Jorōgumo


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«Jorō Spider», por Pamsai (CC BY-SA 2.0)

El alquimista marino gustaba de involucrarse en luchas clandestinas con el fin de medirse físicamente contra oponentes fuertes. Además, como cazador de rituales de vudú que era, ese tipo de lugares siempre le servía para obtener pistas que usualmente lo llevaban a capturar a ciertos practicantes de vudú de bajo rango.

El alquimista conoció una vez a un luchador de artes marciales que se hacía llamar Jorōgumo. Este luchador tenía la fama de excéntrico debido a su vestimenta; ropa muy holgada, capucha y máscara. Era considerado invencible y casi siempre se cobraba mucho dinero por verlo pelear, debido a que su fama de invicto hacía imposible realizar apuestas rentables.

El alquimista marino no dudó en retar a Jorōgumo a una pelea. Esta vez sí se realizaron apuestas. El alquimista marino era conocido por ganar cada encuentro al que se había presentado. Las apuestas estaban divididas. Sin embargo, casi todos los espectadores esperaban que Jorōgumo ganara la pelea.

Al momento del encuentro, El alquimista marino percibió en Jorōgumo la sed de sangre propia de un practicante de vudú. No dudó en luchar usando su aura para intensificar las capacidades de su cuerpo. Para sorpresa del público, El alquimista marino no solo pudo seguirle el ritmo a Jorōgumo y asestarle algunos golpes, hazaña que nadie había logrado hasta ese momento, sino que además logró quitarle la capucha y la máscara. De esta manera, expuso que detrás de la identidad de Jorōgumo se encontraba una mujer. Ella, sintiendo manchado su honor, renunció a la pelea. Y, antes de huir a toda velocidad, recitó un conjuro sobre El alquimista marino.

No se volvió a saber de ella durante años.

***

El conjuro lanzado por Jorōgumo era un sutil comando de Mahou que permitía al usuario ubicar en tiempo real la posición de su víctima. Jorōgumo había entrenado durante varios años mientras estudiaba el errático patrón de ubicación de El alquimista marino. Finalmente, sintiéndose completamente lista, persiguió y encontró al alquimista. Lo desafió a una pelea.

Esta vez su forma de vestir era muy diferente. Dejaba ver su rostro, usaba ceñidas ropas negras y una bandana con una piedra negra cúbica incrustada en su nudo. Además, su estilo de combate había cambiado dramáticamente. El alquimista marino, de inmediato, percibió que la sed de sangre que provenía de aquella mujer no era para nada algo normal. Nunca había escuchado de un entrenamiento u objeto que fuera capaz de amplificar a ese grado los poderes de un practicante de vudú.

Jorōgumo no le dio mucho tiempo al alquimista como para analizar la situación. Empezó a arremeter con rápidos puñetazos con el fin de hacerle perder la concentración. Sin embargo, El alquimista marino era un hábil pugilista y esquivaba con destreza los ataques de su adversaria. Mientras esquivaba, logró percibir una extraña energía procedente de la piedra negra de la bandana. Intentó arrebatársela a la fuerza, pero ella frustraba sus intentos a una velocidad sobrehumana. El alquimista marino usó su aura al máximo para potenciar su velocidad y logró acorralar a Jorōgumo.

—¡Dime qué demonios tiene esta bandana! —exigió El alquimista marino, mientras levantaba y ahorcaba a su adversaria con una mano y, con la otra, intentaba arrancar la piedra negra de su bandana.

Jorōgumo, viéndose en un aprieto, recitó un conjuro y materializó una katana en su mano. Gracias al factor sorpresa, y a un rápido movimiento, logró quitarle la piedra negra a su oponente. El alquimista marino dio un rápido salto hacia atrás, para evitar ser cortado, y sacó una piedra roja de su bolsillo.

—¡Yo también puedo hacer trucos, Jorōgumo! —dijo El alquimista marino, mientras sacaba una cimitarra desde dentro de su piedra filosofal.

La pelea a puño limpio se convirtió en un duelo de espadas. El alquimista marino decidió terminar la pelea con un solo movimiento. Usando la que era su técnica más poderosa hasta el momento, colocó su piedra filosofal en su espada para infundirle masivas cantidades de aura. Esto aumentaba, por mucho, el rango y poder de corte del arma. Y, con un brusco movimiento de dos manos, desató una ráfaga cortante de aura con la que derrotó a Jorōgumo, provocándole heridas muy graves que incluían quemaduras en varias partes de su cuerpo y la pérdida de un brazo y un ojo.

—Me llevaré esto para estudiarlo con detenimiento —dijo El alquimista marino, recogiendo la bandana con la piedra negra.

Jorōgumo, usando su último recurso, convirtió su cuerpo y su bandana en humo y desapareció del lugar antes de ser rematada por el alquimista.

No se volvió a saber de ella durante años.

