
«La milicia y los propios vecinos aporreaban las puertas de las casas e irrumpían requisando todo lo que tenían al alcance. »Aquello que no les servía simplemente lo lanzaban por los balcones. Si no hubiéramos estado encerrados todos tras ventanas y puertas tapiadas, podríamos haber presenciado una lluvia continua de cómodas, mesitas de noche, libros y sillas, que estallaban en esquirlas de madera nada más caer y desmembrarse en las aceras. »Después se hacían grandes fogatas y los llantos y el olor a quemado inundaban las calles». |
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