
Nuestro amor
yace dormido
en una fosa olvidada
por el destino.
Y ese destino
seco y desmedido,
no es otra cosa
que un periplo ciego
en la inesperada oscuridad
de las palabras;
hado infértil
que todo lo va apagando,
seduciéndolo,
atenuándose deslucido
como el telón del universo
que extingue de fuego y vida,
aquellas estrellas finales
que yacen muertas
en un fondo umbrío,
diseminadas y silentes
como mariposas
ahogadas en brea.
No pretendí
construir una eternidad
entre nosotros;
hacerlo hubiese
sido apostar
por una suma imponderable
de pretextos:
contigo solo fui
la circunstancia de mi ser,
de mi inconsciencia,
el apartado fugaz
que creyó vivirse
de labios y abrazos,
renunciando melancólico
a la encrucijada del pasado,
a un tris de no ceder y cabalgar
sobre la empedrada avenida del futuro,
madre cruel y voraz del presente
y su inmanente hipocresía
(y tal vez,
solo tal vez,
en el aplomo
de un verso natío).
Vestías de rojo esa noche triste
—lo veía en el cerco de rímel
que ocultaba tu mirada,
en tus ojos,
en el descuido
de la transparencia
del alma—:
esa noche inquieta
que traslucía de rumor
tanta nostalgia.
Mientras,
en la infausta residencia
del desamparo,
agazapado en la penumbra,
te imaginaba desnuda
e iba besando en mi memoria,
el rubor de la flor,
de la cariópside dividida
que alguna vez fue propiedad
de la complicidad y del deseo.
No podría repetir aquí
las palabras que te dije
entre susurros y alegrías,
pero sí puedo contener las sensaciones
que pulsan en mi interior
y que reiteran esta soledad
que se hace carne bajo el sol.
No podría afirmar las variantes
de este sueño de ti
que retoza incierto en mi alma
y que me acompaña
en la voluntad de la pérdida;
podría expresar impreciso
una nota de desencanto,
podría exultar de mí mismo
por el milagro inaudito
de haberte tenido,
pero no quiero padecer
de condescendencia,
porque hoy mi piel fenece
de la ausencia resentida
y no termina la cáustica tristeza
ni siquiera al escribir
estas palabras sueltas
que rolan de destiempo.
Decir, por ejemplo,
que tu recuerdo eclipsa mi ser,
que tuerce la cándida privación
de los besos que hoy
le pertenecen a tu sombra;
dejar de ser consuelo
y enredarse en la mortandad
que dejó sembrada esta gris historia
en los recovecos de mi existencia.
Yo de ti fui
lo que una vez de mí
hiciste ser.
Sin embargo,
solo sé que nuestro amor
yace dormido
en una fosa olvidada
por el destino
y que allí merodeará
hasta que tus manos
se anuncien al amanecer.
Por mi parte,
seré esa transición
que duele en los huesos,
como cuando se decide
a llover en el desierto,
que es nunca,
—créeme—
que es espejismo
por siempre,
—créelo—
que es brote infecundo
por donde se cuelan
los recuerdos
y hace estrago la noche
con sus aullidos.
[Conviértete
en mi herida definitiva,
en mi cicatriz eterna,
en esa inveterada promesa
que muere con el amor
cuando yace dormido.]
Alejandro Cifuentes-Lucic © Texto original para Salto al Reverso / 2014.
Fotografía: «Flores cautivas» (Dibujos en el infierno, del autor).
@CifuentesLucic
@saltoalreverso
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