
El verbo adjetiva la acción.
Una bandada de letras
siembra palabras.
Un mechón de dudas
oscurece tus ojos.
Esta tautología
define y nombra.
El verbo adjetiva la acción.
Una bandada de letras
siembra palabras.
Un mechón de dudas
oscurece tus ojos.
Esta tautología
define y nombra.
¿Existes?
¿O es de nuevo la inspiración visitándome inapropiadamente donde no es bien vista?
En la báscula de estos días sin clima
todo me parece tan seco por fuera
y tan mojado por dentro,
con pastos que muestran que ya han sido pisados
y que quizás solo se deba seguir el trazo
¿cómo podría evitarlos?
Volando, quizás. Volando como vuelan las ideas
cuando las desprecio
volando como cuando no te respondo lo que pienso
y me pierdo entre mis áridos labios
que jamás se abrieron,
sintiendo como me trago las palabras
evaporando el bastardo sarcasmo
en el esófago de mis credos
haciéndome pensar que a fin de cuentas
no estoy tan muerto.
—Lo he estado pensando por mucho tiempo. El tiempo de mirarte directo a los ojos, exhalar un aire diferente, acelerar la velocidad con que este motor late y acariciar un poco la libertad que me he negado por mucho tiempo, ese tiempo, ha llegado.
»Si el miedo fuese una condición agradable ten por seguro que no haría esto. No me tomaría la molestia de pararme frente a ti y confrontarte. Aceptaría una vida fría y llena de incertidumbre. Me cubriría de dudas, me alimentaría de inseguridad, observaría todo a mi alrededor con ojos de desconfianza y hasta soñaría con el fracaso. ¿Lo puedes imaginar? ¿Soñar y no lograr volar? ¡Es ridículo! Se supone que en tus sueños todo es posible. Ganar es una opción en tus sueños. Ganar cuando sueñas es sencillamente magnífico, ¿cierto? Se siente bien. ¡Oh, claro que sí! Hasta tú lo sabes, se te nota en esa sonrisa que me dejas ver. Pero a partir de hoy, en este momento, tú y yo dejaremos de vernos.
»¡Ay por favor! No me veas con esos ojos que cuestionan lo que hago, como si me dijeran que no reflejo la seguridad que se necesita para hacerlo. Sé que estoy empezando a hacer todo diferente, me puedo dar el privilegio de estar nervioso.
»¿Eh? ¿Te estás riendo? ¿Te estás burlando de mí? No lo compliques más. Déjame. Para. ¡Ya para! ¡YA CÁLLATE!
Me quedé en silencio, con la mirada hacia abajo. Pequeños bultitos brillantes de color rojo carmesí comenzaban a salpicar aleatoriamente el piso. Los veía caer, óvulos perfectos, impactando el suelo en cámara lenta y salpicando débilmente mis zapatos. Me sentía mejor. Realmente me sentía mejor que nunca. Pensé que era una satisfacción producto del trance en el que me encontraba pero, incluso en el momento en el que comencé a sentir ese incómodo dolor en mi mano derecha, nunca dejé de sentirme tan bien.
Levanté mi mirada y no vi a nadie. Su figura había desaparecido.
Agrietado e inservible, le di la espalda al espejo que recién había golpeado. Unos nudillos abiertos y un camino marcado detrás de mí no me detuvieron. Sólo caminé a hacer lo que debía hacer.
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