Esta fuga de mi mismo (13)


Contemplé en el espejo la inmensa felicidad de mi rostro. Tardé un buen tiempo para darme cuenta que lo mío no era contar historias sino vivirla, no sé el número exacto de días, pero bien puedo citar un número 666 días me parecen justos, además de que es número que cualquiera recuerda con facilidad, supongo que en la realidad me llevo más de dos años, pero como dije antes no tengo un número exacto, a quién le importa. Si uno no pone atención a los detalles esta jodidamente perdido si trata de ser escritor. Estaba huyendo de ser policía, alguna vez fui militar pero también me di a la tarea de huir.

Me encontré de con Laura, así de frente y ella se puso a bailar. Baila muy bien, sobre todo cuando mueve las caderas. Era lunes, nos pusimos al corriente.

Yo jugaba a que las cosas siempre salían como a mí se me venía en gana. Laura estaba preparando un nuevo caso. El de los tipos que habían entrados armados a un hospital y que días después aparecieron muertos de manera sospechosa. Le dije a Laura que no se metiera con esos tipos, pues una vez que se dieran cuenta de su existencia y de que ella les quiere hacer mosca, su vida se iría al traste, parece que eso a ella no le importo, así que le insistí, le dije que a estas alturas uno ya no se puede hacer el héroe, pero eso a ella le daba igual, le suplique en nombre de su familia, pero no me hizo caso y fue en ese punto donde entendí que mi vida se estaba dirigiendo directo a la chingada, pues una vez que ella, Laura se involucra en el caso, yo tendría necesidad de ayudar con el mismo. Seguro que nos identifican, pensé y entonces tendremos que fugarnos de esta ciudad, perdernos y no aparecernos nunca más. Ella me dijo: que te preocupas si las cosas se ponen feas les pides chance a los gabachos para vivir en sus tierras.

Esta historia no puede ser de otra forma. Abundan los narcos.

Laura dijo que la situación no era grave. Tres personas armadas entran a un hospital, hacen unas preguntas, buscan en los diferentes cuartos donde están los hospitalizados, las posibilidades no son muchas: la primera es que se trata de algún compañero que ha llegado herido al hospital, pero luego, ella descarta esa idea porque cree que de ser así ellos no lo andarín buscando y mucho menos llegarían armados, la otra posibilidad es que sea de algún bando enemigo y se les escapo en un enfrentamiento reciente y está herido por lo que ellos sospechan que está en algún hospital y no saben cuál. Esa idea suena un poco congruente, a ella le gusta, pero no deja de pensar en una tercera posibilidad: los chicos trabajan para un grupo determinado y desean ver las instalaciones del lugar, así como la seguridad que les ofrece, se presentan armados porque no han tenido tiempo de ir a sus casas a bañarse y vienen de un enfrentamiento y su jefe esta herido y les interesa internarlo, a Laura esa posibilidad no le gusta mucho, pero es eso una posibilidad y no se puede descartar de buenas a primeras.

Yo no hago otra cosa que pensar en la curvatura de sus piernas, no es broma. No le quiero declarar la guerra a nadie y mucho menos a unos posibles narcos.

Le respondí que eran unos muertos que no importaban a nadie, ni siquiera el periódico se ocupo de ellos y ella me explicó que algo andaba mal y que ella insistía en saber que era, me platicó de cómo fueron encontrados los cuerpos. Nos quedamos callados. Le recordé a Laura que ella era mi amante y estaba dispuesto hacer todo lo que fuera necesario por complacerla, si tenía que declarar la guerra a quien fuera yo estaba dispuesto y si un día teníamos que salir de esta ciudad corriendo eso haríamos. Supongo que me estaba ablandando, pero pensé que no era por la edad, si no por las piernas de Laura.

Nadie sabía nada. Siempre fuimos discretos. Podría decir que si de algo nos cuidábamos, era de las apariencias. Laura me hablo el viernes pasado para darme lo noticia. El sábado me dijo que estaba muy inquieta y el domingo no tuvimos comunicación. Cuando me detuve en la puerta de Laura supe que las cosas no andaban bien, ya era muy tarde para dar marcha atrás, estaba yo muy clavado con ella (enamorado hasta los codos). Tal vez fue el que su cabello se viera más negro o que sus labios rojos acentuaban la palidez de su rostro o el frío que inundaba el ambiente, algo era y yo lo presentí. La besé suavemente y ella me invito a pasar.

El espejo solo podía regresarme esa imagen de felicidad, en el resto del cuerpo no me fijaba, hacía mucho tiempo que había perdido la figura y ahora luchaba por no tener que usar una talla grande. Me quedé pensando en las cosas que había dejado de hacer y una de ellas era que había dejado de quererme. No podía esconderme de mí y no hacía otra cosa que estar en constante movimiento. Mi fuga no era otra cosa que el ver como mi vida se desboronaba mientras me daba el lujo de tener una amante que me volvía loco. Si Laura creía que investigar el homicidio de tres delincuentes que días atrás habían entrado armados a un hospital, yo la apoyaría incondicionalmente, acaso no para eso están los amantes.

Esta fuga de mi mismo (12)


Esta fuga de mi mismo (12)
Quería darle una sorpresa a Laura, así que no le dije nada y me aparecí por su casa. Resulto que Laura era novia de un narco o de un militar que para el caso es lo mismo. Yo había jurado que con mujeres casadas o con novias de militares o novias de narcos no me metería jamás, no es que tuviera miedo, pero ellos no suelen tomarla solo contra ti, sino con toda tu familia y eso no estaba nada bien. Aunque supuse que Laura era novia de alguien, lo cierto es que fui yo quien se llevo la sorpresa. Llevaba más de seis años en esta ciudad y siempre había sido precavido. La guerra entre narcos, los malos momentos, la necesidad de conseguir un trabajo, y esa desesperación porque ya pronto seria lunes, no quedaban atrás y cada día la cosa se ponía peor.

