
«Su marido se encontraba desaparecido desde el inicio de la guerra. Y de eso ya había pasado más de un año. Un buen día empezamos a notarle el embarazo. Y mientras iba creciendo su tripa, se incrementaban a su vez los rumores malévolos, los insultos en voz queda y las miradas de reprobación y lascivia. Fue la comidilla del pueblo esos años en lo que no había nada que llevarse a la boca. Tiempo después, y solo al acabar la guerra, descubrimos que muchos de aquellos maridos, hijos, mujeres, vecinos o primos que dábamos por huidos o desaparecidos, realmente habían estado durante todo ese tiempo, escondidos en habitaciones dobles tapiadas con armarios o estanterías y en cobertizos o zulos en medio de la nada. Algunos salían en mitad de la noche para estar junto a los suyos; otros habían permanecido años encerrados en antros y agujeros a los que no llegaba luz alguna. El marido de la mujer embarazada había sobrevivido dentro de un pozo gracias a que su esposa le llevaba comida y cargaba al hijo de ambos rodeada de murmuraciones e insultos. Mientras ella callaba». |
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