***

El alquimista marino no lo sabía, pero seguía bajo el efecto del conjuro de rastreo de Jorōgumo quien lo encontró y emboscó durante uno de sus viajes. No esperaba un ataque de alguien a quien creía lisiada y sin la capacidad de representar peligro alguno.

—¿Quién diablos eres y qué quieres de mi? —gruñó El alquimista marino.

—¿No me recuerdas, alquimista? —dijo Jorōgumo, mientras se quitaba la capucha con lo que parecía ser una gran pata de araña, dejando ver un deformado rostro con un parche que tenía incrustada una piedra negra.

El alquimista marino percibió una sed de sangre mucho mayor que la del último encuentro. Era evidente que las capacidades físicas de su adversaria habían aumentado considerablemente. Jorōgumo no perdió tiempo y conjuró su katana. La impregnó con una niebla negra que aumentaba su alcance y poder de corte. Una técnica muy parecida a la que El alquimista marino usaba con su cimitarra.

El alquimista respondió con su propia técnica. Parecía como si de su espada fluyeran flamas rojas, mientras que la katana estaba envuelta en unas extrañas llamas negras. Ambos sabían que, si recibían un ataque de su oponente, serían fulminados por la energía de su espada; por lo que la pelea se llevaba a cabo a mucha velocidad pero a la vez con mucha cautela.

Jorōgumo quería terminar el encuentro pronto. Dio un gran salto hacia atrás y empezó a recitar un conjuro. Inmediatamente después, se quitó las prendas de vestir superiores dejando al descubierto un torso lleno de quemaduras. A cada costado tenía incrustadas dos piedras cúbicas.

—En este momento cobraré venganza por mi honor, alquimista —dijo Jorōgumo, muy segura de sí misma.

El alquimista marino se sentía paralizado. No lo percibió a tiempo pero, al chocar espadas con Jorōgumo, había inhalado un poco del humo negro que manaba de su katana.

Jorōgumo seguía recitando su conjuro hasta completarlo. De repente, se deshizo el conjuro que materializaba su katana y las piedras negras de su torso desaparecieron a la vista. Lentamente, la practicante de vudú caminó hacia El alquimista marino que activó la trampa que tenía preparada.

Su piedra filosofal, conocida como La concha marina, estaba suspendida en el aire y empezó a lanzar potentes ráfagas de energía que eran desviadas en cuanto se acercaban a Jorōgumo, aparentemente sin que esta hiciera esfuerzo alguno.

El alquimista marino estaba sorprendido, pero no había perdido la calma. Pese a ello antes de que se le ocurriera algo para salir de la parálisis, Jorōgumo se acercó y le dio un abrazo.

—¿Qué diablos haces? —balbuceó el paralizado alquimista.

—¡Este es El abrazo de la araña! —gritó con demencia Jorōgumo, para luego propinar a su oponente un fuerte cabezazo en el rostro.

Era muy tarde para que El alquimista marino los percibiera, pero cuatro brazos invisibles salían del torso de Jorōgumo. Dos a cada costado, justo donde estaban incrustadas las piedras negras. Cada uno de ellos blandía katanas invisibles fuertemente impregnadas con sed de sangre. Usando dichas armas había desviado las ráfagas de su piedra filosofal. Y esas mismas armas invisibles lo apuñalaron en tajo cruzado desde el tórax hasta su abdomen.

El alquimista marino no tuvo tiempo de reaccionar. Para cuando pudo percatarse, estaba desangrándose, tendido en el suelo y perdiendo la conciencia. La concha marina, estaba programada para un evento de esa magnitud. Por lo que, al entrar en shock, una runa en forma de ojo brilló en la frente de El alquimista marino al mismo tiempo que brillaba una idéntica dentro de su piedra filosofal.

—Activando modo de emergencia —dijo La concha marina.

Inmediatamente, una barrera de energía impidió que Jorōgumo rematara al alquimista malherido. Eso le dio tiempo a la piedra para transportarlo a su interior y huir a un lugar seguro, convirtiéndose en lo que parecía una bengala roja que huía a toda velocidad.

Atónita por la forma en que escapó su adversario, se quedó con la satisfacción de saberse lo suficientemente hábil como para lastimar gravemente el cuerpo del alquimista que la había desfigurado y mutilado. Mientras tanto, los mecanismos internos de La concha marina, creados para regenerar el cuerpo del alquimista en caso de daño crítico, realizaban labores médicas de emergencia a toda velocidad con el objetivo de salvarle la vida.

Sable


Hoy encontré pedacitos de papel regados por tu habitación del tren.

Ha pasado día y medio, pero aún no llegamos al destino propuesto.

Parece un sueño y algo me dice que no todo anda bien…


La espera


Vivo por la ilusión de que algún día termine la mentira voladora y caiga el filo de la realidad sobre mis pies.

Cortando la soga que me mantiene a flote, y las cargas de vida que me obligan a ponerme de pie.

Un yunque de papel orbita sobre mi cabeza. Son responsabilidades, los exámenes y tareas que dejé a la mitad por asuntos de pereza.

