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Orgasmos fingidos
por Reynaldo R. Alegría
Hacía cuatro semanas que no lo veía.
Me había estado fastidiando de diversas maneras durante todo el tiempo que me le escapé y durante el cual no tuve otra intención que no fuera respirar un poco. Hace 25 años el fastidio hubiese sido menor; apenas algunos mensajes con mi secretaria en la oficina y otro par de ellos en la contestadora de la casa, la cual –después de todo– siempre se puede desconectar. Claro está, con el riesgo de que se enojara para siempre.
Ahora, con los mensajes de texto y los mensajes de voz en WhatsApp deseándome los buenos días y los putos likes a las fotos de ambos que colgué en Facebook hace cientos de años, cuando él me daba el mejor sexo que estaba disponible y que yo podía obtener, el tedio se convertía en enfado y el enojo en desazón.
Con mi fuga, que buscaba ser como la del gas que no se ve pero puede ocasionar la más grande explosión, incluidas las luces y los estruendos, solo quería respirar un poco… como los seres vivos. Deseaba absorber el aire, tomar lo necesario, expelerlo, comunicarme con otros aires; descansar del agobio del mismo aire.
Recurrí a él nuevamente, no sé ni por qué carajos; creo que mis ganas de tener sexo en ocasiones me nublan el entendimiento cuerdo-sexual. A esta edad, en la que si se está en estas tiene que ser por el placer, punto, tampoco se está en las de perder lo que se tiene ganado. Lo llamé desde el garaje de gasolina que está a un bloque de su casa.
—Hola.
—¡Qué bueno que me llamas!
—¿Estás listo para mí?
Llega el momento en el que ya una sabe lo que hay que decirle a un hombre para que la esté esperando casi desnudo y con una buena erección.
—Siempre estoy listo para ti.
—Pues voy camino.
Cuando llegué tenía puesta la bata blanca de toalla que nos habíamos robado del Hotel Plaza en Nueva York, siempre he creído que esas cosas se roban y no se pagan. De un tirón lo desnudé y me le trepé encima como si presenciara el último pene que hubiera de existir sobre la faz del globo terráqueo. Comencé a gemir con esa voz que lastima de la pena y el placer a la vez, aullando, esforzando mi voz para que los chirridos los escucharan sus vecinos, para que supieran que había vuelto.
—Me voy a venir —me dijo jadeando.
Grité más duro, me contorsioné sobre su miembro con mi baile de la media luna, un movimiento que me lleva de sur a norte y de vuelta en medio círculo regresando por el oeste. A los 36 segundos (¡a los 36 segundos!), acabado, deshecho de su humanidad, me miró fijamente a los ojos. Entonces le dediqué mi mirada de la total destrucción por el mejor de los placeres, esa que incluye virar los ojos hacia arriba.
—No recordaba lo rico que son los orgasmos contigo.
Foto: Sinnenrausch (pasión sensual), Franciszek Żmurko [Public domain], via Wikimedia Commons, https://commons.wikimedia.org/wiki/File%3AZmurkoFranciszek_Sinnenrausch.png
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