Intento de fuga


Lo encontré al día siguiente pataleando, con medio cuerpo metido en otra dimensión. Tiré de una de sus piernas y, al no tener nada para sujetarse, cayó de bruces delante de mí. Yo creo que algún diente se habrá roto con semejante golpe.

Había montado tremendo lío, y luego así, sin más, dijo que se marchaba. Siempre he pensado que eso de dejar las cosas sin concluir está muy feo. Solo quienes mueren tienen derecho de dejar las cosas a medias.

En realidad, yo no elijo quién aparece en mis sueños y, hasta este momento, creía que tampoco decidía cuándo debían abandonar el sueño o desaparecer. Lo cierto es que no sabía quién era este personaje, pero su actitud no me gustaba nada nada. De repente se acercó a una y le cortó un mechón de pelo, porque sí. Después se metió en una conversación ajena y comenzó a mofarse a carcajadas de lo que estaban diciendo. Luego, de repente, empezó a lanzar puñados de arena desde una banca del parque a todo el que pasaba por allí.

Yo presenciaba esas escenas y sentía que la gente me miraba como diciendo: «¿En qué momento vas a parar esto?». Si hubiera sabido que era un sueño, lo hubiera echado ipso facto. Así de sencillo.

Pero ahora, este personaje tenía que rendir cuentas, disculparse al menos y aliviar los ánimos en mi sueño, un poco. Todo esto empezaba a ponerse color de hormiga.

Y lo peor es que, mientras no terminara este sueño, no podría dar aviso a mis amistades de que un personaje andaba suelto causando estragos en sueños ajenos.

Así que mi sueño iba a transcurrir intentando meter en cintura al susodicho, aunque convencerlo de que debía resarcir el daño causado no sería tarea fácil, pues, como he comentado antes, no le conocía de nada.

Cuando lo encontré colgando de otra dimensión, y lo devolví de golpe y porrazo aquí, lo único que se me ocurrió decirle antes de despertar fue: «Esto te pasa por querer escapar de mi sueño».

Dos segundos


De vez en cuando decido caminar solitario, en esa ruta que me lleva hacia ningún lugar y que, a la larga, es hacia donde en realidad quiero ir. Solitario voy en mi ruta, mas solo no estoy del todo. Gente se cruza en mi camino y, a veces, intercambiamos un gesto, una palabra o, simplemente, una mirada.

Nunca había pensado en el significado intrínseco que posee cada intercambio que hago con todos aquellos que se cruzan conmigo de manera fugaz. Hasta ese día. Ese día en que, de todos los cruces fugaces que he tenido, tú, precisamente tú, quedaste marcada en mi alma como si fueras una profunda cicatriz sobre la piel.

No sabría explicar el porqué de nuestro breve encuentro, sin embargo, tu presencia durante ese momento, la forma en que cruzamos y sostuvimos nuestras miradas el uno sobre los ojos del otro, esa sonrisa que compartimos, todo eso en menos de dos segundos, fue lo más real que he podido sentir en mucho tiempo desde que comencé a caminar por esta ruta.

Tan real fue, que mi consciencia se derrumba en este mismo instante por no haber hecho nada más que ser cómplice de un momento tan fugaz. Se siente como si el mismo infierno me quemara en vida como castigo por mi inútil actuar. Ha sido luego de ese momento que muchísimas imágenes han venido a mi memoria, viejas y algo borrosas, y me recuerdan a ese yo que nunca intentó cruzar una puerta luego de que le mostraran que estaba abierta.

Me arrepiento. Me arrepiento por no haberme detenido aunque fuese una vez, por no sostener aún más la mirada, por no dirigir una palabra siquiera… en fin, por no haberlo intentado.

Te convertí en una oportunidad que se diluyó en un mar de muchas. Lo que antes han sido otros para mí, lo he sido yo para ti esta vez, es decir, un cruce, un momento fugaz.

Tus ojos, mis regalos. Fueron ellos quienes se abrieron para mostrarme todo tu interior. No necesité nada más que eso para hallarme en plena certidumbre y abrir mis puertas también. No es que no pueda hacerlo, es sólo que nunca imaginé que alguien pudiese desnudar mi alma tan fácil como apagar una vela con un aislado soplido.

Y tengo este remordimiento de sentir que tú viviste el mismo momento que yo. Que sabes que esto no fue un cruce normal, esporádico y sin sentido. No te conozco, pero aun así te sentí tan real como el suelo que pisaba mientras caminaba. Dos segundos fueron suficientes para conocernos y enamorarnos, para darnos cuenta de que todo lo que necesitábamos en ese momento éramos tú y yo. Nada más.

Si una nueva oportunidad apareciese frente a mí, créeme, haría de ese momento fugaz una historia inmortal. Por ahora, sólo puedo agradecerte por esos breves y eternos dos segundos… nuestros segundos… que fueron suficientes para entenderlo todo.

Des-encuentro - Fotografía propia.
Des-encuentro – Fotografía propia.