Casi todo viene en paquete de tres, las historias por ejemplo, podemos mencionar: a los tres cochinitos o los tres mosqueteros, tres son también las carabelas que viajaron hasta América o podemos hablar de la trilogía de tantas cosas o igual de la santísima trinidad, así que yo estaba necio con ello y pensé que nada mejor para mí vida que tener tres mujeres en ella. Desde luego que la primera era mi mujer, después por orden de aparición, le seguía Ella, a la que he llamado Mariko(un nombre más interesante es el de Marikeit), y luego Laura, el orden de aparición no tiene nada que ver con la importancia que ellas representaban para mí, a todas las quería por igual y todas eran mías. Ese era el problema, creer que eran mías. Eso lo complicaba todo.

Hace muchos días que no sabía nada de Mariko. Me la volví a encontrar en el hospital, había ido a consultar al psiquiatra y eso me pareció algo exagerado, pues yo la veía igual de hermosa que la última vez. Sentí un impulso poderoso por abrazarla, pero me contuve. Podría haberle dicho tantas cosas, como que la extrañaba y que deseaba perderme en sus caricias, pero ella adivino mis intenciones y antes de que pudiera decir algo, me dijo: que estaba muy mal, que todo le estaba fallando, que ella no dejaba de sentirse culpable, que por estar conmigo había traicionado al hombre que tanto amaba y que ahora se sentía la pero, yo la peor fue lo que me recalco todo el tiempo. Su debilidad emocional era su peor enemigo y desde luego el arma preferida de su coronel.

Le pregunte por la salud de su coronel y ella me dijo: pinche cabrón, no entiendes que no es coronel y si, ahora si te puedo decir que es solo mío y que nunca más lo voy a engañar. Me reí, no podía ni quería hacer otra cosa.

Se sentía triste y era mi culpa, fue lo que dijo. Las caricias de aquella noche la llevaron sin remedio alguno a consultar con el psiquiatra. Pensé en Laura y en la suerte que había tenido de conocerla justo a tiempo y así poderme olvidar de ella, pero no, por alguna razón uno siempre se detiene donde no hay esperanza o donde lo van a tratar a uno de la chingada.
Le dije que no era mi culpa que ese cabrón coronel la tratara como se le daba la gana, que en todo caso la culpa era de ella y entonces me dijo que por primera vez en toda su vida se arrepentía de sus actos, pero sobre todo de haber estado conmigo aquella noche. Yo pensé: se estará volviendo santa. Tonterías, eso era. Ella estaba cegada por esa supuesta culpa, mientras el coronel dormía todas las noches con su esposa y arropaba a sus hijos. Tonterías de nuevo, como es que él le exigía fidelidad y se atrevía a decirle que era solo suya y no dejaba de vigilarla. Egoísta, eso era él.

Yo no entiendo mi necesidad de tener otras mujeres. Mi mujer y mi vida sexual son muy satisfactorias.

Mi deseo por las mujeres, por otras mujeres, era quizá por profanar la belleza de ellas. Toda historia está llena de mujeres hermosas, nadie o casi nadie cuenta su historia con mujeres feas. Yo estaba rodeado por mujeres hermosas o eso era lo que prefería creer. Laura me había reservado lo lunes para nuestros encuentros. Su sonrisa y su cuerpo desnudo eran la entrada al paraíso, uno terrenal que estaba lleno de olores y de sabores que emergían de su cuerpo aún frágil después de la cirugía a la que había sido sometida. Nos gustaba creer que teníamos una mente privilegiada que no fuimos tentados por las ambiciones del poder, pero la verdad es que nuestra forma de pensar estaba muy lejos de competir con esas personas que habían logrado sacar provecho de su educación y ahora eran los grandes genios en las cosas que se desenvolvían. Laura insistía en investigar una serie de muertes, que según yo tenían que ver con el narco y para eso no se necesitaba romper con el promedio de inteligencia. Yo insistía que uno no se debe meter con narcos, ni con mujeres casadas, ni con los curas porque estos últimos poseen una extraña habilidad para maldecir y que eso se haga efectivo. Yo esperaba los lunes con ansiedad y ella me esperaba toda la semana en medio de sus humedades, al menos eso era lo que me contaba, yo no tenía más opción que creer todo lo que me contaba.

Mariko estaba cambiada, no era siquiera la sombra de lo que unos meses atrás mostraba. Su relación se había visto afectada por esa supuesta infidelidad y la habían manipulado a tal punto que había perdido todo deseo por hacer de su vida lo que se le viniera en gana. Ella estaba segura que nunca más volvería a estar con otro hombre que no fuera su coronel, (el coronel que no es coronel y esas cosas). Me dolía que ella creyera que yo había causado su infelicidad, porque si algo buscaba no era una entrega pasional de su cuerpo con el mío, yo estaba interesado en el amor, en hacerla sentir una mujer especial, pero ella no lograba entender eso y se aferraba a lo que su coronel le decía y a seguir sus instrucciones al pie de la letra. Mariko no podía hablar con nadie, ni en la calle, ni en el trabajo, en sus casa se tenía que limitar a cruzar unas cuantas palabras con su familia y desde luego que tenía que pensar en mudarse, en alejarse de esos entornos que le estaban causando tanto daño, ella solo podía ser del coronel y si alguien se le acercaba, él estaba dispuesto a jugarse la vida por ella. Yo pensé que el coronel solo estaba blofeando, pero desde luego que no deseaba averiguarlo. Sentí tristeza como ya dije antes, pero quién era yo para insistirle a Mariko que con ella me sentía muy bien y que mi triangulo amoroso era perfecto. Nos despedimos, la vi alejarse. Ese día no era lunes. Fui con Laura y ella estaba con otro chico, uno que se veía muy serio, muy agrio, muy intimidante. Le dije a Laura que había pasado por su casa para darle un recado de su rehabilitador y que urgía que regresara pronto a sus terapias, ella me sonrió y entre sus labios dejo escapar una pequeña frase, algo breve pero sutil y que termino por desbaratarme: tú me vuelves loca dijo y yo me sentí enorme. Mi mujer como siempre, no dejaba pasar la oportunidad de mostrarme su intensidad a la hora de amar. Había perdido quizá a Mariko.

