»;
algo nos deja de quedar
e incluso empieza a molestar…,
¡se sentirá sobremodo!

No obstante, cuando eso pase,
casi nunca notaremos
los provechos que tendremos
sino, más bien, el desfase
y el traquear de nuestra base.
La pubertad es un caso
que ejemplifica ese paso:
tras lo que el espejo muestra,
está aquella voz siniestra
que dice: ¡esto es un fracaso!

Tal sensación puede causar
dudas de nuestro proceso,
pero precisamente eso
—en medio camino, pausar—
será clave para encausar
desde adentro el crecimiento.
Luego del abatimiento
por vivir la incomodidad,
veremos la necesidad
de expandir ese cimiento.

Si en el futuro perdemos
aquello que era cómodo
—pensándonos Cuasimodo—,
los invito a que observemos
y a que amor direccionemos
donde el dolor aparece…
¿Y si no es lo que parece?
Dejar de lado el apego
es complejo, pero luego
tal vez todo eso florece.

Propongo como epítome
que más allá de la misión
de la presente situación,
de las veces que retome
o del tiempo que nos tome
el crecer de cualquier forma
—hasta reduciendo la horma—,
la incomodidad es parte
de la vida y su baluarte…
aunque incumpla nuestra «norma».

La nota desnuda


Fotografía: Belgravia Studios, Londres. Versión modificada por Klelia Guerrero García.

Al definir una pausa,
¿qué se les viene a la mente?
Diría que, comúnmente,
sin mayor prueba, sin causa
aquella idea se encausa.
Se percibe como falta,
como México sin palta,
como estado carente…
Pero, de forma silente,
su influencia puede ser alta.

La música, por ejemplo,
del silencio necesita.
Hasta una pieza exquisita
no llega a ser contraejemplo:
sin contraste no contemplo
la belleza que contiene;
si nunca se la detiene,
bajará eventualmente
su impacto en cuerpo y mente.
¡Pierde la magia que tiene!

¿Y qué pasa cuando llega
una pausa a nuestras vidas?
Esas aguas removidas
que el día a día relega
y coberturas desplega,
al fin pueden ubicarse
y, con suerte, disfrutarse.
Con tanto entretenimiento
viene bien un vaciamiento,
aunque eso implique pararse.

Dijo Cage: para un humano
el silencio real no existe
puesto que, aún subsiste,
tras acallar lo mundano
el latido —y no en vano—.
Y Pradas, más adelante,
con su visión «discordante»
mostró que cualquier sonido
puede dejar de ser ruido
si se atiende vigilante. 

La desnudez de la pausa,
más que vulnerabilidad,
es apertura y realidad;
sea una u otra su causa,
de amar y ser es concausa.
No es fácil, pero es posible.
Descubrir hace visible
la belleza y la pureza
de lo que llaman rareza;
lo inicial, lo imperceptible.

Este es un recordatorio
para mí y otras notas
ya sean radiantes o rotas
de qué no implica mortuorio
la desnudez, sino ofertorio.
Aunque eso me exponga al frío,
o a la corriente de un río
—físico o de preconceptos—,
más allá de los adeptos,
por mis pausas, hoy sonrío.