Una querida amiga una vez me dijo: “Estoy cansada de las hipocresías y los falsos amigos, no creo en nadie y ahora voy a sentarme y ver a los muertos pasar”. Ella, estaba llena de amargura y odio hacia los demás. La confianza y apertura a ser amaba era cero. La pobre, murió sola. Simplemente cerró los ojos del corazón. Esa es la peor ceguera o enfermedad que pueda tener ser humano alguno. Sufrí a su lado, pero aprendí una gran lección:
El hombre y la mujer noble no ceden a las presiones de las personas que confunden la motivación y la dignidad con la adulación y el falso orgullo. No dejes que te evaporen la sonrisa. Hay quienes no tienen la capacidad de aceptarse como son. Ellos no pueden descubrir su talento pues lo sepultan con sus complejos y rencores. Se privan de amar y ser amados. Cuando aprendemos a querernos con nuestras imperfecciones, podemos ser felices cada día. Somos únicos, piezas originales invaluables. Respeta a los demás, y ante todo, a ti mismo. La vida es muy breve para desperdiciar el tiempo con aquellos que llamamos amigos y no se lo merecen.
Todo se hizo silencio. Todos, familiares y amigos vestidos de negro, se quedaron congelados, hasta el tiempo, excepto yo. De la cripta salió un humo blanco que en un segundo descongelado se trasformó en gaviota.
—Perdóname por no saber apreciar tu verdadera amistad —inició el vuelo mientras regaba con lágrimas mi cabeza y algunas tumbas del camposanto.
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