La huelga de escritores de cuentos del 78 sería crucial para las nuevas generaciones, en la formación de infantes con mejor capacidad para tomar decisiones que afectarían su desarrollo emocional.
El verdadero impacto se dio en el 79. Las niñas y niños nacidos a partir de 1975 ya no fueron víctimas de la manipulación emocional que habían padecido sus padres y hermanos mayores. Descubrieron (los escritores) que el mayor enemigo del ser humano era la manipulación, mediática y cultural, que ejercía un pequeño grupo de personas sobre toda la sociedad. Los infantes ya no querían ser princesas multicolores o príncipes azules, ¡no!, ahora querían ser como Bastian, Josephine o Sandokan.
En las noches del mes de octubre del 78 las plazas eran puntos de reunión para los manifestantes. Se agrupaban a cantar y a bailar, algunos leían poesía o pequeñas novelas que avivaban a la muchedumbre, daba la impresión que con cada párrafo o estrofa que se leía, las ideas cobraban vida y danzaban al ritmo de las prosas.
Las bibliotecas, librerías y un gran porcentaje de la población apoyaron de igual forma la huelga. Era común ver en las ciudades fogatas inquisitivas en donde quemaban cuentos y libros infantiles. Las personas se habían organizado, la calle era de ellos y el destino de la sociedad también.
Todo indicaba que el futuro utópico sería real. Pero no fue así.
Con el tiempo la huelga perdió fuerza. La gente, aburrida de tanta monotonía, fue embaucada por nuevos líderes que predicaban el culto a «la letra de fuego», donde les inculcaban una doctrina basada en danzas y lecturas cortas. Ni que decir que para 1980, la vida volvió a lo que era antes de la huelga.
La intención fue buena. Todos pedían un cambio y se les dio.
Debe estar conectado para enviar un comentario.