En el bar que cierra a las doce,
once gendarmes entraron,
diez copas de vino y una ruleta pidieron,
para jugar un juego que el noveno perdió;
ocho fueron las palabras que el perdedor cantó:
«siete veces lloré amargamente bajo sus lindas piernas».
Mientras seis transeúntes atónitos miraban,
cinco de ellos, los más cuerdos, se fueron
y al cuarto de hora del cierre del bar,
bajo las tres únicas nubes del cielo,
dos borrachos callaron,
por culpa de una bala de cañón.