Silencio


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Foto: @omurden (CC0).

 

Te has ido, como se van los últimos destellos

de este atardecer insoportable.

Entre el añil y el negro se desdibuja

este cuadro vacío sobre las horas.

 

Ya no existes en los vagos recuerdos

de este espacio en medio de la nada.

Y tu último beso, apenas un roce, un sorbo gélido

de aquello a lo que ya ni le pusimos nombre.

 

Desde el páramo de este cuerpo que no resucita,

tu silencio me ha llamado a sus filas, impaciente.

Con furia ruge el viento, azotando la puerta

que has querido cerrar para siempre.

 

El alma es eterna, y así será mi dolor,

otro intento inútil de llorar sin gritar,

una vida rota, un nudo que ahoga.

Sin tu risa en mi espejo, ni mi nombre en tu boca.

Silencio.

Cápsulas de felicidad


Fotos
Imagen libre de derechos obtenida en pixabay.com

Mírate. Qué cara de felicidad tenías ahí. A los diez años la vida es una promesa continua de juegos y aventuras. ¿En qué momento se nos olvida? ¿Cuándo empezamos a complicarnos con obligaciones, con la maldita responsabilidad?

En esa foto estáis todos radiantes. Mira a Silvia, cómo ríe. ¿Cuánto hace que no hablas con tu hermana? Las obligaciones… La responsabilidad… Claro.

¿Te acuerdas de los demás? Qué bien lo pasasteis ese verano, ¿eh? Es curiosa la mente. Han pasado…, no sé, ¿treinta años? Y, sin embargo, recuerdas cantidad de detalles de esas vacaciones. En cambio, has olvidado la mayor parte de lo que hiciste la semana pasada. Seguro que todo muy responsable.

¿Qué habrá sido de ellos? ¿Serán felices? Si lo son, seguramente no se pasarán horas contemplando estos fotogramas de un pasado al que te aferras como a un salvavidas, para no acabar de hundirte del todo.

Mira, otra vez con Silvia. Cumplías dieciocho. Montasteis una buena fiesta. Ahí la vida seguía siendo un juego la mayor parte del tiempo, aunque… uf, esa otra foto aún duele, ¿eh?

Patricia era genial. Ni tú mismo te creías que salierais juntos. Y la muy… eligió la noche de San Juan para romper.

Sigues teniendo esa espina bien clavada. Fue la primera gran cicatriz, la primera advertencia seria de que el juego había acabado, de que hacerse adulto significaba dejar de reír a todas horas.

Aunque en la facultad reíste bastante. Es curioso, en parte fue como un regreso a la infancia, un paréntesis para descubrir tantas cosas que hasta entonces apenas sospechabas que existían.

Mírate ahí. Tienes la misma expresión radiante que en la otra foto, la de niño feliz con sus amigos de acampada. También formabais un grupo adorable, aunque hacíais cosas mucho menos inocentes.

Joder, qué época tan estimulante. Recuerdas cada fiesta, cada confidencia, cada charla hasta el amanecer, cada polvo… Ahora bien, de las clases, nada. Eso era vivir, ¿verdad?

El oasis en medio del espejismo.

El espejismo que te ha arrancado las entrañas.

Ella.

¿Por qué no saltas todas esas fotos? ¿Por qué te recreas en el dolor? Sigues buscando una explicación, algo que te convenza de que no has tirado a la basura la mitad de tu existencia…, pero no lo vas a encontrar en esos recortes del pasado.

Cápsulas de felicidad que emborronan el recuerdo y lo manipulan. No pudo ser todo tan feliz como parece en estas fotos. No pudo ser un amor tan sincero, cuando todo acabó derrumbándose en un suspiro, sin saber por qué.

Y el caso es que esos momentos existieron de verdad, y fuiste feliz. Mira esas sonrisas, y los ojos brillantes. No mienten. No puedes borrarlo. No puedes arrepentirte. Pero duele, y no dejas de preguntarte.

Mira, las gemelas. Lo mejor de tu vida.

Y lo peor.

No. No puedes pensar eso, eres su padre. Un padre que permite que lo acechen esos pensamientos es un monstruo. Pero no puedes evitarlo… No son pensamientos, sino sensaciones; no surgen del cerebro, sino del corazón.

Las echas de menos; te duele en el alma no poder acostarlas cada noche, separarte de ellas cada vez que tienes que devolvérselas a su madre… Y a la vez te alivia ahorrarte las broncas, los llantos, las tonterías…

No, no puedes pensar eso, no debes sentirlo. Son tus hijas. Lo mejor que has hecho en la vida.

Y lo peor.

¡Mierda!

No sabes qué habría pasado. No puedes plantear hipótesis absurdas. Habríais acabado igual. Tus hijas no tienen la culpa, así que es ridículo preguntarte qué habría pasado si ellas no hubieran nacido.

Pero te lo planteas. No te das cuenta de lo lastimoso que resultas.

Míralas. Si tuvieras que elegir el momento más memorable de tu vida no dudarías ni un instante. Cuando las viste por primera vez; cuando las oíste, cuando las oliste, cuando las tocaste. No habrá nada, jamás, que se le acerque. Sólo eso es suficiente para que todo lo demás haya valido la pena.

Lo sabes. Te lo dices cada vez que te quedas hipnotizado con esa foto que te traslada a aquel momento, del que recuerdas cada detalle.

Recuerdas las lágrimas de felicidad, y las echas de menos.

Si al menos consiguieras llorar… Pero ni eso. Te has quedado vacío; seco como un torrente en verano.

¿Qué sientes cuando te ves en esa foto, cuando la ves a ella? Fue poco antes del final. No imaginabas qué iba a pasar. ¿Lo sabía ella?

Quieres odiarla, guardarle rencor, culparla de todo. Pero no puedes. Mírala, es la misma mujer de la que te enamoraste, con quien creíste que compartirías el resto de tu vida. En esa imagen aún lo es.

Ahora ya no sabes quién es. Sientes que esa mujer ya no existe. Ahora sólo es la madre de tus hijas. No queda nada de lo que os unió. Y te preguntas cómo es posible, cómo los sentimientos pueden cambiar tan radicalmente.

Te preguntas qué de verdad hay en tu vida, qué significan todos estos recuerdos atrapados en papel…

¿Y ahora, qué? A partir de aquí no hay más fotos a las que agarrarse. Miras adelante, y ves vacío, incertidumbre. Ni rastro de promesas de risas estimulantes; sólo un camino gris.

Responsabilidad y obligaciones. ¿Para qué?

(…)

Mírate. Qué cara de felicidad tenías ahí. A los diez años la vida es una promesa continua de juegos y aventuras.