A pesar de estar perdido por largas noches en el desierto aún respiraba. Marcos nunca encontró el oasis. Lucía delgado, harapiento, desconsolado. Sus labios en carne viva por saciar su hambre sangraban bajo la imponente superluna. Vagaba aturdido entre las noches sin horizonte. Estaba tan vacío que solo las migajas de su silencio lograron llenarlo.