Sin papeles (Inaxio Goldaracena).


Dejaron sus botas a los pies de la entrada.
La gravedad hizo el resto del trabajo con la ropa.
En el portal quedaron los primeros besos.
Los siguientes, arañando las sombras del rellano
Después
su desnudez les suspendió
sobre los pétalos de una cama.
Comenzaron pronto las caricias,
el suave tacto de la piel contra los labios
y un juego de manos comerciando con deseos.
La noche transcurría lenta,
el sudor resbalaba áspero
y los instintos encajaban deprisa.
Tras consumar la noche
decidieron dormir juntos,
abrazados,
sin una palabra que llevarse a la boca,
sin promesas,
ni reproches.

Por la mañana el alba los despertó,
ella mujer
y él un número de teléfono.

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Idioma universal (Inaxio Goldaracena).


Hablas una lengua extranjera
que no conozco
que no ubico su acento
ni le hallo equivalencia
un parloteo incomprensible
que se desprende de tus párpados
como el polvo de los molinos
o los segundos en otoño
mientras me observas por igual
sin ver en mí al compadre
sino sólo a la persona
que traduce tus lágrimas
por dos tímidas exclamaciones

Siempre en silencio
disparando enigmas contra el gentío
en alborotado ademán
conmoviendo tu verbo
el pulso sincero de quien te mira
del que te abre la puerta
y funde el gesto en sus huesos
al descifrar tu mensaje

Y escucho esa mudez por tu boca
alcanzar significado fuera de la enciclopedia
en el extremo último del diccionario
donde la fonética no halla lectura
ni el léxico sustancia su esencia
donde la semántica queda
huérfana de relieve

Sin embargo
en tu amargura se identifica mi tacto
sin conjunciones ni adverbios
y por tu piel se infiltra la mía
trasfiriendo su dolor con el roce
y las palabras lloran sílabas
que arrastran tus labios por una caricia
y el síndrome de Ulises se averigua
en tu atlas de anatomía
porque el idioma universal de los gestos
es tan sencillo
como humano.

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a vista de perro (Inaxio Goldaracena).


una vez conocí un perro
que no deseaba tener nombre
para que nadie lo usara por correa.
un perro
que no miraba a los ojos
por temor a enamorarse
ni se sometía a otro alimento
que el aire.
un perro
que no tenía país ni bandera,
que no se dejaba acariciar
para no sentirse indefenso,
que no temía al miedo, ni al frío, ni a la luz;
un perro que copiaba mis ojos,
cuya boca era un poema sin versos,
el hocico negro como la noche bruna
y su piel
la de un abrigo sin amo.

un perro
que había nacido libre
y que sólo quería ser perro.

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