La cooperante (V)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda, la tercera y la cuarta)

—Así que tú eres la causante de tanto revuelo…

Laia había despertado en el interior de un helicóptero que acababa de tomar tierra. La condujeron, amordazada, a través de un inmenso jardín rodeado de murallas al interior de un palacio que custodiaban numerosos hombres armados de cara inexpresiva. Pese a notarse todavía bajo les efectos del narcótico con el que la habían dormido pudo reparar en el lujo ostentoso de las instalaciones, decoradas con todo tipo de obras de arte, que no parecían baratijas precisamente.

La llevaron hasta una gran sala diáfana al fondo de la cual había una mesa de madera con una silla a un lado y, al otro, una gran butaca que casi parecía un trono. La sentaron en la silla, le quitaron la mordaza, y la dejaron sola. No tuvo tiempo ni de preguntarse qué hacía allí porque enseguida apareció de detrás del “trono”, diríase que surgido de la nada, un hombre elegante, de unos cincuenta años, que irradiaba seguridad en sí mismo. No había duda de que se trataba del amo del lugar.

Se sentó frente a ella, la examinó durante unos instantes con expresión mezcla de curiosidad y fastidio, y empezó a hablar:

—No entiendo, ni en verdad me importa, por qué el gobierno de tu país se ha tomado tantas molestias por alguien tan insignificante, pero lo que sí sé es que a mí me están causando muchas más, y eso sí que me importa.

El tipo hablaba un castellano perfecto que apenas dejaba entrever un leve acento francés, y hacía gala de una autosuficiencia bastante despreciable; sobre todo teniendo en cuenta el lamentable aspecto que presentaba la joven.

Robredo (“¿Qué habrá sido de él? ¿Estará muerto?”) le había explicado algunas cosas sobre su secuestro y posterior liberación. Todo había sido una comedia organizada con el único propósito de desviar una ingente cantidad de dinero público hacia negocios muy turbios. Aquel tipo sería muy importante y sin duda estaba muy cabreado con el gobierno español, pero estaba claro que no conocía los detalles de la operación. Laia no sabía si eso tenía trascendencia alguna ni si era bueno o malo para ella.

—Debes estar preguntándote qué haces aquí… Tranquila, tu vida no corre peligro… de momento.

“Muy tranquilizador, desde luego”, pensó Laia, que había optado por no abrir la boca mientras no le hiciera una pregunta directa.

—Tienes que saber que tu gobierno ha pretendido tomarme el pelo y ha creído que se me pueden estafar unos cuantos millones sin que tome represalias por ello… Jamás me había topado con unos seres tan estúpidos.

“Vale, ¿y qué pinto yo aquí?” Laia no estaba tranquila; sentía el peligro. Sin embargo, tras haber superado dos años de un secuestro infernal, durante los cuales deseó la muerte a diario, su situación actual no era ni remotamente comparable.

—Evidentemente, pienso cobrarme la deuda, y con intereses. No sé por qué, pero tú pareces ser una mercancía muy preciada, así que lamento comunicarte que vuelves a estar secuestrada. Por tu bien, y por el de tu país, confío en que los inútiles que os gobiernan accederán a mis condiciones para tu liberación.
—Pero si quieren matarme…

El Conseguidor no pudo evitar que, al oír aquellas palabras, un casi imperceptible gesto de sorpresa le cruzara el rostro, pero se repuso al momento:

—Pues entonces te espera un futuro funesto. No tengo intención alguna de mantener a una invitada en mi casa de forma indefinida.

……………………………………………

Aquella información era una bomba que muchos preferirían no tener en sus manos. Lo que acababa de leer, y tanto la grabación de audio como la de vídeo que acompañaban al dossier, eran material suficiente para hacer caer al gobierno en pleno. El mayor escándalo desde la instauración de la democracia. Por supuesto, los documentos carecían de validez ante un juez por la forma ilegal en que, sin duda, habían sido obtenidos, pero bastaba con publicarlos para dictar sentencia… El problema era que no estaba nada seguro de que algún medio se atreviera a difundirlos. Había en juego demasiados intereses… “Pronto me pondré en contacto con usted”, le anunciaba el anónimo que había dejado el paquete en su buzón.