No lo sé, todo es posible.

Esta fuga de mi mismo (11)


Laura trabajaba como recepcionista en un hospital que poseía cierta fama de ser bueno. Lo que en realidad le gustaba a ella era la actuación. Actuar era para ella como lo mejor que le podría suceder, sobre todo porque se podía disfrazar y nunca era la persona que los demás sospechan o creían que era. Antes de llegar al hospital, ella trabajaba en la centralita de la policía despachando las diferentes misiones a los patrulleros que andaban de servicio en las calles. Vivía en una ciudad interesante para el crimen: muertes, desapariciones, corrupción, secuestros, infidelidades. En el campo de las infidelidades es donde ella se sentía a gusto. Hacía mucho tiempo que Laura no encontraba nada interesante en la ciudad, alguna historia que envolviera pasión, sexo, lujuria y muerte. En sus ratos libres ella se dedicaba a investigar estos casos interesantes, les armaba un perfil criminal y no descansaba hasta entender a la perfección lo que estaba ocurriendo. Cuando llego al hospital, ella ya había sido operada de su columna y estaba mucho más hermosa que cuando llego a la ciudad por primera vez. Laura había caído en esos momentos en la tentación de volverse lesbiana, la culpa la tenía su espejo, pues cada que se veía en el, ella se enamoraba más y más de ella.

Antes de encontrar un caso interesante con el cual entretenerse Laura salió corriendo del hospital, era un trabajo, soso, aburrido, como para morirse de lo mal que estaba.

Solamente había historias sin sentido, chismes de unos empleados contra otros, envidias de los otros y unos cuantos que habían sido corridos, por lo demás los casos que se presentaban daban flojera: meningitis, dengue, influenza, huevo muerto retenido, instrumentación de columna, espondilodiscitis, etc., desde luego un etc., largo pero aburrido.

Nos conocimos en el hospital. ¿Qué demonios estaba yo haciendo en un hospital?

Le advertí a Laura que me gustaba más leer libros que la infidelidad. Y ella me dijo que eso era porque hasta ahora no me había encontrado a una mujer como ella, una mujer que tenía entre las piernas el calor ideal para hacer arder mi infierno. Admití que su idea no era del todo mala, pero le dije que no. que no me interesaba por ella y quizá fue por eso que la tormenta entre ambos fue creciendo, o tal vez todo sucedió porque así tenía que ser, como sea yo no creo en la casualidad y mucho menos en el destino, es decir cada cosa es consecuencia de nuestros actos. Dios no estaba mirando a nadie a sí que era fácil hacer lo que se nos viniera en gana. Ella me dijo que en serio tenía ganas de sentirme entre sus piernas, y yo le dije que en serio tenía ganas de estar dentro de ella, la nuestro resultaría una combinación catastrófica. Sus senos eran blancos, pequeños, pero firmes y llenaban con facilidad mi boca. No nos íbamos a morir de amor, nadie muere de amor, ni siquiera Romeo o Julieta. Un día sin saber cómo Laura se quito las pantaletas y mi vida se fue al traste, advierto que no morí de amor y tampoco anduve tras de ella como enajenado, ni tampoco estuve ausente en casa y ni siquiera sentía remordimientos cuando veía a mi mujer de frente, es más debo confesar que me sentía feliz y comencé a sentir cierto placer por perseguir las historias que Laura solía perseguir, es decir hasta antes de ella, yo pensaba que las novelitas de amor eran lo mejor que una persona podría escribir, novelitas de amor y poca violencia, pero lo cierto es que escribir novelitas de amor, ahora me parece algo viejo y pasado de moda, escribir (si es que quería seguir escribiendo) novelas donde la violencia reina eso era lo de hoy, todo lo demás me parecían historias que no llevaban a nada, pero como dije antes, todo eso tenía que ver con el momento que estaba viviendo. La infidelidad es ese poder sin límites que nos hace creer en la posibilidad de ser fieles y creemos que el nuevo día será diferente y nos hacemos promesas de situaciones imposibles. Laura ya me estaba abriendo las piernas y yo no me atreví a decirle que eso era imposible, nadie se podría haber negado y si no era por sus piernas o su piel blanca, cualquier otro habría sucumbido ante el olor que emanaba de su sexualidad. Fuerte, dulce, agrio, excitante.

Mañana siempre era una promesa. Mañana era joderse a la muerte. Mañana ni siquiera existe.

Yo había leído mil libros. ¿Cuántos libros crees que había leído Laura? Ella había tenido mil hombres. ¿Cuántas mujeres crees que yo había tenido? Había leído tantos libros porque me gustaba hacerme el culto. Laura había tenido tantos hombres en su afán por entender el comportamiento de criminales y solo algunas veces había estado enamorada o lo que se dice enamorada. Pese a los mil libros leídos o a los mil hombres con los que Laura había estado, ninguno de los dos podía ser como los demás, no podíamos salir a la calle agarrados de la mano, ni ir al cine, ni a la playa, ni tumbarnos en un jardín y besarnos hasta que los labios se pusieran a sangrar. Nos habíamos encontrado y nos resultaba necesario renunciar el uno del otro, total, nadie se muere de amor, me dijo Laura. No había forma de defender lo que uno sentía por el otro, nuestra necedad nos imposibilitaba, eso sin contar con nuestra idea de no creer en el amor. Nos podrían humillar por cualquier cosa, pero nunca por amor, al menos eso era lo que ambos creíamos. Ella creía que su vida daba para una novela y yo pensé: cuanta razón tiene ella, pero no dije nada.

