El tablero de ajedrez sobre la mesa, un juego sin empezar, y dos copas vacías.
—Hace tantos años que no hacía una partida con alguien.
—¿Y cuál era el motivo?
—Simplemente nadie aceptaba una invitación tan inusual. Cuando le decía a alguien que viniera a casa a jugar una partida de ajedrez, parecía que le estuviera proponiendo un acto de tortura.
—¿Blancas o negras?
—Lo echamos a suerte, como se suele hacer.
—Para mi es igual, como si no lo supieras. Me tocan las blancas.
—¿Más vino?
—Gracias.
—Pues como te decía, desde que estoy de baja médica, me he vuelto un experto en el ajedrez.
—¿Depresión?
—¿Cómo lo has sabido?
—Lo veo en tu mirada. Te toca.
—Pero yo nunca lloro.
—La gente piensa que la depresión se relaciona con el llanto constante, pero no. Bueno, no es solo eso. A veces llorar alivia más de lo que creemos.
—Hablas como un experto.
—Bueno, todos hemos tenido malas rachas. Jaque.
—Me han dado una medicación que me quita el sueño. Por eso juego tanto.
—Lo sé, a mi me pasa igual.
—Sé de muchos que se drogan, otros que se abandonan al alcohol, mientras otros, como yo, juegan hasta el cansancio.
—Digamos que en cierta medida, has tenido suerte. El ajedrez no es un juego en el que te puedas dejar la hipoteca, la pensión, o tu herencia.
—¡Ja, ja, ja!, y que lo digas. Ahora muevo yo, jaque.
—En el pasado eras un tipo divertido, sociable. ¿Qué ha ocurrido?
—Hablas como si me conocieras de toda la vida.
—Las fotografías que tienes en el salón me han revelado tu secreto. Y están a la vista de todos.
—Ah, bueno, sí, las fotos.
—¿Pensaste que te estaba leyendo el pensamiento o algo por el estilo?
—Eres una persona muy observadora. ¿Qué más has podido deducir de mis fotos?
—La nostalgia… Oh, perdona ¿tienes más vino?
—Sí, claro ya sabes dónde están las botellas… Decías algo de la nostalgia. Es fácil deducir eso, cuando alguien atesora con tanto empeño sus mejores recuerdos en imágenes.
—Y ese libro que tienes empezado en el sofá, La ridícula idea de no volver a verte, no ayuda mucho a la recuperación.
—Depende desde qué punto de vista lo leas. Tiene una parte histórica que me resulta fascinante. Además, la literatura es lo que tiene, si no te sumerges en el mundo de las letras, te disuelves en el hastío de la realidad.
—¡Vaya, lo dices como si caminaras al borde de un precipicio!
—Es cierto. Dime si a ti no te ocurre lo mismo. Muchas veces cuando lees un libro, o cuando eliges un libro, generas una expectativa sobre lo que te gustaría que ocurriera, porque pensamos que somos dueños de otras realidades, más que de la nuestra propia.
—Jaque. Ahí te doy la razón. ¿Otra copa?
—Por supuesto. Además, somos tan perezosos, que eludimos cambiar el curso de nuestras vidas, y preferimos imaginar que somos tal o cual personaje de nuestras novelas favoritas. Pereza, eso es lo que nos define. Nada más enfermizo.
—Si lo tienes tan claro, qué haces aquí jugando a solas. Jaque mate.
—Tanto hablar, me desconcentra. Lo más lógico es que gane contra mi mismo, no que pierda. En fin. ¿Qué me dices si echamos otra partida?
—Bueno, parece que tendremos noche larga, otra vez. ¿Otra copita?
Por ahora no necesito que me recuerdes que estoy vencido,
que la alegría se me va como agua entre los dedos.
Hoy no necesito que me digas que me extrañas
porque yo mismo me siento extraño.
Hoy no necesito que preguntes si estoy bien
o si aún sigo mal, solo requiero de tu ayuda.
Hoy requiero de tu esencia, de un te quiero de la nada,
uno así de puro y lisonjero.
Hoy requiero que no calmes mi llanto, sino que llores conmigo,
que enjagüemos juntos los tormentos, que en este trance,
son triste y únicamente míos.
Hoy requiero que tus palabras azoten mi amargura con serenidad
y no se resquebrajen con verdades de medio talle.
Hoy requiero que tus palabras acechen con imprudencia tal,
que espanten cínica e infaliblemente mi depresión y desesperación,
que el monstruo se vaya y me deje tranquilo.
Hoy necesito que tu incondicionalidad no la pongas en tela de juicio,
sino que, así, sin más ni menos me digas ¡aquí estoy!
Hoy requiero que tus manos no solo no me dejen caer,
sino que me salven y le hagan contrapeso a este mal,
a esta execrable y pedante depresión.
Hoy requiero que tus brazos de forma insolente
arrecien conmigo, me levanten y no me dejen morir.
Hoy necesito de tu esencia, de tus destellos de alegría,
de tus inquebrantables ganas de vivir.
Hoy, solo por hoy, no reclames nada de mí,
solo soy yo y esta estúpida tristeza,
solo soy yo y esta matutina desolación que me corroe.
