
Cierto día, un anciano practicante de vudú decidió que era tiempo de heredarle a su hijo el mahou que había pasado de generación en generación dentro de su familia. Esperaba lograr, como todas las Nobles familias oscuras, volver a su hijo lo suficientemente hábil en el arte del vudú como para superar Los juegos de las semillas y llegar a formar parte de las Diez plagas.
Las Diez plagas constituían el grupo de operaciones especiales del Dueño del mundo, un practicante de vudú que había sobrevivido a la Guerra de las lanzas y las lancetas, y que terminó por dominar y reorganizar todas las mafias que aún quedaban en el mundo. El Dueño del mundo, para esconder la presencia de sus múltiples cuerpos, dividía la información sobre su ubicación en diez fragmentos que debían ser introducidos en el talismán de la muerte de los practicantes de vudú más hábiles y jóvenes que pudiera encontrar. Si el practicante sobrevivía al ritual de iniciación, recibía dicho fragmento con cierta porción de la sed de sangre del Dueño del mundo. Este, a cambio, recibía la capacidad de no poder ser localizado mediante vudú o alquimia.
El hijo del anciano practicante de vudú, conocido como el Quebrantahuesos, decidió huir de su casa una vez que se enteró de lo que su padre planeaba hacer con él. Usó sus conocimientos de vudú para dejar un objeto impregnado con su sed de sangre y así engañar a su padre, haciéndole creer que aún estaba en casa mientras escapaba. Este hábil movimiento por parte del muchacho logró despistar al Quebrantahuesos y le permitió llegar a Ciudad capital para esconderse y vivir lejos de las obligaciones y torturas propias de las Nobles familias oscuras.
Pasaron muchos años desde su huida y el hijo del Quebrantahuesos dejó de esconderse dentro de la ciudad y decidió empezar una nueva vida. Durante el tiempo que estuvo oculto, se dedicó al desarrollo e implementación de un ritual para deshacer su talismán de la muerte y devolver el núcleo de su alma de nuevo al interior de su cuerpo, renunciando así a la práctica del vudú. Posteriormente conoció a una joven mujer de la que se enamoró y con la que llegó a establecer un hogar. Los años siguieron pasando y no había rastros del Quebrantahuesos. La joven pareja, confiada por el paso de los años, decidió tener un hijo.
***
El niño creció feliz y saludable dentro de la ciudad. Era su cumpleaños número cinco y sus padres lo celebraban con mucha alegría. Sin embargo, la búsqueda del Quebrantahuesos por un sucesor no había terminado. Y, en contra de todo pronóstico, el Quebrantahuesos traspasó todas las medidas de seguridad de Ciudad capital con el objetivo de visitar a su hijo una vez más.
Cuando llegó a casa de su hijo, decidió observarlo por un rato. Asqueado, se dio cuenta que él había decidido llevar la vida de una persona normal y que ya no se podía percibir sed de sangre por parte de él. Rápidamente, el Quebrantahuesos concluyó que su hijo había deshecho su talismán de la muerte y que esa era la razón por la que le costó tanto tiempo y trabajo encontrarlo.
Furioso ante aquella afrenta contra el honor de su familia, el anciano Quebrantahuesos decidió entrar a la casa. A diferencia de muchos practicantes de vudú, que manejan un repertorio considerable de técnicas, el Quebrantahuesos solo conocía el mahou familiar, que consistía en un conjuro que usaba la sed de sangre para otorgarle habilidades telequinéticas avanzadas a aquel que lo dominara. Sin embargo, dicha telequinesis estaba limitada exclusivamente a huesos u objetos construidos con dicho material.
El Quebrantahuesos había adquirido un dominio absoluto de su técnica. Se paró frente a la puerta y recitó rápidamente su conjuro de forma casi inaudible. Cuando completó el conjuro, se quitó sus prendas de vestir superiores. Usando un cuchillo se hizo un largo corte en su costado izquierdo, metió su mano dentro de la herida y se arrancó una costilla sin ninguna muestra aparente de dolor. Luego, sostuvo la costilla con sus manos, la hizo levitar frente a él y la quebró en decenas de pedazos puntiagudos de hueso. Finalmente, usó su telequinesis para disparar esos proyectiles contra el seguro de la puerta, haciendo que esta se abriera.
—Hijo, ¡cuánto tiempo sin vernos! —dijo el Quebrantahuesos, sonriendo de forma macabra.
El hijo del Quebrantahuesos no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Sabía que su padre no estaría muerto pese a su edad, pero nunca pensó que este pudiera encontrarlo luego de deshacer su talismán de la muerte. Asustado, decidió hacer frente a su padre con el objetivo de ganar tiempo para que su esposa e hijo tuvieran oportunidad de huir.
