Cucarachas


Vi asestar doce puñaladas
a un costal de lona lleno de pan.

Pensé en la dolencia de lo mullido y
en cómo florece la saña entre espigas.

Se dirigieron a mí: «Y a ti, ¿qué roe tu
estómago? Y a ti, ¿quién te convierte
en alimento delicioso y pestilente, lleno
de huecos?». Era el mismo roedor que asía
el cuchillo, el mismo del que tragué anzuelos.

Cuatro o cinco panes rebanados en aquel costal,
sobre el que correteaba hasta encontrar la mano que aplasta
y queda limpia, aun sin bañarse en agua.

Una puerta llena de polvo 


Ayer me quedé mirando una puerta llena de polvo y me acordé de ti.

No me malinterpretes, la puerta estaba abierta pero al verla imaginé dejarla olvidada mientras ella allí seguía desapercibida entre todas las demás.

Además, todo aquel polvo que la recubría parecía mantenerla en una burbuja de resinas enigmáticas: perfumada y purificadora.

Lo noté porque me dieron ganas de rozarla mientras la atravesaba.

Se quedó a dos segundos de mi piel. Los mismos que necesitaba para dejar de pensar en ti mientras caminaba atravesando el mercado. De repente, lleno de gente. Árboles en mi camino.

Ayer me quedé mirando una puerta llena de polvo, fueron sólo dos segundos.

Instantánea impresionista accidental


Crecen las hiedras
y mucho de lo que las rodea
está inerte y mustio.

Campanillas de jazmines
cantan en la noche.
Suenan rompiendo la escena lacónica,
tintinean las flores caídas en el suelo
tras su baño metálico lunar.

Asomada a la ventana
sonrío y pienso
en el aire perfumado,
en la melodía,
en la luna,
en la noche
y en ti.

Me digo:
vivir un momento
de dulce instantánea
impresionista accidental.
En una ventana al mundo
desde donde me asomo
y sonrío,
sin timidez.

Como nubes iridiscentes


Una galaxia
de cristales de hielo
componen tus iris.
Giran
por ondas de atracción
sonoras
alrededor de tus pupilas
—fosos atrincherados
de defensa.
Caigo al agua.
Bebo de tu fuente de virtud.
Nadie regala la salvación.
Somos eventuales
como nubes iridiscentes,
como las vueltas
—transeúntes y flotantes—
alrededor de tus ojos,
como nuestro cruce de miradas.
Tan efímeros
que debo recordarlo
—y repetirme—
tras el primer filtro
de árboles y ramas a mi paso.

Poda invernal


Las tijeras chirrían.
Mis cuatro brazos
—esqueléticos—
se debilitan.
Necesitan reposo
tras un invierno duro y seco.
Mis hojas
—ropajes de bronce—
tiemblan poblando el suelo.
Se llevan mi riqueza consigo
y la esparcen aleatoriamente.
Psicopompos se acercan
cortando mis lazos
a dos yemas.
Dejándome los pulgares necesarios
para futuros brotes.
Vástagos
de esta sufrida poda invernal.
Rebrotes retoñadores
de ese corte padecido
y germen de cosecha abundante.

En la puerta o en el portal


Perseguí cada una

de las pistas

que dejamos

en tinta invisible

en cada lugar visitado.

Todas me conducían

a un abismo.

Lleno de curvas

tentadoras.

A mi izquierda,

Paolo y Francesca,

daban la bienvenida.

Miraba el jardín

repleto de flores

del mal.

Todas a punto

de germinar

y aumentar

el goce visual.

¿Seduce el deleite

de la vida

cuando se abre la puerta

y se presenta así

la bestialidad?

Me quedaré en el portal.