Pacto con el diablo


Fotografía: Jesús Farrera

¿Pacto con el diablo? Sí, quizás sí, pero, ¿quién es ese diablo que posee mi alma ahora? ¿qué tan grande podré ser? ¿por qué yo, que he vivido en el fracaso encontré este atajo de las maravillas?

En retrospectiva, siempre fui el más vulgar de los vulgares, el más común de mis hermanos y el más insípido de mis amigos. Nunca tuve un logro presumible y ni mi cabello ni mis ropajes han sido presas de elogios. 

Estudié una carrera genérica, vivo en una casa prestada y no trabajo en cumplir los grandes sueños que todos los hombres tienen. Todos menos yo. Yo solo quiero que termine el día y, si no hay suerte, repetir otro día más.

Así que me pregunto; ¿Cómo podré ser ese hombre tan grande que el diablo me propone ser?

Entonces, aquí estoy, sentado en una vieja banca, con un pastelillo sabor a mierda, que me promete sueños que jamás he soñado y premios que nunca quise tener.

Por otro lado, si es el diablo que conozco, del que he escuchado tantas veces hablar en las misas, esto podría ser una trampa. Un veneno y un escape hacia una muerte inminente… Una salida.

Matar o vivir. Morir o crecer.

Está decidido. Si muero hoy, agradezcanle al diablo, quien me tuvo piedad a cambio de una miserable alma. Si crezco y soy el más grande de los grandes, ya me encargaré yo de vivir como un diablillo en sábado de gloria, hasta que llegue la muerte y se lleve consigo mi último aliento. Si eso pasa, ya veré si reclamar al diablo por dejarme vivir o agradecerle la nueva vida que me dió.

Agradecimiento


inferno
«The vision of hell», Metropolitan Museum of Art (CC0)

 

Como muestra de misericordia y de un poco de blasfemia, el señor Leonardo Covarrubias se inventó un humilde cuento que ha logrado que poco más de dos mil almas, habitantes de un pequeño pueblo de la sierra chiapaneca, piensen en mí noche y día.

Don Leonardo Covarrubias, de quien cuya edad desconozco, relató, en menos de seiscientas palabras, una historia en la que un diablo de dos y medio metros de altura, de complexión casi esquelética, con boca ancha y cara arrugada, con catorce ojos y piel colorada, ronda las calles del pueblo a todas horas, sin importarle si el sol brilla o si es la luna quien gobierna el cielo, buscando pecadores para atormentar con su presencia. 

El diablo del cuento se asoma a las casas, mira por las ventanas o las puertas, por el pestillo o entre cortinas, por los espacios vacíos que se ocultan entre las tejas o por los agujeros que han hecho las hormigas. El diablo observa y entra bajo las ropas, bajo las mascarillas y bajo la piel, atravesando los ojos, hasta llegar al área del cerebro en donde se esconde el archivero de las malas palabras, los malos pensamientos y las malas acciones. Se sienta a leer y mientras más encuentra, más lenta y dolorosa es la combustión del alma. Los doctores de la historia dicen que eso es neumonía y fiebre; el escritor explica que es asfixia y fuego eterno.

Pero lo importante del relato no es la similitud entre la ficción y la realidad. No, no es eso. Lo maravilloso del cuento es que, para salvarse del averno y su fuego infernal, Leonardo cuenta que en la biblioteca particular de don Evaristo Mejía (un anciano acaudalado), hay un viejo libro del año de 1934 de nombre «Antiguos remedios mejicanos contra el mal de la tierra, del mar y del fuego y de sus volcanes», que a la mitad del capítulo VI explica que:

«En los días en que el diablo ronda libremente por las calles y las avenidas, cuando sus miles de ojos y miles de brazos atraviesan los cerrojos de las casas para quemar las almas cristianas, se deberá colocar por fuera, y justo al lado de la puerta, siete flores y siete frutas sobre siete piedras de río, haciendo con ellas una pirámide. En el centro de la pirámide se debe colocar un pedazo de madera en el que se deben escribir los nombres de los residentes de las casa, pero sin vocales. La elaboración y perfecta colocación de este pequeño altar confundirá al diablo y a su amiga la muerte, y les hará avanzar a la siguiente casa y a la siguiente casa, hasta encontrar una en la cual no se les rinde tributo».

El cuento se ha hecho tan famoso, que todas las casas tienen altares en mi nombre, ¡la gente nos regala flores! Este pueblo es un rayo de luz y esperanza en un mundo donde todos nos maldicen. Ser Satanás en estos tiempos es horrible. Todos son «Oh, Dios mío, oh sálvame, Jesús», y nadie quiere venir conmigo. Hay un mundo asqueándose con la idea de visitarme. La humanidad huye de mí y de la muerte; la humanidad entera menos un pequeño pueblo.

El diablo sobre ruedas


Fuera llovía. A mares. A océanos.
Dentro goteaba. De sudor. De los cuerpos.

Fuera tronaba, el mundo se hacía pequeño.
Dentro crecía, de placer, el deseo.

Fuera un desierto de azul ceniciento.
Dentro una nube de un rojo travieso.

Fuera tragaba un pez un anzuelo.
Dentro mordían sus colmillos un cuello.

                             Hasta que

Fuera dejó de llover.

Dentro dejó de gotear.

   Y se hizo el silencio.