—¡Viejo! ¿Qué… qué haces… aquí? —dijo el muchacho, tartamudeando del miedo.
—¡Tonto! ¿Te crees indetectable por no tener un talismán de la muerte? —respondió su padre—. Cuando recuperaste el núcleo de tu alma, como cualquier otro ser viviente, empezaste a dejar un rastro involuntario de ánima.
—¡P… pero la ci… ciudad! —el muchacho estaba aterrado de ver que su plan de escape había fallado—. ¡La ciudad tiene una cubierta que impide la salida de energía y la recicla!
—Definitivamente debí entrenarte mejor —dijo el Quebrantahuesos, haciendo un gesto de decepción—. Basta un conjuro de rastreo, y estar lo suficientemente cerca, como para detectarte. Pero no, no lo hice, tengo un método más sencillo.
El Quebrantahuesos se sacó algo del bolsillo y lo mostró a su hijo. Era un trozo de hueso que había extraído de su hijo cuando este era muy pequeño.
—Este pequeño hueso tuyo te delató, funciona como brújula, siempre apuntará a tu dirección —el Quebrantahuesos sonreía de una forma oscura—. Bastó buscarte de pueblo en pueblo hasta que, eventualmente, estuve cerca de ciudad capital y el hueso delató tu ubicación.
El muchacho sabía que no tenía oportunidad si luchaba contra su padre; y menos ahora que ya no contaba con sus habilidades vudú. Así que, creyendo haber despistado al anciano, decidió sacrificarse para que su esposa e hijo tuvieran aún más tiempo para alejarse del lugar.
—¿Vienes para que ocupe tu lugar entre las Diez plagas? —dijo el muchacho, esperando que su padre simplemente se lo llevara de allí.
—¡Idiota! —gritó furioso el Quebrantahuesos mientras levantaba una mano y hacía el gesto de atraer algo.
—¡No puede ser! ¡Basta ya, por favor!—el muchacho gritó desesperado.
Su esposa e hijo levitaban en medio de la sala. No podían mover ni brazos ni piernas, tampoco hablar. Parecía que la fuerza de cadenas invisibles restringía sus movimientos. El Quebrantahuesos había aplicado su mahou en ellos desde el principio, ejerciendo presión para que los brazos, piernas y mandíbulas se atrajeran entre sí impidiendo la movilidad de las víctimas.
—¿Estás listo, muchacho? —dijo el anciano, mientras con una mano sostenía a sus víctimas en el aire y con la otra sacaba su cuchillo.
—Sí, padre. Iré contigo— dijo el resignado muchacho.
—¡No te hablaba a ti, inútil! —dijo el Quebrantahuesos, mientras se hacía otro corte en el costado y se sacaba otra costilla.
El muchacho no entendía, pero tampoco tuvo tiempo de pensarlo mucho. El anciano, sin necesidad de gesto alguno, rompió ambas piernas a su hijo que cayó al suelo y empezó gritar agónicamente.
—Le hablo a mi nieto, creo que contigo cometí muchos errores —dijo el Quebrantahuesos terminando de extraer su costilla—. ¡Tal vez con él sea diferente! Después de todo tenemos la misma sangre.
—¡B… basta! ¡Te dije que iría c… contigo, déjalo en p… paz! —gritó el muchacho mientras se arrastraba con los brazos hasta llegar a los pies de su padre.
El Quebrantahuesos se enfureció ante la supuesta insolencia de su hijo, por lo que decidió romperle los brazos también. Luego usó su telequinesis para colocar al niño contra el techo y dejarlo como espectador de lo que iba a hacer.
—¡Estoy harto de tu insolencia, te haré pagar el precio por renunciar al vudú!
Dicho esto, el anciano levantó ambos brazos y, con su telequinesis, tomó de la garganta tanto a su hijo como a su esposa y los empujó contra una pared para ahorcarlos. El niño lloraba e intentaba gritar al ver lo que pasaba, pero su mandíbula seguía bajo el efecto del mahou. Finalmente, el anciano cerró los puños y, con ese gesto, las costillas de sus víctimas se incrustaron en sus cuerpos perforando varios órganos, provocando una terrible tortura a la pareja mientras el niño lloraba desesperado y sin poder gritar o moverse.
—¿No quieres que sufran, niño?—dijo el quebrantahuesos dirigiendo una mirada fría hacia su nieto.
El niño intentó hacer un gesto de negación con la cabeza.
—Está bien, niño. ¡Cumpliré tu deseo! —dijo el Quebrantahuesos, mientras remataba a la pareja atravesando sus cuerpos con los proyectiles hechos de la segunda costilla que se extrajo.
El anciano bajó al niño del techo y se lo llevó para entrenarlo en lugar de su padre. Luego, desapareció del lugar sin dejar rastro.
Debe estar conectado para enviar un comentario.