Hermoso y terrible,
el momento
en que convocan
a la batalla.
Hay tan poca tregua
entre cada matanza…
Aún la sangre de ayer
palpita en mis oídos.
Si cierro los ojos
aún puedo ver
los laberintos.
Y sin embargo,
yo juré
cumplir el mandato
sin importar la muerte,
la ausencia, la fe,
el enemigo.
Las hojas de té
giran, indecisas,
en la taza.
Los ojos de ella preguntan:
«¿Irás?».
La beso en la frente.
«Iré».