Humanidad


Busco a mi madre una y otra vez, en esta y otras vidas. Se oye mi llanto en los confines de la tierra, un grito que desgarra, mi lamento desoído. Tengo hambre, sed, frío. Camino y no sé a dónde. Desde los tiempos de Herodes mi pena no le importa a nadie.

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El capataz de la plantación entra a la choza donde la negra recién parida amamanta a su criatura. Todavía huele a sangre y a líquido amniótico. La partera asustada intenta recoger los trapos sanguinolentos lo más rápido posible antes de que el hombre la mande a azotar. Las otras negras bajan la mirada y salen enseguida temiendo lo mismo. Saben lo que sucederá.

 —Remedios, ¿contaste los dedos de las manos y los pies de tu hijo?

—Sí, capataz —contestó la temerosa mujer.

—¿Los tiene todos?

—Sí, señor.

El hombre se acercó a la mujer que todavía tenía al niño pegado a su pezón y sin piedad lo arrancó. Desnudo y mal envuelto en un harapo se lo llevó por orden del amo para venderlo al mejor postor. Al unísono se escucharon los gritos desesperados de la madre y de la criatura arrebatada. La mujer se levantó con dificultad e intentó correr, pero apenas tenía fuerzas. Los esclavos bajaron la cabeza, lloraron junto a la madre y el recién nacido que nunca habría de disfrutar de los mimos y los besos de la madre.

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En el gueto judío con terror las familias esperaban la inhumana separación. Las mujeres eran separadas de sus hijos y sus maridos. Los hombres sanos eran enviados a campos de concentración para efectuar trabajos forzados. Los niños —si tenían suerte—, eran escondidos, pero si los encontraban tenían pocas oportunidades de sobrevivir.

Ruth había experimentado la crueldad de los nazis, cada día tenía que exhibir una estrella de David amarilla en sus ropas como símbolo de odio y escarnio. Sabía que pronto sería separada de Jacob, su único hijo de seis años. Con el alma rota pidió a sus empleadores —una familia polaca—, que escondieran al niño si se la llevaban a ella. Una mañana que Ruth se dirigía a su trabajo la arrestaron. Cuando no llegó, enseguida sus empleadores supieron que el temido momento había llegado. Como habían prometido se quedaron con el niño, pero la brutalidad nazi no paró con el pueblo judío, también apresó sistemáticamente a polacos y Jacob terminó secuestrado, separado de su madre para siempre.

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María estaba decidida a defender a su hijo de las maras, se rehusaba a perderlo como había perdido a su marido y a su hermano. Su país estaba cundido de violencia a causa del narcotráfico y las pandillas reclamando su terreno. Los varones eran reclutados desde los once años por los carteles, muchos no llegaban a la adultez. Sin pensarlo demasiado salió de Honduras con Juanito de tres años, burlando las autoridades de la frontera. Caminó gran parte del camino cargando a la criatura sin importarle las ampollas que salían en sus pies. Tenía solo el dinero necesario para pagar al coyote para que los llevara a la frontera de los Estados Unidos una vez llegara a México.

Cuando llegó a México se encontró con un grupo de personas que también irían con el mismo coyote. En la madrugada llegó un camión de arrastre con un vagón en donde los metieron casi prensados. María luchaba para que el niño pudiera respirar levantándolo en sus brazos. Luego de un corto trayecto, el camión se detuvo. El coyote abrió las puertas y les anunció que hasta allí los llevaba. La mayoría no tenían idea de donde estaban, algunos se daban cuenta de que estaban muy lejos de la frontera.

A la siguiente mañana empezaron a caminar guiados por uno de los inmigrantes que había entrado anteriormente a los Estados Unidos. El calor era insoportable, mas toda el agua que le quedaba a María la dejaba para su hijo. Dos días de camino y los pies sangrando, pudieron ver a lo lejos uno de los puentes de la frontera de Texas. Animados por la proximidad, siguieron hasta cruzar ilegalmente. Tan pronto como María cruzó uno de los guardias le quitó al niño y lo separó de ella, mientras se lo llevaban se escuchaban sus gritos.