La guerra contra mi enemigo no aparenta solución venidera…

El sable de la imaginación me cortará por distraído, y la canción que me guía dejará un silencio entristecido.

Aferrado a los libros, las historias sin inhibidos… me despido.

Realidad o fantasía, no estoy apto al desafío.

 

Hacerse un Warhol con una cita de Bertolt Brecht


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Hay hombres que sueñan un día y son buenos. Hay otros que sueñan un año y son mejores. Hay quienes sueñan muchos años y acaban recluidos en su propia pesadilla. Pero hay los que sueñan toda la vida, esos están locos y por eso se les persigue.

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Hay artistas que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y no valen nada. Pero hay los que luchan toda la vida, esos que incluso rubrican con la propia sangre a manos del enemigo.

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Hay leyendas que se cuentan un día y son buenas. Hay otras que se cuentan un año y son mejores. Hay algunas que se cuentan muchos años porque son muy buenas. Pero hay las que nos cuentan toda la vida, esas son las insoportables.

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Hay hombres que mienten un día y son buenos. Hay otros que mienten un año y son mejores. Hay quienes mienten muchos años, a sabiendas de ambas partes y sin que parezca importarle a ninguna de las dos. Pero hay los que mienten toda la vida, esos representan a la más antigua fidelidad del hombre.

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Hay soldados que disparan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año entero sin hacer un solo disparo. Hay quienes hacen la guerra muchos años sin saberse nadie su enemigo. Pero hay los que disparan toda la vida, esos nunca fueron soldados y también son peligrosos.

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Hay castigos que duran un día y son buenos. Hay otros que duran un año y son mejores. Hay algunos que duran muchos años, y son muy buenos. Pero hay tu sola presencia, eso le confirma la perspectiva de las cosas al más abnegado de los mártires.

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Hay hombres que vencen un día y se convierten en villanos. Hay otros que vencen un año y se hacen mejores. Hay quienes vencen muchos años y se transforman en demonios. Pero hay los que nunca llegan a ninguna parte, a veces se suben a los altos más extravagantes y también son impredecibles.

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Hay mujeres que te quieren un día y son buenas. Hay otras que te quieren un año y son mejores. Hay quienes hacen de ti una persona mejor antes de marcharse, y son muy buenas. Pero hay las que se quedan contigo para toda la vida, esas son las que nos salvan.

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Hay lecciones que duran un día y son buenas. Hay otras que duran un año y son mejores. Hay algunas que se prolongan muchos años y son muy buenas. Pero hay las que duran toda la vida, para esas siempre ha sido demasiado tarde.

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Entre Castillo y Castroviejo

Untitled


Veo las agujas del reloj, girando al reves, y trato de concentrarme, de escribir un cuento perdido. Las olas chocan contra la arena del universo, y estoy en otro lado, en algun castillo antiguo, abandonado, cuyos fantasmas, aun estan vivos y recorren los pasillos. Una pintura me observa con ojos de explorador, ojos tan vivos como solo se encuentran en aquello que existe en nuestra imaginacion. Mis pensamientos cobran vida y se ponen a bailar un vals tocado por un piano desafinado cuyas notas se desvanecen en el aire. Un cuervo, negro como el azabache, me

habla :

– Ey, tu, si, tu, ven conmigo a tomar unas copas.

Me crecen alas en la espalda y lo sigo. Nos sentamos en el bar y pedimos unas cervezas y un shot de whiskey. El cuervo tiene las mejores historias, historias de animales-espiritu, y seniores de la espada dorada que pelearon en la guerra de la creacion. 

La musica llena el lugar, y el olor a hashis me adormece. 

 

Despierto en el desierto, con el sol sobre mi cabeza, y pienso en el cuervo. Me fijo en mis bolsillos y me doy cuenta que no tengo mi billetera.

– Maldito cuervo, me has caga’o la billetera, ‘jue’perra.

Camino por el desierto, solo, y el paisaje es todo igual. Cada tanto algun terremoto me sacude y caigo de culo sobre la arena. Entonces lo veo, abajo del suelo, algo que se arrastra hacia el horizonte, tan, tan grande que parece una ballena. O un gusano. O algo, no-se-que …

Escucho ruidos de tambores y cantos en alguna lengua muerta. Me dirijo hacia esa zona y los veo, una tribu del desierto en medio de un ritual religioso. Los observo con precaucion, desde lejos. Estan bailando alrededor de algun dios con tentaculos en la cabeza, me recuerda a cosas que existen en el suenio. 

 

Un ruido ensordecedor llena mis oidos y se levanta una tormenta, el mundo se da vuelta y quedamos todos patas pa’bajo. La arena cae hacia el otro lado y observo, en el cielo, unos ojos que nos observan con facinacion. Me doy cuenta de la boveda invisible, y que en realidad, no estamos vivos, solo somos el suenio

dentro de un suenio

de un pajaro de alas negras.