¡Lo siento mucho! Sé que añoras todo de mí:
mis risas, mis alocuciones disparatadas, mis alegrías y mi discreta locura.
Y de sobra sé que cuento contigo, pero ya no solo quiero contarte,
quiero convertirte en mi amparo, en el augurio sagital para salvar mi vida
de esta feroz desolación y de esta atroz depresión que aniquila mi ser.
—¡De verdad! ¡Yo no lo quería hacer! ¡Yo, yo, no no no no que-quería hacerlo! Yo no quería…
»Solo necesitaba que me dejaran en paz. ¡No paraban de decirme lo que tenía que hacer! ¡Estaba harto! ¡Harto!
»Y tuve que hacerlo… Os lo juro que no me quedó otra opción… No quería, no quería quitarlas de en medio. ¡Jamás les hubiera hecho daño como ellas me lo estaban haciendo a mí en vida!, pero tuve que matarlas una por una, una por una.
»Todas fueron mías. Vivían conmigo. No podía. No puedo. Lo siento. Lo siento mucho…
»Yo, yo estaba harto de sus consejos, de sus locuras, de sus idas y venidas. ¡Esas putas!
»La primera de ellas murió tan pronto…, que aún ahora me sorprendo, ¿sabe? Había sido tan mía…, tan querida…, que no sabía que podría deshacerme de ella tan fácilmente. Me hacía sentir que estaba vivo. Con ella a mi lado me sentía el rey del mundo. Era capaz de cualquier cosa, ¡cualquier cosa, joder! Todo era más brillante. Hablaba sin parar. Lloraba y reía sin ningún tipo de vergüenza. Salía a todas partes. Conocía a muchísimas personas. Dejaba que me enamorara de todo, de la vida, sin límites. El límite lo poníamos nosotros.
»Pero un día, ese maldito día…, me costó levantarme de la cama. Me empecé a encontrar mal. No tenía ganas de nada. La noche anterior, es verdad, me había peleado con un tipo por un resultado de un partido que ya no me acuerdo cuál fue.
»Sabía que se estaba alejando de mí. Lo notaba. Era como si me estuvieran arrebatando a un hijo de los brazos. Y apareció su amiga, su puta e inseparable amiga, ¡a joderme más la existencia! Mi amada debió pensar que ella me ayudaría. Y se fue y se convirtió en un recuerdo doloroso de lo que yo había sido. Y me quedé con su amiga.
»Empezó a meterse en mi cama por las noches y en mis pensamientos por el día. Hasta que nos quedamos en la cama una buena temporada. Apenas comía. Apenas me aseaba. No entendía cómo no podía sentir asco. Asco de mí mismo. Me deprimía cada vez más y más. Sus consejos eran de arena. Me tenía atado de pies y manos. No le importaba nada. Solo quería que fuera su esclavo. Y en eso me convertí. En una marioneta.
»La última, la mejor de todas ellas, a la que más quise, a la que adoré, era el término medio que tanto había buscado. Me convertí en una mejor versión de mí mismo. Tranquilo, sereno, las cosas bastante claras. Una persona normal.
»Os juro que lo intenté por todos los medios, no hacerle daño… Pero descubrí que me era infiel. Ese monstruo, que conocía de sobra, que nunca me dejó quererla como se merecía. La maté porque no quería que él la tuviera. Fue la más dolorosa…
—¿Cómo se deshizo de ellas?
—Nooo, no se lo diré hasta que me dé una maldita solución ¡ya!
—Está bien. ¿Qué pasa con él? ¿Por qué le cuesta tanto deshacerse de él si es el responsable de todo lo que le pasa?
—¡¿No se han dado cuenta aún?! ¡¿Cómo tengo que decírselo, maldito zopenco?!
»¡Yo no puedo luchar contra él! ¡Lo he intentado de mil jodidas maneras diferentes! ¡Con amor, con rabia, con desprecio, con desesperación hasta rozar la muerte!
—Pruebe entonces con esto —Deslizando sobre la mesa una caja pequeña de cartón.
—¿Qué es esto…?
—Por ahora, su último recurso para dejar de ser esclavo del miedo. Quetiapina.
—Yo, yo, yo es que no puedo más con estas cosas…
—Pruebe y ya me contará en la próxima sesión. Tranquilo, esto es como el dinero: no da la felicidad, pero ayuda.
Situado en un punto álgido y extremo del amor
no lo vivo, no lo sufro, pero lo disfruto.
Situado en un lado áspero y sugestivo del instinto sexual
no lo comprendo, no lo aprecio, pero lo gozo.
Situado en la parte íntima de la efímera depresión
no la aborrezco, no la conservo, pero la siento.
Situado en la realidad agobiante de la traición,
no la distingo, no la asqueo, pero la conservo.
Situado en la conclusión flagelante que difiere
mi realidad de la tuya, digo de tu traición y mi dolor,
comprendo que fue repugnante la realidad que me hiciste vivir.
Situado entre el dolor del amor y el dolor de ser amado
y de haber amado, finalmente termino asimilando la situación entre
el placer de amar y de ahí en más avanzar al dolor por amar.
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