Dejaron sus botas a los pies de la entrada.
La gravedad hizo el resto del trabajo con la ropa.
En el portal quedaron los primeros besos.
Los siguientes, arañando las sombras del rellano
Después
su desnudez les suspendió
sobre los pétalos de una cama.
Comenzaron pronto las caricias,
el suave tacto de la piel contra los labios
y un juego de manos comerciando con deseos.
La noche transcurría lenta,
el sudor resbalaba áspero
y los instintos encajaban deprisa.
Tras consumar la noche
decidieron dormir juntos,
abrazados,
sin una palabra que llevarse a la boca,
sin promesas,
ni reproches.
Por la mañana el alba los despertó,
ella mujer
y él un número de teléfono.
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