
Nací siendo su juguete,
jinete de caballo rocín.
El culpable e inocente,
incluso un «micromachine»
Eran mi «Thelma y Louise»,
el pomo de mi puerta,
mi Babieca y mi Cid,
la ida y la vuelta.
Mis dos torres colosales,
el espejo donde me persigo,
mis puntos cardinales,
el sonido y el ruido.
Están dentro de mi yo,
navegando por mis venas.
No timonean este galeón,
pero son el viento que no cesa.
La vida lo multiplicó por dos,
restando mi soledad,
dividiendo la habitación,
sumando un mundo sideral.
El muro de las lamentaciones,
mi ciento doce,
mis legales polizones,
hasta mi taxista de noche.
No son ni Esteso ni Pajares,
tampoco fulano ni mengano.
Un regalo de sus altezas reales,
nada como un hermano.
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