Rompiéndome


—Lo he estado pensando por mucho tiempo. El tiempo de mirarte directo a los ojos, exhalar un aire diferente, acelerar la velocidad con que este motor late y acariciar un poco la libertad que me he negado por mucho tiempo, ese tiempo, ha llegado.

»Si el miedo fuese una condición agradable ten por seguro que no haría esto. No me tomaría la molestia de pararme frente a ti y confrontarte. Aceptaría una vida fría y llena de incertidumbre. Me cubriría de dudas, me alimentaría de inseguridad, observaría todo a mi alrededor con ojos de desconfianza y hasta soñaría con el fracaso. ¿Lo puedes imaginar? ¿Soñar y no lograr volar? ¡Es ridículo! Se supone que en tus sueños todo es posible. Ganar es una opción en tus sueños. Ganar cuando sueñas es sencillamente magnífico, ¿cierto? Se siente bien. ¡Oh, claro que sí! Hasta tú lo sabes, se te nota en esa sonrisa que me dejas ver. Pero a partir de hoy, en este momento, tú y yo dejaremos de vernos.

»¡Ay por favor! No me veas con esos ojos que cuestionan lo que hago, como si me dijeran que no reflejo la seguridad que se necesita para hacerlo. Sé que estoy empezando a hacer todo diferente, me puedo dar el privilegio de estar nervioso.

»¿Eh? ¿Te estás riendo? ¿Te estás burlando de mí? No lo compliques más. Déjame. Para. ¡Ya para! ¡YA CÁLLATE!

Me quedé en silencio, con la mirada hacia abajo. Pequeños bultitos brillantes de color rojo carmesí comenzaban a salpicar aleatoriamente el piso. Los veía caer, óvulos perfectos, impactando el suelo en cámara lenta y salpicando débilmente mis zapatos. Me sentía mejor. Realmente me sentía mejor que nunca. Pensé que era una satisfacción producto del trance en el que me encontraba pero, incluso en el momento en el que comencé a sentir ese incómodo dolor en mi mano derecha, nunca dejé de sentirme tan bien.

Levanté mi mirada y no vi a nadie. Su figura había desaparecido.

Agrietado e inservible, le di la espalda al espejo que recién había golpeado. Unos nudillos abiertos y un camino marcado detrás de mí no me detuvieron. Sólo caminé a hacer lo que debía hacer.

Golpeteos


Me despertó un ruido a mitad de la noche.

Era un ruido como el golpear de un puño en un pedazo de vidrio. Un golpeteo desesperado, como cuando se toca a la puerta, como si alguien me estuviera pidiendo que le dejara pasar.

Pensando que habría alguien en la ventana me levanté y me asomé al patio.

No había nadie.

Intenté relajarme; «quizá lo has imaginado» me dije. Cuando al fin me relajé y pude irme a la cama lo volví a escuchar… y se me puso la piel de gallina.

El ruido venía del espejo.

Lejano beso


Una fotografía en tu mirada,

un regalo de antiguos y legendarios,

el cristal refleja apenas un destino

y el lejano beso es un reflejo

muy por encima, tu voz andante,

arcano signo de intención regresa.

 

Una pupila como la de un martes,

fina e infinita, aquella línea del ocaso,

y tus labios tiernos ausentes de sangre,

una mirada distante y tus palabras,

intactas en la retina, en la mirada,

ambos ocultamos en ningún lugar.

 

Una caricia artista sobre tu cuerpo,

lienzo enigmático, interior gusano,

en tu sonrisa frágil algún otro cuento,

un te amo para alguien, tan lejana,

tanto, cuántas ágiles voces claman

que juntos olvidemos rasgos amargos.


apago el nombre, la luz y el fuego

comprendo la voz equívoca de tu silencio,

alguna flor amarilla buscándose en el espejo

y mi falta de cordura para decir te amo

cuando no hace falta escribirte tanto