Yo amaba a otra mujer, pero esa mujer amaba a otro hombre. Una mujer de verdad, no una mujer de mis historias, una mujer que insistía en sostener un amor que no la llevaría a nada, pero no me atrevía a reconocer de manera abierta que la amaba, para mí el amor no existía, era el reflejo de una mente pobre, algo que solo los débiles podían sentir, al menos era así como me mostraba ante los demás. Dos personas que se gustan, eso quería que fuéramos ella y yo. Imposible. Me gusta el arroz con frijoles y detesto el plátano pues suele darme diarrea. A ella la recuerdo todas las noches, la verdad es que no importad desde cuanto, ni los mil besos que nos dimos, como tampoco importa todo ese silencio que ha construido alrededor de ella, no importa desde cuanto me dejo de querer, y sí, he dicho desde cuanto, porque lo nuestro se fue al fracaso por una cuestión de números, pesos ni más ni menos, si yo fuera digamos más ligero y ella como el aire pues una pareja feliz, pero se supone que a ella no le interesan esas cosas del amor, aunque le jura amor eterno al hombre con el que comparte sus tardes, desde luego que es un amor prohibido de esos amores que no se pueden presumir por las calles, como todo lo demás. Mi autor preferido: Rubem Fonseca.

Esta fuga de mi mismo (10)


La odio porque tiene las piernas blancas y porque ya no quiere dejar que se las toque de nuevo. Tarde o temprano terminaría por odiarla y ella lo sabe. Ella no sabe sentir, es igual que la mujer que provocó esta fuga de mí, aunque cada una por su parte jura que ellas saben sentir con la vulva. Mentiras. La peloncita. Es tan bonita que sus amigas luchan por hacerla lesbiana.

Ella, la chica con la que hice el amor de pie, mientras ella estaba recargada sobre mi mesa de trabajo se volvió ausente y la vida así no era vida, al menos en un principio, ese principio que me llevo a conocer a Laura, la Laura de todas mis historias. Mariko, así la había llamado. Cuando la volvía a encontrar le pregunte si aún seguía con su puto coronel y me dijo que no era, no es y nunca será puto, además de que no era coronel. Yo pensé que era un hijo de puta por hacer que ella no estuviera interesada más en mí, pero esa era mi suerte o al menos yo quería creer eso. Buscaba todo el tiempo asilo en cuerpo desnudo porque solo así podría encontrar el camino a las letras y derramar todo eso que me parecía irme tragando, las letras eran las enemigas naturales de mis nostalgias, mi eterna juventud. Su puto coronel, aunque ella dice que no es ninguna de las dos cosas, era amante de los disparos y yo no quería confiar en el azar, deseaba estar seguro, saber por dónde andaba y que pensaba de los cuernos que yo le había puesto, pues él se había enterado de todo, la culpa es de ella que se mostraba como una mujer flexible, aunque yo también tenía parte de culpa en todo esto. Su puto coronel se había robado mi remedio infalible para curar mis nostalgias. La noche acá es la noche, nadie sale sino se quiere encontrar con un disparo, pero de noche es cuando te puedes encontrar con la pelvis perfecta, una pelvis sin nombre, sin rostro y sin la posibilidad de que ocurra de nueva. Yo estaba perdidamente enamorado de Mariko, lo habría dado todo, desde luego que no le habría dado dinero, porque es muy simple, no se puede dar lo que no se tiene. Yo quería ser cruel y perderla en un lugar improbable y que ella jamás pudiera encontrar el camino del orgasmo y desde luego a su puto coronel quería dejarle vacía la bolsa escrotal, pero todo eso fue antes de conocer a Laura, en ese momento mi vida fue otra.

Laura. Buena pierna. Si toma café experimenta el más pesado de los sueños. Almohadas amarillas. Mucha nalga. Su hernia de disco no la deja hacer lo que ama, desde luego que para el sexo se da sus mañas; su hernia se supone que ya es una ex hernia, pero lo cierto es que se tienen pocos casos de éxitos en ese tipo de cirugías, al menos con quien la ha tratado. Pocas chichis. Su cuerpo desnudo me hace derramar palabras. Antes de acabar con esta historia, todo mi percepción de la realidad se ve alterada, no es que Laura se hubiera ido de mi vida cotidiana, ahora más que nunca la tengo cerca, con Laura no tengo esquinas, es como la noche, larga, profunda, oscura e intensa. Con ella perdí el nombre y el nombre de todas, su cuerpo no me traiciona aunque a ella la ha traicionado una, dos o tres mil veces, que importa, con ella no tengo miedo. Estar en sus piernas es algo cabrón. No, no estoy cansado de mi vida, me cansa mi inseguridad y mi poca confianza para hacer las cosas que me gustan.

Los deseos no bastan, no es algo que puedas esconder y que nadie se dé cuenta. Yo deseaba tantas cosas, lo mismo que deseaba un cuerpo desnudo lo cual me podría convertir en un violador, deseaba escribir historias, lo cual no me convertía en un escritor y en ocasiones deseaba agarrar a golpes a quien estuviera delante de mí, lo cual seguramente me hacía un delincuente, un psicópata según los términos modernos de la descripción del comportamiento. Es más fácil ser delincuente o suicida que ser un escritor aunque a veces tengo mis dudas, es decir tal vez no existe esa línea delgada entre escribir y suicidarse, porque escribir es eso un suicidio diario una fuga de lo que somos, un desesperado intento por ser lo otro, lo que aún no somos, pero a lo que ya le hemos puesto nombre. El deseo es todo, te hace perder los estribos e incluso traiciona tu supuesta lealtad y desde luego que con el deseo se deja entrever la infidelidad como algo de lo más natural, con el deseo robas bancos, desvistes prostitutas, tienes hijos no deseados. No debe ser sencilla una vida con deseos, pero lo peor del caso es que no conozco a nadie que no tenga deseos.
Así empiezan mis historias. Me acerca a Laura porque la deseaba, no sé bien si deseaba sus besos o verle las piernas desnudas o verle sus fuertes muslos desnudos y verificar si es cierto que hacían esa convexidad que se dejan adivinar de bajo de su ropa, hablo solo de eso de las cosas que se pueden ver, casi nunca hablo del olor de su boca y el olor de su cuerpo y de los ruidos que hace mientras habla. La he besado, le he lamido las piernas y la convexidad de sus muslos. Ella es fuerte y su olor me masturba el cerebro mientras pienso en cómo ser infiel de nuevo. Pienso en todas sus historias, en sus deseos, en las mujeres de mi vida y ella, pienso en mi vecina y en sus vecinos, en sus amigos y los amigos que la han deseado y sus compañeros de trabajo y en las horas en las que no hace nada, pienso en las semanas que nos quedan para encontrarnos de nuevo y en el silencio, ese es el que más preocupa, el silencio, porque me hace sentir su ausencia y mis ganas por besarle la línea donde empiezan sus nalgas. Laura. Cómo le hace ella para esconder sus deseos. A veces todo lo que deseo es desaparecer, pero no soy mago y no tengo un truco debajo de la manga. Lo que yo deseo es habitar en ella, no con ella, ni en su casa, si en sus deseos y sus sueños, en sus instantes íntimos y en esos instantes cuando ella sonríe de ganas y se le erizan los vellos que cubren sus pubis. Ahora lo más cerca que puedo estar de ella, es en medio de todo esto que escribo, pero quisiera que fuera mi lengua la que recorriera su cuerpo y no mis letras. Suspiro. Siento su olor, mientras mi mujer lucha por no ser infiel, lo adivino en su mirada, que demonios, me merezco los cuernos y ella esta aferrada a no ponérmelos.