—¿A dónde llevan a mi niño? —preguntaba la madre agobiada.

—Señora —le dijo otro oficial—, usted está arrestada por entrar ilegalmente a los Estados Unidos.

—¿Pero mi hijo? ¿A dónde lo llevan?

Sin ninguna otra explicación enviaron a María a una institución carcelaria, mientras que a Juanito lo llevaban a un viejo edificio de una tienda muy americana para enjaularlo con otros niños que clamaban por sus padres. Al día de hoy no se sabe qué pasará con Juanito ni los otros 1,500 niños desaparecidos bajo la custodia del gobierno de los Estados Unidos.

La humanidad no ha aprendido nada.

 

 

Querido hijo


El Blog de Reynaldo R. Alegría

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por Reynaldo R. Alegría

Mi querido Sebastián:

Hace un rato te dejé en el aeropuerto rumbo a Boston a tu segundo año de estudios.  Me siento tan raro.  Alegre, alegre, muy alegre, porque tuviste un gran primer año y porque este promete ser mejor.  Porque fundaste las bases para manejarte en nación ajena a pesar de la tara que se nos impone a los boricuas en los Estados Unidos.  Y soso, desabrido y hasta medio mustio porque pierdo esa fabulosa compañía tuya.

¡Es tan bueno estar contigo!  Eres inteligente, respetuoso, carismático, noble.  Tienes unas ganas fascinantes de aprender, de entender, de saber.  Y una dulce obstinación que requiere cultivo del entendimiento.  La verdad, la que escojas que sea tu verdad, será el producto de hurgar profundo en el entendimiento de las cosas.  De mirar a todos los lados, que usualmente son mucho más que dos.  De cuestionar con respeto conforme…

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Soy un padre muy feliz


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por Reynaldo R. Alegría

Mis queridos hijos Sebastián y Lorenzo:

Soy un padre muy feliz.

Pertenezco a una generación de hombres que son muy felices con su paternidad plena y que ejercen con gusto y gran amor la responsabilidad en la crianza de los hijos.  Como padre le sirvo a la vida de ustedes.

La paternidad, si tú quieres y lo decides, te hace sabio y feliz.  Pero solamente si tú lo escoges.  El mero nacimiento de ustedes no me habría hecho tan feliz si no hubiera asumido también las obligaciones y responsabilidades de mi paternidad.  Criarlos a ustedes, encargarme de ustedes, darles de comer, bañarlos, vestirlos, peinarlos, dormirlos, velarlos en el parque, enseñarles a montar bicicleta, ayudarlos con las tareas escolares, ayudarlos a escoger una universidad, eso es lo que me ha dado felicidad.

Por eso siempre me escuchan decir que desde que nacieron no puedo recordar un solo día en que el de ayer haya sido mejor que el de hoy.  Porque es que de verdad, cada día con ustedes ha sido mejor.

Les escribo esta carta porque creo que ya ustedes pueden entender claramente lo que es sentirse feliz y porque ya ustedes han visto muchos modelos de paternidad.  Y es importante que sepan que la sola paternidad no te hace feliz.  En realidad la felicidad es el resultado de una paternidad responsable.

Puedes llegar a ser padre de muchas maneras.  Pero más allá de las tantas versiones y razones de paternidad, deben saber que ser padre siempre, siempre, siempre, es el resultado de un acto volitivo.  Ser papá es un acto que surge de tu propia y única voluntad.  Yo decidí ser papá.  Y quiero que sepan que soy muy feliz.

