Cena de empresa


Parece


Parece irónico cambiar de remitente
cuando las letras sin suerte
caminan solas, sin que nadie las cuente.
 
Parece ilógico que aún te recuerde
cuando las migajas de mi mente
se han ido poco a poco con la corriente.
 
Parece absurdo que se engañen
si alardeaban conocerme
pero es más fácil juzgar y entrometerse.
 
Parece cínico que despierte
la polémica ilusión de creerme inerte
que de premios y halagos construí mi puente.
 
Parece ambigua la razón
si las verdades son muchas
todo depende de cuanto se esmere la prisión.
 
Parece insipiente creerse anuente
y aceptar las ofensas con precio de muerte
desahogo abrupto, raíces de un corazón corrupto.
 
Parece, todo parece
pero nada es lo que esclarece
y todo lo que parece, no es más que una burla que ennoblece.

La esclava


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Eran las cuatro de la tarde del treinta y uno de octubre. Julieta estaba feliz porque la habían invitado a la fiesta de Halloween de su preparatoria. Ella no era una chica popular y aunque le extrañaba la invitación, no quería dejar pasar la oportunidad de mezclarse con las muchachas que lo eran. Le pidieron que se disfrazara de esclava y se imaginó que era parte de alguno de los juegos de la noche. Así es que se compró uno de esclava romana. Tenía un lindo bustier dorado, una faldita corta y para completar el look,  unas sandalias de tiritas hasta la rodilla.

Ya había arreglado todo para que sus padres no se enteraran que iba para esa fiesta. Si les pedía permiso, ellos no la dejarían ir. «Son tan anticuados», se decía. Les dijo que se quedaría estudiando en casa de su amiga Emilia, otra niña tan mojigata como ella. Había decidido dejar «accidentalmente» el celular en su casa para no ser contactada. En complicidad con ella, Emilia no contestaría ninguna llamada telefónica de los padres.

Esa mañana se había llevado su disfraz consigo. Era cuestión de esperar al grupo que vendría a recogerla a la escuela. Su corazón palpitaba excitado. A las cinco llegaron un par de muchachos enmascarados. A ella le pareció divertido y se subió al carro con ellos. Se dio cuenta de que iban alejándose bastante, cuando el que conducía se metió por un camino vecinal que llegaba a un lugar que nunca había visto antes. Entonces empezó a preocuparse.

****

Los dientes de Julieta estaban en el suelo. Una mezcla de sangre con saliva chorreaba por su barbilla. «Este asqueroso sabor a metal me da nauseas», pensaba. Se arrastró por el suelo hasta llegar a la pared. Intentó levantarse pero no pudo. ¿Cuántas puñaladas había recibido ya? Había perdido la cuenta. Cada vez que trataba de escaparse, le asestaban otra y ella sentía cómo se hundía el cuchillo desgarrándole la carne. Un coro de gritos, risas y burlas era todo lo que escuchaba.

—¡Ven, esclava! —dijo alguien mientras le halaba las piernas.

Sus padres se lo habían advertido tantas veces. No se podía confiar en todo el mundo.

Imagen: commons.wikipedia.org