Esta fuga de mi mismo (9)


Manos fuertes, sonrisa alegre, el cuerpo perfecto y una hernia lumbar, esa era ella: Laura. Mi Laura Blake. Sentía cierto placer de que no fuera psicóloga, sentía ese placer que te causan las mujeres que saben tejer historias, las que todo el tiempo se están dejando llevar por su capacidad para crear. Hasta antes de conocerla, yo estaba enamorado de Natalie Portman, pero Natalie no era perfecta, primero porque no bebía tequila y en caso de hacerlo, con dificultad querría beber mezcal. Adoro a las mujeres que beben mezcal.
Durante esos días que ya habían perdido el nombre, estuve pensando en hacer una historia, quizá lo correcto sea decir que había pensado escribir una historia de Laura Blake y que fuera interpretado por Natalie, ella era el único rostro posible para mi Laura, pero luego las cosas resultan ser más o menos como uno quiere y ya no hay necesidad de escribir nada y mucho menos buscar quien haga ese papel, quizá lo mío era un pretexto para estar en el set de grabación, pero creo que esa era una historia un tanto disparatada. Quien mejor va con ese papel de Laura Blake es Jaimie Alexander, aunque con ella corría el peligro de perderme en los laberintos de mis pensamientos y mis pasiones. Jaimie posee uno de esos cuerpos que no traicionan.

Laura tomaba mezcal.

Nos conocimos un lunes, un día como cualquier otro o como casi cualquier otro, ella me sonrío a la primera y no fui capaz de decirle que a ella la conozco desde siempre, que he llorado una o dos veces por su ausencia, que se todas sus historias y se de su viaje a Brasil y la historia de la anciana prostituta o la prostituta anciana, supongo que en este caso el orden de los factores causa cierta alteración. Lo sé todo Laura, eso quería decirle, sin embargo toque su mano, me mire en sus ojos y sentí su piel después de casi 24 años de ausencia. Mi ausencia en su vida.

Laura escribió historia sólidas acerca de la anciana prostituta y se vino a esta frontera buscando a la heredera de la fortuna de esta anciana.

Soy escritor, le dije a Laura y ella no paro de reír.

A Laura le gusta el teatro. El dolor en su columna la ha limitado, ya no hace yoga porque no se atrevió a soportar el dolor, o porque no había motivo para soportar ese dolor o porque simplemente no deseaba soportar ese dolor. Ella fuma, pero no esos cigarrillos que vienen impregnados de miles de componentes químicos, es inteligente, se entera de las cosas que suceden en este mundo, ha recorrido las fronteras una y otra vez, ella sueña y yo sueño con ella, todas las noches.

Tenía ganas de perderme con ella, en ella, en su cuerpo, en sus labios, en su hernia lumbar y hacerla olvidar ese dolor. Uno nunca sabe lo que pueda pasar. Hoy también era lunes, llovía un poco y el clima estaba errático, frío para cuando aún debería quedar un poco de calor, sus ojos no me habían visto, pero yo podía aún adivinar la chispa en ellos. Llevaba el uniforme que hasta hace unos días, se había puesto aquella chica con la que empezó toda esta historia, esta fuga de mi. A la chica de esta historia, o mejor dicho a la chica que disparo esta historia no la volví a encontrar pero tenía necesidad de verla, de pedirle que me regrese mi libro, mi pequeña joya, la última vez que la vida se había quitado el sostén y se había mojado las tetas con mezcal, el mejor mezcal, de los que no se encuentran ni siquiera en Oaxaca, lo de ella fue un sábado poco antes de que me dijera que quería un perro. Me gustaría ser cruel y decir que ya la olvide, desde luego que prefiero la verdad y de todo esto me preocupa que no me regrese mi libro, ese libro que nos llevo al camino del orgasmo. Supongo que de ir por mi libro me llevare un mal sabor de boca y confieso que ya no quiero verla, que estoy perdido en los ojos de Laura.

Laura es tan bonita que no dudo que pase horas enteras ante el espejo, enamorada de ella misma. Pienso en la cara que pone cuando se masturba, es casi seguro que se masturba, tienes las manos muy fuertes y los labios rojos e intensos, con ella sellaría un pacto de amor que no es otra cosa que un beso.
No dejaba de pensar en la historia que había mantenido en mi cabeza durante tanto tiempo, yo no me enfrentaba al conflicto de la hoja en blanco, sino a mi creciente indisciplina, escribir es para mí una necesidad y a veces creo que me comporto como los chavos que de manera despreocupada creen que lo pueden todo y terminan por no hacer nada (aunque no todos son así). Hace un tiempo pensé escribir una historia para salir de mis problemas, daba por descontado que podría ganar cualquier concurso, desde luego que no tenía ni puta idea de lo que se trata cuando uno dice que es capaz de escribir. Lo cierto es que nunca he dejado de soñar.