Ya caía la noche cuando se abrió una portezuela de la que se vio salir,
sigilosa, una sombra grande y fuerte.
Y de las hojas de los árboles, ayudadas por el viento,
se oyó algo parecido a un lamento…

Tengan cuidado,
el diablo anda suelto.

Tengan cuidado,
el diablo anda suelto.

Merche |  La ilusión de todos los días

Un mensaje para Dios desde el Infierno…


Querido Padre:

La temperatura está bajo cero y el rojo de mi piel se vuelve púrpura. El sudor se congela desde las sienes hasta los tobillos. Tengo miedo a ser descubierto. Solitario con HIV positivo, sin comadrona en este inesperado parto.

Esto me pasó por promiscuo, por insolente, por desquitarme de la traición de mi expareja. Me siento sucio, no deseado, amado solo por el deseo sexual de algún glotón o sanguijuela hambrienta. Detesto a los vampiros insaciables que intentan chupar la felicidad aún coagulada en las venas. La empatía se escapa por los poros de mi cuerpo contaminado en cada arranque de bipolaridad. Pero el sexo me enloquece, es la droga, el elixir que nutre las ansias de venganza.

Y tú no te detienes. ¿Por qué esa insistencia en acosarme, en querer cambiarme, en convencerme que soy bueno? Sigues enviando ángeles de tu escuadrón para que me detengan. Al final, morirán igual que todos tus emisarios. El próximo será una abeja más en mi colmena, después de haber depositado la miel virgen en mi organismo lo condenarás.

No soy digno de amar ni ser amado. Aborrezco a los arcángeles enviados por ti para redimir mis pecados. Lo sabes, te advertí acostarme con Lucifer tan pronto entrara por el umbral de las Tinieblas. Soy omnipotente, mi Señor. Indomable, bizarro, inconcluso, lleno de aberraciones. Escribo mis propios cuentos. Soy único, creativo, implacable, sin una pizca de principios ni arrepentimientos. No valgo la pena, lo sé, aunque el terapista insista en lo contrario. En el registro de mis obscenidades sobresalen vírgenes y serafines que por tu terquedad han ido a parar a las sartenes del Infierno.  Los pobres sucumbieron a las tentaciones. Soy resistente al amor. Tú me hiciste a tu imagen y semejanza. Acéptalo. Soy tu mejor creación después del Diablo.

Ahora vuelves a intentarlo. Esta vez, te confieso has sido muy astuto. Me envías un doble, en apariencia opuesto, pero en esencia tan parecido. Es como un nuevo personaje entre mis líneas; noble, honesto, limpio, todo un santo varón, cargado de valores y buenos sentimientos, pero vacío en el fondo. ¿Cuál es tu nueva estrategia? ¿Hacerme creer que él es real? ¿Qué hay alguien capaz de querer compartir su vida con un condenado? ¿La pareja ideal? ¿Alguien con la facultad de ver la pequeña luciérnaga atrapada en la oscuridad de mi caverna? Dios, me crees tan estúpido. Sé que escribiendo fábulas y fantasías eres el número uno en la historia. Me rebasas por mucho. Cuando un libro se sigue vendiendo después del primer año es un Best Seller, y con la Biblia, rompiste el récord.

Tengo que ser más listo y no dejarme hipnotizar por la candidez de este nuevo amigo. Si no me cuido puedo amanecer crucificado. Sin embargo, él no tiene miedo de acercarse. Sabes, este juego me gusta, hasta me excita su persistencia en sonsacarme. Está loco, completamente enamorado, sin miedo a contagiarse por cortejarme. ¡Qué tronco de novelón, Padre Celestial!  ¿Quién demonios te edita la lírica de mi destino?

Otro insecto para mis telarañas. Haré alarde de tarántula y lo devoraré lentamente, extremidad por extremidad, después de haberme degustado su ponzoña. Espero que no te enojes por mi irreverencia, después de todo no necesito protección, ni temo a algún tipo de contagio.

Soy libre de follar al hombre, a la mujer, al joven, a la vieja, al transexual, a la puta, a la lesbiana, a la muñeca, al burro, a los muertos, ¡hasta a mis personajes! La variedad del menú es infinita y a la carta. No tengo termómetro para medir el calor del desprecio hacia mí mismo. ¡Coño, qué erótico es el odio en todas sus manifestaciones!

Hoy en la noche lo invitaré a pasar a mi alcoba. No me conmueve ni un ápice el sentido de la responsabilidad. Cumplí con revelarle el peligro y él continúa en su peregrinación hasta mis adentros. Lo que busca lo encontrará, y tú, Todopoderoso, serás el único responsable. Estoy harto de tus retos.

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Él irrumpió desnudo en la habitación con un aroma fresco a orquídeas. De pronto, todo se oscureció y una luz me atravesó el alma. No me tocó ni una mano, pero lo sentía exhalando perfumes sobre mi cuerpo excitado. Logré mirarlo a los ojos y la oscuridad me fue absorbiendo las entrañas hasta dejarme seco. Su cuerpo hirviendo me quemaba de placer. Sus cuernos dorados se derritieron sobre mi espalda y quedamos fundidos para siempre.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, enviaste a Satanás para conquistarme, y yo como un tonto… aluciné. Me atrapaste. De vuelta al mismísimo Infierno.

Tu hijo, Mefistófeles