Rojo.
Le hervía la sangre y se lo hizo saber.
Le arrojó sus cartas y le clavó sus miradas de puñal,
todo aquello que una vez sintió por él,
lo devolvía en la dirección opuesta,
con más vinos que siestas, se perdieron las apuestas.
Verde.
Silenciado por sorpresa
los celos le carcomían la lengua.
Por más que era graduado con honores
por regalar sonrisas falsas y flores,
se le esfumaron de sus manos las felicitaciones.
Negro.
En la noche más lenta y sensata, se acostó sobre sus pies.
Quiso sentir la tranquilidad del cielo
en carne propia, con los ojos cerrados y sin sueños.
Sabía que no obtendría respuestas
aún así confesó sus indicios de locura, a sus anchas, con ternura.
Azul.
Llenó la pileta y se lanzó boca arriba
para flotar o hundirse de una buena vez.
La decisión tomada ya no le pertenecía,
cada paso en falso se convirtió en herejía
supo encontrarse invertido y al revés.
Blanco.
¿Sabes tú de lo que hablo? Dime que sí.
De persona a persona te traduzco mis gestos
para que los grabes y no tenga que disimular más.
Y que sientas en el pecho mis promesas encubiertas
sin palabras tu comprendas que este es mi símbolo de paz.

Imagen «De Espaldas», por Esteban Mejías.
Edición por Rodrigo Corrales.
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