Castigos púberes


Con el abanear del campo

de amapolas

mis sentidos descansan

exaltados.

El recuerdo del caballo

recorre aún las estepas

de mis venas.

Me quedo dormido y sueño

frustraciones.

Yo solo quería jugar,

joder,

no sosteneros.

Frío


Cuando pensaba en el frío, pensaba en esa sensación térmica que te hace titiritar, que hace que tus dientes suenen como castañuelas, que te eriza la piel, que te cala hasta los huesos, que te suspende la sangre en las venas, que detiene el funcionamiento de tus órganos hasta morir. No pensaba jamás, que iba a despertar una mañana con tu brazo alrededor de mi cintura tan frío, tieso, e inmóvil.

Mi mano sobre tu brazo frío es una experiencia de nunca olvidaré. Y no es que no olvidaré que moriste en el sueño a mi lado. Que me diste un último beso aquella noche para no despertarte, como una Bella Durmiente al revés. Es que el tacto de mis dedos sobre la superficie fría de tu brazo sin vida, quedó tatuado en mi memoria para siempre.

No hablamos nunca de la muerte. De quién iba a morirse primero. De testamentos. ¿Para qué? Éramos muy jóvenes todavía. ¿Quién piensa en eso a los veinte años? No teníamos hijos, ni gatos, ni perros, ni peces. Solo toda la vida por vivir. Un piso, una cama, la tele, una mesita y dos butacas. ¿Hacía falta algo más?

Me quedé inmóvil en aquella cama, no sé por cuánto tiempo tratando de entender por qué no te movías, por qué no respondías, por qué tu brazo estaba frío, tan frío. De repente salté fuera de ella y me quedé parada frente a ti, acostado de lado, todavía con tu brazo estirado como si lo tuvieras alrededor de mi cintura. ¿Qué era aquello? Mi cabeza no podía descifrarlo, aunque puedo decir que no sentía miedo.

Me acerqué despacio y te toqué. —Mi amor —dije, rogando que fuera un sueño, pero al escucharme supe que no lo era. Lloré. Dí la vuelta a la cama, por el lado tuyo. Suavemente toqué tu pelo y me metí de manera que tu cabeza quedara sobre mi regazo. Acaricié tu cara fría, dormida para siempre, lamentando no poder ver tus ojos una vez más.

Entonces odié las drogas y el alcohol que tomamos esa noche, que no me permitieron decirte adiós.

Y fueron papás y se compraron un chalé


cocaina

Tengo cuatro canas

en el bigote

haciendo una raya blanca

que se parece a Noelia.

No el bigote,

la raya, me refiero.

José —su novio—

después de escaparse juntos al coche

siempre decía:

«No la soporto,

si no fuera por la farlopa»

Ella, después de empolvarse la nariz

muchas veces se dejaba

algún rastro de… (espacio blanco o

inventa tú la metáfora)

Y hablablaba y hablablaba una tonelada,

quizás demasiado blanca o ciega

para pensar lo que decía:

«Me jode decirlo, pero alguna se lo merece»

(Se encienden las luces, aparecen los títulos de crédito

y después de una larga lista de nombres surge un mensaje que dice:

«Los personajes y los lugares son ficticios,

cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia»)

Ella, trabajaba en Servicios Sociales

con mujeres maltratadas.

Confesión de una bala perdida


Son las doce de la medianoche. No sé cuándo voy a detenerme. Solo escucho el quejido del viento raspando mi cuerpo plateado mientras continúo el viaje a toda velocidad en este vacío. Tantas veces he tratado de no dejar que José me manipule o hiera  mis sentimientos.  Al final del día, él permanece invicto. La  infidelidad con sus dos amantes imaginarias siempre lo confunden. Estas dos rameras tan distintas, como dos polos opuestos en su mente, lo enloquecen; una sumisa, deprimida, coleccionista de tristezas, la otra eufórica, tóxica y maniática.  No hay duda que las somete a las dos con maestría. Lo riesgoso es que él piensa que su enfermedad de bipolaridad está en equilibrio, automedicándose.

Él es implacable cuando me lastima y me obliga a actuar en contra de mi voluntad. Permanezco muda, sigo sin pausa, sabe Dios hacia dónde. Si alguna vez me hastío de tolerar sus golpes, espero no sentirme culpable de no extrañar sus insultos: “Eres como las otras, después que cumplen mis deseos no valen nada”.

Por fin me detengo bruscamente. Estoy atascada en un lugar oscuro, caliente. No tengo idea donde me encuentro. Oigo ruidos y voces que se mezclan en la distancia. Quedo atrapada y mi cuerpo metálico, cilíndrico, se cubre de sangre. Entre la muchedumbre logro distinguir los gritos de un padre desesperado: “María el niño tiene una bala en la cabeza”. A doscientos pies de distancia, José endrogado sigue disparando balas al aire celebrando la despedida del año, un año, de pura mierda.

Memorias de mi perdida juventud


Estas sombras son
Tan extrañas
Hay terribles sentimientos y
Saliva católica
Cristianos muertos
Por todo el piso
Esperma
Y vodka
Estoy vomitando
Sobre la cama de tu madre
Y el vino no alcanza
Es una fiesta salvaje
Películas porno calentandonos a todos
Mellizas cojidas sobre la alfombra
Juegos duros
Punk rock, Deathrock, música enferma en el estéreo
Las pastillas azules me llevan
Tan alto
Me masturbo con la estrella más cercana
Y acabo
Sobre el kaos de-memorias-de-mi-perdida-juventud