No había mujer más interesante que ella en toda la ciudad. Mi vecina. Tal vez estoy exagerando de nuevo.

Me olvide de la vida, otra vez. La ciudad cambia de sitio constantemente. Estoy preocupado. Nunca he hablado de las cosas que pasan en la calle, quizá no tiene sentido hablar de ellas o quizá soy una persona que todo la exagera. La ciudad era ese sitio donde nacen sicarios y amantes. Amantes que poseen poder, sicarios que hacen que ese poder sea efectivo. Un nuevo orden. Control. Alta traición. Me espantaba la idea de quedarme sin Laura, tenía mucho por hacer, pero me estaba volviendo necio y lento, dentro de poco necesitaría ayuda para orinar, se que el termino es grotesco, pero a veces no hay más opción que disimular. Normalmente veo a Laura por las tardes cuando todo está tranquilo, a veces me estoy muriendo de sueño y no tengo manera de justificarme. Ella se levanta primero y yo le sobo una vez más para que me de suerte, sus pies quizá estén fríos, pero el sexo de ella no logra apagarse y yo no logro alejar mi mano, mientras pido por mi suerte. Suerte para estar en algún lugar de la vida, con ella, con mi Laura Blake.

Esta fuga de mi mismo (8)


Siempre me dolía escuchar a Laura, no es que ella fuera una quejumbrosa, sino que me veía a los ojos y era tan intensa y profunda su mirada que terminaba por llenarme de nostalgia. Tal vez ella me recordaba algunas noches en Barcelona, cuando beber tequila estaba prohibido por lo caro y no por lo escaso y el mezcal era algo casi imposible de conseguir al menos el que a mí me gusta. Me dolió cuando ella me dijo que tenía novio. Nos conocimos cualquier mañana, no puedo precisar cuál de todas, pero seguro hacía frío, pues yo me pongo sentimental cuando hace frío y me enamoro con facilidad. Le tendí la mano y le dije que sentía algo así como un gusto, pero que me gustaría más saludarla de beso, que eso me haría muy feliz. Esa primera vez ella insistió en aferrarse a mi mano y sonreír. Yo estaba enamorado de la ausencia de Barcelona en mi vida y no es que me hubiera ido tan mal, la verdad es que no me fue nada mal, pero a veces las cosas no salen como uno quiere. La Ana que yo recuerdo la conocí en mi departamento junto a la playa, me gustaba tanto, pero ella siempre estaba drogada o eso es lo que recuerdo, también recuerdo la primera vez que la vi desnuda en la playa, al parecer en esas playas la gente se puede desnudar sin sufrir susto alguno, pero no es algo que yo me atrevería hacer con facilidad, eso es lo que ahora supongo aunque en aquella época seguro lo habría hecho.

La Ana que yo conozco, no es igual a la Ana que vi hace unos días en la pantalla del cine, la Ana de ahora está muy repuesta.

Nunca había pensado en la posibilidad de suicidarme. Había pensado que de aprender inglés, podría irme a New York y tomar clases en la escuela de creación literaria, no para aprender a escribir, sino para aprender cómo llevar a cabo ese magnífico romance que Laura ofrecía con su sonrisa a todos, menos a mí, aunque para el amor uno no va a escuelas de escritores, pero es a la única escuela que me interesaba ir. Tonterías. A veces creo que la sonrisa de Laura es porque sabe todas las pasiones que despierta en mí. Una de las cosas por las que me gusta escribir es porque en ellas puedo hacer de mi vida lo que me venga en gana y porque cuando lo hago todas son mías, no importa lo que digan mis amigos o lo que otras personas quieran, ni siquiera me importa lo que ellas piensen. Se lo dije a Laura y me dijo: que si yo estaba dispuesta a mantenerla, ella estaba dispuesta a considerarme su amigo y a mi esa idea me pareció un poco extraña, pues yo en ese instante solo pensaba en ella como una más de mis amantes, si es que alguna vez había tenido amantes o si es que existía alguna lista donde se van añadiendo a las amantes para poder decir que tenía un más.

Le pregunté a Laura que día era hoy y que iba hacer una vez que cambiara el horario, esa costumbre que tengo de preguntar por esas cosas, yo tenía ganas de confundir los domingos con los lunes, y así no trabajar por la noches, por desgracia el cambio de horario me obligaba a trabajar una hora más a la acostumbrado y cuando uno es asalariado no es nada divertido trabajar de gratis, pero las cosas así estaban y yo no podría hacer nada o casi nada, si es que el lamento cuenta cómo hacer algo. Imagino su piel suave, tibia, lisa, imagino la herida de su piel que le ha quedado después de la cirugía y las horas que tiene que pasar en terapia, la imagino fumando un cigarro y saliendo a caminar porque desea tanto esa vida que me parece tan alejada, tan mágica y distante, como suelen ser todas las vidas cuando uno cree estar enamorado. Yo sospechaba no estar enamorado pero pensaba en lo cruel que resultaba oír su nombre en la voz de otro y los gemidos de ella en el cuerpo de otro y su vida en la vida de otro, no tenía sentido el ponerse así, pero a mí gustaba hacerlo, sobre todo cuando escribía de ella, de ellas, de todas. Todas son mías, no me cansa repetirlo.

En otros tiempos me habría pegado un balazo para salvarme de mi infierno particular, pero hoy en día ni siquiera eso tiene sentido, resulta tan común.