Con el divorcio se aprenden muchas cosas.  Puedes haber sido profesor de Derecho de Familia y llevar 20 años de tu vida profesional como abogado dedicado a esa práctica, pero tienes que haberte divorciado, ser parte de esa estadística demoledora del 60% de intentos fracasados (muchos de ellos muy felices y llenos de amor como el mío), para aprender que es la paternidad responsable lo que te hace feliz.

Con el divorcio aprendí que el Día de Navidad es el día que uno escoja y que los cumpleaños se celebran cuando te venga en gana o cuando tengas dinero para hacer esa fiesta especial de la que están antojados.  Pero también aprendí, mis queridos hijos, que Día de los Padres es todos los días.

En mi carácter personal ser padre me da una ventaja sobre quien no lo es, pero sería muy injusto decir que la paternidad es una necesidad humana fundamental.  No lo es.  Mis tres queridos hermanos: Tío Carlos, Tío Ricardo y Tío Rafael, han sido tres grandes padres para ustedes.  La paternidad te da la oportunidad para hacer lo que tienes que hacer para con la sociedad.  No todo el mundo nació para ser padre.  Nadie debe decidir ser padre pensando que la paternidad le dará la felicidad que no tiene.  Los hijos no salvan los matrimonios ni las relaciones de pareja.  Es la responsabilidad en el descargo de la paternidad y la maternidad la que te hace feliz.  Soy feliz porque soy responsable con ustedes.  Parece una contradicción, pero ser un papá responsable es lo que me hace feliz.

Con el tiempo, si les toca ser padres, se darán cuenta que uno repite las mismas cosas que aprendió de sus padres.  Posiblemente no hay nada bueno que haya hecho con ustedes que no estuviera inspirado en mis padres.  Desde ir temprano los sábados a la Plaza del Mercado a comprar verduras, vegetales y pollo fresco para hacerles el potaje con el que los alimentaría desde que nacieron, tomarles una foto con el uniforme nuevo el primer día de clases, visitar la escuela a menudo para hablar con sus maestros, amanecerme esperándolos en lo que llegan de una fiesta, hasta hacer los grandes sacrificios personales y económicos que requieren una educación de primera como la que ustedes han tenido.

¿Pero saben qué cosa me hace muy feliz?  Que ustedes nunca me hayan exigido que sea un mejor padre.  Eso me lo gané cada día que decidí quedarme en la casa en vez de irme de fiesta.  Cada vez que me amanecí con uno de ustedes enfermo en el hospital.  Cada vez que tomé la decisión de ser responsable.  Por eso es que siento tanta felicidad cuando puedo contarle a mis amigos que ustedes nunca me hicieron una escena en el supermercado antojados de alguna golosina, que nunca han peleado físicamente con nadie ni entre ustedes, que son respetuosos, bondadosos, cariñosos, amigables, sociables.

No quiero terminar esta carta sin contarles un secreto muy íntimo para mi felicidad.  ¿Saben qué hago cuando estoy triste?  Pienso en ustedes.  Me los imagino en los momentos en que han alcanzado metas, premios, graduaciones, fiestas.  Me acuesto tratando de imaginar el futuro de ustedes; sus trabajos, sus parejas, sus estudios, sus viajes, sus hijos.  Imagino que los toco en la cabeza.  Que los miro a sus ojos verdes.  Que les acaricio el pelo.  Que les pongo la mano en el hombro derecho como suelo hacer y que los llamo “hijos”, como me gusta.  Que les doy un beso.  Y me duermo feliz imaginándolos, porque soy un padre muy feliz.

Es un día bonito


abel

Es un día bonito

cálido

(de manga corta y refresco).

Las flores

se atreven a salir y

algún pájaro canta

alegre.

He visto volar mariposas

en el cielo, las moscas

juegan

en el haz de luz.

Hay pelotas rojas en el parque hay

un leve olor a jazmín…Pero

              es invierno

-lo llaman efecto invernadero-

y es lo que tendremos que explicar

 

a nuestros hijos

 

cuando nos pregunten

por qué

no hicimos nada.

(Noticias)