Ya estaba amaneciendo. Había dedicado toda la noche a estudiar aquel material… Como trascendiera que estaba en su poder podía darse por liquidado… El secuestro de la joven cooperante en Palestina había sido obra del propio gobierno. El jefe de la trama era el mismísimo Ministro de Defensa, si bien el informador anónimo no descartaba que estuviera implicado incluso el presidente. Habían adquirido armamento por valor de 50 millones de dólares a un traficante ruso para entregarlo como rescate a los supuestos secuestradores, que en realidad eran agentes de la inteligencia española y mercenarios contratados para la ocasión. El negocio de la operación residía en el hecho de que ese mismo armamento posteriormente había sido vendido de forma clandestina a señores de la guerra del Sudán por 100 millones, y el dinero convenientemente invertido en algún paraíso fiscal. Para no dejar cabos sueltos, la operación debía concluir con la muerte “accidental” de la cooperante, si bien el anónimo aseguraba que hasta el momento había logrado ponerla a salvo…

—¡Buuufffff! ¿Y qué hago yo con esto?

Luis, veterano periodista, con un gran prestigio en la profesión ganado a pulso destapando varios casos de corrupción política y empresarial, no se encontraba sin embargo en su mejor momento. Su intachable trayectoria les importaba un pimiento a los inversores del periódico en el que trabajaba, que sólo querían resultados empresariales. En los últimos meses otros profesionales tan intachables como él habían sido puestos de patitas en la calle sin miramientos, y sentía que su continuidad pendía de un hilo… Aquella historia era demasiado buena, demasiado trascendental como para obviarla. Había caído en sus manos el material que todo periodista soñaba… pero no sabía por dónde empezar.

……………………………………………

Aquella mañana hacía más frío del normal para mediados de septiembre. La humedad del suelo calaba hasta los huesos y las hojas de las plantas y arbustos estaban cargadas del agua del rocío de la noche. Nubes grises recorrían el firmamento empujadas por un suave viento del norte que, sin embargo, a quien permanecía en el suelo, expuesto a los elementos, con la ropa destrozada, y varias heridas abiertas, no le parecía tan suave. Robredo sentía un dolor intenso en varias zonas del cuerpo. Tenía la cara manchada de sangre seca que había manado de una herida en la cabeza. Intentó incorporarse. Pese al intenso dolor, comprobó que las piernas le funcionaban. Notaba una fuerte opresión en el pecho. Se deshizo de lo que le quedaba de americana, se levantó el jersey y por fin pudo aflojar el chaleco antibalas que le había salvado la vida.

Continuará…

La cooperante (IV)


(Si te apetece, puedes leer antes la primera parte, la segunda y la tercera)

—Nos bajamos.

El anuncio de Robredo devolvió a Laia al tren que estaba a punto de dejar España. Por primera vez desde que en Sants no respondiera al teléfono, había dedicado unos minutos a compadecerse de Aleix. El pobre no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Se había quedado sin piso y probablemente creyera que su novia había muerto calcinada. No responder a su llamada había sido una decisión acertada, pues a buen seguro aquella gentuza ya se habría encargado de invitarlo amablemente a que los acompañara. Sabía que habría seguido intentando comunicarse con ella, pero no tendría ocasión de comprobarlo, pues lo primero que hizo el agente especial Bond al encontrarse con ella en el andén fue lanzar el móvil a las vías. Sin duda, lo mejor para Aleix era que la creyera muerta… Laia se avergonzaba interiormente al ser consciente de que “librarse” de él le producía, por encima de cualquier otra sensación, alivio… ¿Cómo podía alegrarse por perder de vista a alguien que se había portado tan bien con ella?

El tren había aminorado la marcha. Robredo se asomó fugazmente por la ventanilla para confirmar que, efectivamente, tal y como vaticinara, la estación de Portbou, a la que se estaban acercando, estaba tomada por la policía. No podían ser menos discretos: las luces de las sirenas se veían a kilómetros de distancia.

—Tendremos que saltar en marcha. Vamos.

Laia sabía que no tenía sentido objetar. No había alternativa posible. Sin embargo, se atrevió a preguntar:

—¿Y luego?
—Nos recogerá una limusina que nos llevará a un aeródromo cercano donde nos espera un jet privado de lujo con champán en la cubitera y caviar iraní…

“Vale, lo he pillado.”

—¿Tú que crees que nos espera? Pues varias horas de caminata en plena noche por la montaña, evitando caminos transitados y zonas pobladas. Si logramos llegar a Francia es posible que encontremos alguna ayuda.