El departamento en Barcelona era lo que yo necesitaba, no era un lugar pequeño y debo decir que constituía un lujo rentarse un espacio en un lugar así, la mayoría rentaba espacios de dos por dos metros al interior de viejas casas en el centro y en esos espacios juraban ser felices. No era mi mejor momento, yo estaba quebrado por mi mala administración y Ana estaba quebrada por su consumo de drogas, pero ella tenía dinero y podría ayudarme a solventar mis gastos, sin embargo yo no me atreví a enamorarla, pensé que para ella eso sería un suicidio y yo nunca aprendí a soportar los orgasmos fingidos. Ana se presento en la puerta de un bar, donde yo trataba de beber algo decente y que no fuera whisky. Hacía muchos días que no llovía y sin embargo Ana traía la ropa pegada a la piel, la geometría perfecta en ese punto su cuerpo dibujaba cada uno de los tres lados, todos iguales y al centro se adivinaba una tempestad. Al verla entrar me quede callado, pero un mexicano reconoce a otro mexicano entre la multitud. Así que ella fue hasta mí y me dijo que le invitara un trago, pese a no tener prácticamente dinero, se lo invite. Más tarde nos fuimos al departamento en la playa, el departamento que yo rentaba y ella aprovecho el tiempo para drogarse lo suficiente y no despertar sino un par de días después. Yo estaba espantado mientras ella dormía a gusto. Tiempo después pensé que aquella aventura fue un sueño, un buen sueño y que nada de esto había sucedido nunca. Lo que no tenía claro es si ya había despertado.

Yo tenía ganas de huir del mundo a través de la ranura de tu cuerpo meterme en ti y no salir jamás.

Laura era perfecta, no sé si era una mujer hermosa, pero si era perfecta. Ella me pregunto si yo era casado, aunque lo sabía desde el principio, yo no podía creer que ella no estuviera casada y mucho menos que aún no tuviera hijos. Ella vivía con sus papas y tenía un vecino que fumaba marihuana y tomaba un alcohol tan barato que bien podría estar ciego en este instante. Ella me dijo que no le importaba lo que hacía su vecino, que cada quien su vida y que nos tenemos que respetar, yo quería morderle sus labios o acariciarle la cicatriz de la cirugía a la que había sido sometida, pero a ella no le importaba otra cosa que recuperarse y seguir con lo que más le gustaba en esta vida y que por cierto no era yo. Quizá no podría oír su actitud flexible de gemir. A mí me llenaba de sorpresa su vida, pero así son los inicios, cualquier cosa nos llena de sorpresa y nos parece que nadie más las puede hacer, con el tiempo nos damos cuenta que no son otra cosa que algo que tiene que ver con la rutina. La ocasión era perfecta para fugarme una vez de estas cosas que hago a diario y para olvidarme de María, aunque todos sabemos que ella no se llamaba María como tampoco era una actriz o un personaje interesante en la obra de teatro, pero sobre todas las cosas aquella María ni era hermosa, ni me gustaba tanto y casi estoy seguro que era mi peor error o ese capricho que no lleva a nada. María era contabilizar el número de veces que tienes que entrar y salir para lograr sacar de ella un leve gemido, una muestra de simpatía, un orgasmo apenas impregnado en los olores que suelen recorrer su cuerpo, como si estuviera transpirando lo que yo sentía por ella. Transpiraba el dulce olor del orgasmo y el agrio sabor de sus efluvios.

Pensé en escribir acerca de Laura sin llamar la atención, pensé en refugiarme en esta necesidad de que ella me atrape entre sus piernas y que sus labios cuando sonrían sea porque yo la he hecho feliz y que no esté demasiado callada, que este divertida, pero fuera de esta realidad que me invento cada que escribo, no tenía muchas cosas para contar y tendría que construir un mundo complejo, un mundo donde estos sueños puedan domar los deseos de la realidad, donde lo crudo de la vida suele ser un golpe devastador que no nos da oportunidad de nada, mucho menos de soñar y donde escribir es un lujo cuando no se tiene claro que es lo que se desea. Me senté a esperar, el reloj parecía haberse detenido, pero esa noche el cambio de horario retrasaría el amanecer y yo no volvería a encontrarme con Laura nunca más.

Esta fuga de mi mismo (7)


Pase varias noches sin poder dormir, me quedaba pensando que quizá nos volveríamos a encontrar y no es que no pudiera vivir sin ti, la verdad es que lo que no quería era vivir en medio de esa incertidumbre que te regala un adiós mediante un mensaje de texto, como si tú y yo nos hubiéramos deshumanizados. Mientras que en todo el país se hablaba del fracaso de la selección de fútbol, yo intentaba ganarle al destino tus favores sexuales en una mano de póker. Hoy se que lo que deseaba eran tus favores sexuales, pero en su momento habría jurado que se trataba de amor y habría muerto en el intento de tenerlo siempre. Yo no sé nada de fútbol y mucho menos de jugar póker, pero cuando uno se siente perdido es capaz de hacer todo tipo de tratos, incluso llegue a pactar con Dios y debe mencionar que no creo en su existencia, y si ese Dios tuyo no quería hacer pactos, me quedaba aún el Diablo, aunque con eso me contradecía cada vez que lo pensaba. La peloncita no había dejado de esforzarse, seguramente deseaba tenerme de nuevo entre sus piernas, pero yo estaba seguro que todo aquello fue una falsa situación, pues ella en realidad no me deseaba y lo único que encontraba de placer era el hacerte daño, si es que a ti se te puede hacer daño de alguna manera, a veces pienso que eres tan mala que no hay nada que pueda lastimarte. La peloncita era blanca y lesbiana, pero gustaba de los hombres, quizá porque pensaba en hacerlos sufrir de placer mientras sus dedos se deslizaban por el único canal existente entre las piernas de ellos, los hombres. Me acordaba tanto de ti, del olor a sexo que inundaba mi memoria, del mensaje que me enviaste, alertándome que él lo sabía todo y que yo corría un peligro grave, pues estaba tan enojado que seguro esa misma noche mandaría un comando armado para sacarme de mi casa y cobrármela caro el haber dormido contigo. Pensé: una muñeca más de la mafia, pero no era así, tú solo querías salvarte, asegurarte que todo lo que él te daba no lo fueras a perder, ya sabes: el móvil, el mandado de todos los lunes y una pizca de sueño en donde tú te veías fuera de esta ciudad una vez que él tuviera que salir a estudiar, eso desde luego si él pasaba ese examen que fue a presentar hace más de un mes y que a la larga significo que tú perdieras el trabajo, pero nada de eso importaba si al final el premio sería estar con él, no importaba cuanto tiempo pudieras estar con él, sino estar con él, porque según tú, te habías enamorado aunque desde luego no creías en el amor. Al final, la misma historia de siempre y tú tendrías que tener que volver a empezar con los sueños. Tonterías.

