Esta fuga de mi mismo (11)


Laura trabajaba como recepcionista en un hospital que poseía cierta fama de ser bueno. Lo que en realidad le gustaba a ella era la actuación. Actuar era para ella como lo mejor que le podría suceder, sobre todo porque se podía disfrazar y nunca era la persona que los demás sospechan o creían que era. Antes de llegar al hospital, ella trabajaba en la centralita de la policía despachando las diferentes misiones a los patrulleros que andaban de servicio en las calles. Vivía en una ciudad interesante para el crimen: muertes, desapariciones, corrupción, secuestros, infidelidades. En el campo de las infidelidades es donde ella se sentía a gusto. Hacía mucho tiempo que Laura no encontraba nada interesante en la ciudad, alguna historia que envolviera pasión, sexo, lujuria y muerte. En sus ratos libres ella se dedicaba a investigar estos casos interesantes, les armaba un perfil criminal y no descansaba hasta entender a la perfección lo que estaba ocurriendo. Cuando llego al hospital, ella ya había sido operada de su columna y estaba mucho más hermosa que cuando llego a la ciudad por primera vez. Laura había caído en esos momentos en la tentación de volverse lesbiana, la culpa la tenía su espejo, pues cada que se veía en el, ella se enamoraba más y más de ella.

Antes de encontrar un caso interesante con el cual entretenerse Laura salió corriendo del hospital, era un trabajo, soso, aburrido, como para morirse de lo mal que estaba.

Solamente había historias sin sentido, chismes de unos empleados contra otros, envidias de los otros y unos cuantos que habían sido corridos, por lo demás los casos que se presentaban daban flojera: meningitis, dengue, influenza, huevo muerto retenido, instrumentación de columna, espondilodiscitis, etc., desde luego un etc., largo pero aburrido.

Nos conocimos en el hospital. ¿Qué demonios estaba yo haciendo en un hospital?

Le advertí a Laura que me gustaba más leer libros que la infidelidad. Y ella me dijo que eso era porque hasta ahora no me había encontrado a una mujer como ella, una mujer que tenía entre las piernas el calor ideal para hacer arder mi infierno. Admití que su idea no era del todo mala, pero le dije que no. que no me interesaba por ella y quizá fue por eso que la tormenta entre ambos fue creciendo, o tal vez todo sucedió porque así tenía que ser, como sea yo no creo en la casualidad y mucho menos en el destino, es decir cada cosa es consecuencia de nuestros actos. Dios no estaba mirando a nadie a sí que era fácil hacer lo que se nos viniera en gana. Ella me dijo que en serio tenía ganas de sentirme entre sus piernas, y yo le dije que en serio tenía ganas de estar dentro de ella, la nuestro resultaría una combinación catastrófica. Sus senos eran blancos, pequeños, pero firmes y llenaban con facilidad mi boca. No nos íbamos a morir de amor, nadie muere de amor, ni siquiera Romeo o Julieta. Un día sin saber cómo Laura se quito las pantaletas y mi vida se fue al traste, advierto que no morí de amor y tampoco anduve tras de ella como enajenado, ni tampoco estuve ausente en casa y ni siquiera sentía remordimientos cuando veía a mi mujer de frente, es más debo confesar que me sentía feliz y comencé a sentir cierto placer por perseguir las historias que Laura solía perseguir, es decir hasta antes de ella, yo pensaba que las novelitas de amor eran lo mejor que una persona podría escribir, novelitas de amor y poca violencia, pero lo cierto es que escribir novelitas de amor, ahora me parece algo viejo y pasado de moda, escribir (si es que quería seguir escribiendo) novelas donde la violencia reina eso era lo de hoy, todo lo demás me parecían historias que no llevaban a nada, pero como dije antes, todo eso tenía que ver con el momento que estaba viviendo. La infidelidad es ese poder sin límites que nos hace creer en la posibilidad de ser fieles y creemos que el nuevo día será diferente y nos hacemos promesas de situaciones imposibles. Laura ya me estaba abriendo las piernas y yo no me atreví a decirle que eso era imposible, nadie se podría haber negado y si no era por sus piernas o su piel blanca, cualquier otro habría sucumbido ante el olor que emanaba de su sexualidad. Fuerte, dulce, agrio, excitante.

Mañana siempre era una promesa. Mañana era joderse a la muerte. Mañana ni siquiera existe.

Yo había leído mil libros. ¿Cuántos libros crees que había leído Laura? Ella había tenido mil hombres. ¿Cuántas mujeres crees que yo había tenido? Había leído tantos libros porque me gustaba hacerme el culto. Laura había tenido tantos hombres en su afán por entender el comportamiento de criminales y solo algunas veces había estado enamorada o lo que se dice enamorada. Pese a los mil libros leídos o a los mil hombres con los que Laura había estado, ninguno de los dos podía ser como los demás, no podíamos salir a la calle agarrados de la mano, ni ir al cine, ni a la playa, ni tumbarnos en un jardín y besarnos hasta que los labios se pusieran a sangrar. Nos habíamos encontrado y nos resultaba necesario renunciar el uno del otro, total, nadie se muere de amor, me dijo Laura. No había forma de defender lo que uno sentía por el otro, nuestra necedad nos imposibilitaba, eso sin contar con nuestra idea de no creer en el amor. Nos podrían humillar por cualquier cosa, pero nunca por amor, al menos eso era lo que ambos creíamos. Ella creía que su vida daba para una novela y yo pensé: cuanta razón tiene ella, pero no dije nada.

Yo amaba a otra mujer, pero esa mujer amaba a otro hombre. Una mujer de verdad, no una mujer de mis historias, una mujer que insistía en sostener un amor que no la llevaría a nada, pero no me atrevía a reconocer de manera abierta que la amaba, para mí el amor no existía, era el reflejo de una mente pobre, algo que solo los débiles podían sentir, al menos era así como me mostraba ante los demás. Dos personas que se gustan, eso quería que fuéramos ella y yo. Imposible. Me gusta el arroz con frijoles y detesto el plátano pues suele darme diarrea. A ella la recuerdo todas las noches, la verdad es que no importad desde cuanto, ni los mil besos que nos dimos, como tampoco importa todo ese silencio que ha construido alrededor de ella, no importa desde cuanto me dejo de querer, y sí, he dicho desde cuanto, porque lo nuestro se fue al fracaso por una cuestión de números, pesos ni más ni menos, si yo fuera digamos más ligero y ella como el aire pues una pareja feliz, pero se supone que a ella no le interesan esas cosas del amor, aunque le jura amor eterno al hombre con el que comparte sus tardes, desde luego que es un amor prohibido de esos amores que no se pueden presumir por las calles, como todo lo demás. Mi autor preferido: Rubem Fonseca.