Sin duda, la llamada que había hecho justo antes de anunciar que debían abandonar el tren tenía algo que ver con ello… Un panorama muy alentador…

“En fin, parece que voy a tener que seguir haciendo de Lara Croft. Ahora toca saltar de un tren en marcha…”

……………………………………………

Javier Guzmán, alias Víctor Shervenadze, el nombre que había adoptado durante los dos últimos años, era el segundo agente especial del grupo de asalto K9 que moría en extrañas circunstancias en las últimas 48 horas. El anterior había sido Julián Savall, alias Shasha. Un inoportuno resbalón en la ducha había acabado con su garganta atravesada por unas tijeras abiertas que, inexplicablemente, habían aparecido justo en el punto donde cayó.

El Conseguidor no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción al recibir las novedades.

 ……………………………………………

Laia estaba exhausta. Llevaban horas caminando campo a través. Había estado a punto de quedarse dormida varias veces, aun sin dejar de andar, pero los zarandeos de Robredo la devolvían a la pesadilla en que se había convertido su vida. Estaba amaneciendo cuando desde lo alto de una colina divisaron un pequeño pueblecito francés.

—Bajemos. Allí podremos descansar un rato.

Robredo volvió a mirar la pantalla del teléfono y Laia, a pesar de su estado semicomatoso, percibió la cara de preocupación de su acompañante. Sólo unos segundos después el agente especial cayó fulminado y, ante la cara de asombro de la joven, que no entendía nada, rodó ladera abajo. No tuvo tiempo de pensar. Inmediatamente se vio inmovilizada por dos hombres corpulentos, vestidos de negro de la cabeza a los pies. Unas gafas de infrarrojos impedían que se les vieran los ojos. Sintió que una mano enguantada le tapaba la boca… y quedó inconsciente.

……………………………………………

El Ministro de Defensa se subía por las paredes. El maldito Ruipérez iba a desear no haber nacido. Lo que se suponía había sido una operación impecable se había transformado de golpe en una bomba que estaba a punto de estallarles en los morros. Dos agentes muertos y otro desaparecido, igual que el enviado del gobierno y la chica… Aquel desgraciado que se hacía llamar Conseguidor estaba demostrando ser una amenaza muy seria, pero él, mano derecha del presidente, no podía permitir que un tipo despreciable pusiera en jaque a todo un gobierno. Tenían que acabar con aquello de inmediato, antes de que el control de la situación se les escapara definitivamente de las manos… Por lo menos el dinero estaba a buen recaudo.

……………………………………………

Luis regresaba por fin a casa tras un día asqueroso asistiendo a ruedas de prensa, tomando declaraciones y grabando crónicas que, al fin y al cabo, no hacían más que dar vueltas a lo mismo sin acabar de aclarar nada. Estaba asqueado por la táctica del “y tú más” a la que los políticos de uno y otro partido no dudaban en recurrir para eludir su responsabilidad. Echaba de menos el periodismo de verdad, iniciar una investigación seria a partir de un indicio e ir indagando hasta destapar algún asunto turbio… Imposible. La actualidad mandaba; ir de aquí para allá a tomar las mismas declaraciones una vez tras otra y asistir a comparecencias patéticas que no aceptaban preguntas… Tras el último ERE la situación había empeorado. Treinta compañeros a la calle y el resto de la plantilla a asumir la misma carga de trabajo. Estaba hasta los huevos de hacer horas extra sin cobrarlas, sabiendo como sabía que en cuanto quisieran se lo quitarían de en medio sin pestañear…

Abrió rutinariamente el buzón… y allí estaba el paquete, sin señas, sin remite, sin inscripción alguna.

Continuará…

La cooperante (II)


(Si te apetece, lee aquí la primera parte)

Tras veinte años de servicio el agente especial Bond (el capitán Benítez había sido muy gracioso asignándole el nombre en clave) notó enseguida que en aquella misión había gato encerrado. El gobierno se había tomado demasiadas “molestias” en la liberación de la joven cooperante secuestrada en Gaza en extrañas circunstancias. Normalmente Bond seguía al pie de la letra las instrucciones, sin plantearse el más mínimo dilema ético, pero últimamente estaba siendo testigo de demasiada porquería y había llegado un momento en que ya no estaba dispuesto a seguir tragando. Continuar igual, sin cuestionarse nada, significaba completar la transformación definitiva en robot, en una máquina sin sentimientos que ejecutaba órdenes con precisión milimétrica… pero su lado humano había pesado más en la balanza.