Él se moría de celos y la sola posibilidad de que alguien más pudiera estar contigo lo volvía loco.

Todos los hombres que se te acercaban solo querían coger, nada de hacerte el amor, ellos querían sexo; nadie tiene duda de ello. Yo era el único que quería ser escuchado. Quizá por esa necesidad de coger contigo. Todos los que se te acercan son casados y nadie piensa en ir más lejos, aunque muchas veces te mientan para poder obtener lo que desean y si la mentira es recurrente es porque no te quieren perder de buenas a primeras o porque la única forma que tienen de permitirse que no estés con ellos, es cuando ellos estén lejos de ti, la distancia es lo único que los puede salvar de no sentir el calor de tu cuerpo y no perderse en ese olor a sexo que despides a cada paso. Ellos necesitan de tu cuerpo a cada noche, él más que nadie. Yo solo deseaba ser escuchado, el sexo era un pretexto y sin embargo termine atrapado en el, pero no me di cuenta como te dije antes, sino mucho tiempo después.

Cuando él esté lejos, tendrá desconfianza en todo momento, estará en el lugar que ahora estoy y pondrá la cara contra la pared una y otra vez, como suelen hacer los débiles. Solo entonces se la voy a cobrar caro. Yo no mandare un comando armado a buscarlo, tu seguirás inundando mi cuerpo con tu olor a sexo y el máximo placer vendrá de la mano de que podré hablarte todo el tiempo, aunque tú no tengas nada de qué hablar y tu inteligencia que durante mucho tiempo pensé que era de lo mejor, quede al descubierto como lo que en realidad es y eres.

Tus historias serán siempre invisibles, no importa a quien le cuentes o como lo cuentes, no importa que pongas fotos en alguna de tantas redes sociales. Los casado seguirán viniendo a ti, pero nadie se quitara el anillo para ofrecerte otra vida. No te buscan por tu sexo, en casa lo tienen, no te buscan porque seas la mejor o por la fama que te fuiste creando, te buscan porque eres la mujer que se somete a sus caprichos o deseos sexuales más perversos y porque te pueden dañar sin que reclames o digas algo, te buscan porque ofreces eso que nadie les ofrece en sus casas: la rebeldía, la pasión de seguir con sus esposas y una muestra de lo importante que suele ser la fidelidad. Contigo no tienen necesidad de no fingir un orgasmo, pues no les importa y mientras tanto tú te crees las historias que te cuentan, cuando te sería más fácil mentir que creerte todo eso que te dicen, pero tú ya no tienes salvación alguna.

Me he encerrado en las últimas semanas. Mi cuarto tiene ese olor a mí, el tuyo se ha perdido.

Últimamente la lluvia amenaza todos los días. Me gusta este clima, en donde no se siente mucho calor y el frío es una amenaza constante. No he leído mucho y extraño a unos cuantos amigos. A veces me dan ganas de caminar a altas horas de la noche, hacerlo solo, desvelarme para al otro día caer rendido en un sueño que me tenga sin el control de mi cuerpo, no intento convertirme en polvo. En la calle después de media noche te encuentras con los que no pueden dormir, pero también con los que no dejan de trabajar, porque piensan que el tiempo es dinero y que la oscuridad esconde la violencia y la impunidad a la perfección, cuando me encuentro con ellos escondo la cabeza y cambio de dirección, no les tengo miedo, lo que me preocupa es reconocerme en alguno de ellos y seguir el mismo camino.

Una vez conocí a una chica que contaba que durante muchos años había trabajado como prostituta, pero que desde que las cosas se pusieron feas, ella se convirtió en sicario. Había matado a más de cien y no siempre a balazos. Sentí miedo, pero la curiosidad fue más poderosa, le pregunte que de seguir siendo puta, cuando valdría su calor por una noche. Me dijo que si solo era sexo con mil me alcanzaba, pero como siempre sucedía que una vez que estabas con ella no la querías dejar, más valdría tener muchos miles ahorrados para unos cuantas noches y que una vez que mi dinero fuera todo de ella, necesitaría ayuda para desintoxicarme y poderla olvidar, que esa era otra forma que ella tenía para matar, sentí deseos de corromperla de su actividad de sicario, al mismo tiempo que sentí miedo. Había matado por primera vez porque habían abusado de ella. No solo lo mato sino que lo hizo desangrar por el culo, le había metido una botella rota. Sintió placer y por eso se consiguió un trabajo donde pudiera matar y que le pagaran por eso. Yo pensé que todo eso era una gran mentira. Destruir siempre es más fácil que crear pensé. Tal vez lo que ella decía era verdad pero al verla, al ver su boca, su cuerpo, sus manos tan finas, todo me parecía imposible, ella tan femenina y la violencia tan áspera, tosca, humillante.

Había decido olvidarme de todo, no de todos. Fugarme de lo que soy.

No tenía miedo, o no sé si lo que sentía era miedo, esta ciudad desde siempre me había quedado chica, sin embargo había algo en ella que me mantenía con los pies pegados y no lograba desprenderme de ese potencial embrujo, tal vez era la muerte que nos acechaba a todos sin control alguno, tal vez todo era porque este fue el único lugar que me regalo cierta tranquilidad en los tiempos en los que yo estaba huyendo, aún estoy huyendo, pero ahora me tomo la vida con más calma, quizá porque nadie o casi nadie sabe lo que escondo ni la verdadera historia de lo que he vivido. No puedo decir que me he reformado, no puedo decir que muchas cosas son parte de ese pasado, es imposible dejar de sentir placer por lo que nos gusta y yo cada día extraño más a ese demonio que me incitaba a dar malos pasos. No me arrepiento de estar aquí, lo confieso.