
El primer pozo de los deseos del que se tiene un registro data del año 087 de nuestra era. El pozo se ubica en la colina de Tara y está resguardado por duendes y animales.
Lamentablemente, para muchos humanos es imposible siquiera verlo desde lejos. Ni siquiera los drones ni las radiografías logran detectar el pozo cuando el pozo no quiere ser visto. Afortunadamente, se sabe de dos formas de encontrar el pozo. La primera: un duende debe tomar tu mano y llevarte. La segunda: con una moneda mágica que solo se consigue en el mundo de los sueños.
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Hace días, tuve un sueño. Soñé que estaba con Ana María en un parque. Yo leía una revista de Salto al reverso y ella leía Cortázar.
Hacía tiempo que no la veía con sombrero y me tenía fascinado. Ella era la joya de la corona y yo no tenía ningún título nobiliario, pero estaba conmigo.
Fui solo por café, mientras ella me esperaba sentada en la banca. En el camino, tropecé con una rama y caí a un pequeño lago artificial. Los brillantes peces del estanque jugueteaban conmigo, se metían entre mis brazos y piernas y sentí que no querían que saliera. Y me hubiera quedado, pero esperabas un café.
Todo mojado, pedí dos americanos sin azúcar y un cruasán salado. La cuenta de ochenta pesos no pude pagarla, porque no llevaba más dinero que una moneda extraña que no me aceptaron en el quiosco.
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Esa mañana, cuando desperté, desperté mojado. En mi mano izquierda no traía nada, pero la derecha apretaba la moneda extraña del sueño.
Agua, como conductor universal; moneda, como figura onírica que trasciende realidades.
Agua, sueños, moneda, pozo, moneda, sueños, agua.
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Hace poco descubrí que tengo en mi poder una moneda que me permitirá pedir cualquier deseo, en un pozo que está al otro lado del mundo. Irónicamente, no tengo dinero para un boleto a Irlanda ni deseo nada del mundo, porque mi mundo está completo cuando, en la realidad y en los sueños, puedo sentarme en una banca a leer con Ana María.
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