Laia Montero, activista pro palestina enrolada en una pequeña ONG catalana que desarrollaba proyectos para la infancia en la franja de Gaza. Una de tantas personas sensibilizadas con la causa, sin peculiaridad alguna que la hiciera sospechosa de simpatizar con grupos radicales. No ocultaba de modo alguno su ideología y en las redes sociales apoyaba sin reservas la autodeterminación del pueblo palestino, pero repudiando la violencia e incluso defendía el diálogo con Israel. De hecho, su ONG colaboraba con entidades de defensa de los derechos humanos hebreas. ¿Quién tendría interés en secuestrar a una pieza tan poco significativa?

Cuando le asignaron su liberación pensó que los captores tendrían relación con alguna banda de fanáticos próxima a Hamás o Al-Qaeda que buscaba protagonismo atacando a cualquier objetivo occidental, y Laia era una presa fácil, pero pronto se dio cuenta de que el asunto era bastante más complejo.

En aquella ocasión el canje no iba a ser por dinero. La rutina en casos similares implicaba el pago de un rescate al grupúsculo de turno a cambio de, además de la liberación, información que pudiera serle útil al gobierno. No podía decirse que fuera muy ético: negociar con terroristas y, si era posible, convertirlos en colaboradores, los típicos soplones de la policía pero a escala internacional. Ahora bien, menos ético, sin duda, era abandonar a la víctima a su suerte. Por Laia, en cambio, no iban a pagar dinero, no directamente al menos, ni se exigía contraprestación alguna más que la propia liberación.

La primera parte de la misión del agente Bond consistiría en contactar con un tipo de apellido ruso, Babkov, falso sin duda, ya que no había ni rastro de él en ninguna de sus numerosas fuentes de información. Su trabajo, sin embargo, no incluía averiguar nada sobre el tipo, sino simplemente asegurarse de que el cargamento que debía entregarle cumplía con las características pactadas previamente a un nivel más alto.

Bond siguió las instrucciones, pero se aseguró de que toda la operación quedara convenientemente registrada, incluyendo, por supuesto, la cara y la voz del tal Babkov. Su ostensible cojera sería un rasgo que facilitaría la identificación, aunque tampoco había que ser un lince para llegar a la conclusión de que se trataba de un traficante de armas. Pero, ¿acaso iba a pagar el gobierno español el rescate de una cooperante con armamento? Y si era así, ¿por qué recurrir a un traficante ruso siendo España una de las principales potencias mundiales en la fabricación de armas?

El siguiente paso sería contactar con el grupo que, según los servicios secretos de inteligencia, tenía secuestrada a la joven cooperante. Una organización de absurdo e impronunciable nombre de la que no existía referencia alguna. Bond cumpliría, evidentemente, a la vez que procuraría tomar buena nota de todo.

La operación se completó sin contratiempos. El agente español recepcionó el cargamento de armas y, el día pactado, se entregó en el punto acordado al tiempo que él se encargaba personalmente de recibir y acompañar de vuelta a España a Laia Montero.

Todo el proceso había sido lo suficientemente irregular como para sospechar que más adelante pudiera haber complicaciones… y, efectivamente, las hubo.

—¿Y por qué te arriesgas de esta manera por mí? —preguntó Laia al agente Juan Robredo, alias Bond, después de haber escuchado el relato de su liberación, cómodamente instalados en el compartimento del Talgo que los llevaría a París.

—Estoy harto de tanta mierda. Ha llegado el momento de rebelarse.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué es tan diferente en mi caso?

—Hoy debías morir en ese incendio. Yo no tendría que saberlo. Supuestamente nadie lo sabía, y espero que una vez descubran que escapaste estemos lo suficientemente lejos como para tener margen de maniobra. No tardarán en averiguar que yo estoy implicado, cosa que te ha salvado la vida, desde luego, pero que también significa que no descansarán hasta dar con nosotros y…

—Eliminarnos…

—Eres una chica lista.

—¿Por qué viva soy un lujo demasiado caro?

—No puedo probarlo al 100%, pero tengo los indicios y la experiencia suficientes para asegurar que tu secuestro fue organizado por peces muy gordos del mismo gobierno…

—¿¡Cómooooooo!? ¿¡Te has vuelto loco…!?

—¡Chsssssst! Baja la voz, que las paredes escuchan.

—¿Por qué iba a querer nadie del gobierno meterse en un ‘fregao’ así?

—¿En uno? En cientos de ellos, sólo que esta vez los niveles de truculencia eran demasiado altos y mi grado de tolerancia se ha reducido con los años.

—¿Me lo vas a explicar?

—Sí, pero tendrá que ser después de librarnos de la inspección policial rutinaria nada rutinaria que va a seguir a esta parada no prevista… Sígueme.

Continuará…