Mi nombre es Milena. La gente de internet cree que tengo más de dieciocho años, pero realmente me faltan cuatro meses para cumplir los diecisiete.
Desde que papá falleció, por culpa del coronavirus, todo ha cambiado en casa: Mamá y yo tuvimos que comenzar a trabajar, dejé la escuela y mi hermanita pequeña tuvo que pasar todas las mañanas en casa de mi tía Sandra. Fue una época difícil para nosotras.
Comencé a trabajar en una cafetería poco concurrida. Esa fue la primera vez que mentí sobre mi edad, cuando dije que tenía dieciocho y no dieciséis. Fue allí mismo en donde conocí a Ramiro, el sobrino del dueño, que trabajaba los fines de semana de cajero.
Ramiro le dio luz a mi vida nuevamente. En casa todo eran gritos y preocupaciones. Con Ramiro todo lo contrario. Él me llevaba al cine, a cenar, a los miradores. Con él fui por primera vez a un antro y fue con él con quien tuve la más grande borrachera de mi corta vida. Esa noche también perdí mi virginidad y por primera vez le dije a un chico que lo amaba.
Ramiro era bueno conmigo, salvo cuando lo hacía enojar. Él cambiaba drásticamente y me ignoraba por días. Yo tenía que mover mar y tierra para que se volviera a contentar. Cuando nuevamente estábamos bien, regresábamos a los cines, a los antros y a los parques. También volvían los moteles y el sexo desenfrenado.
Llevábamos saliendo más de medio año, cuándo en la fiesta de sus veintisiete años, su tío (el dueño de la cafetería), lo acusó de robarle las cuentas y lo corrió. Por supuesto que yo renuncié. La cafetería sin Ramiro no era nada. Conseguiríamos trabajo juntos y nos casaríamos algún día.
Fue después de esa fiesta cuándo le dije mi verdadera edad. Grave error. Se enojó conmigo mucho más que las veces anteriores. Me golpeó y me dijo que por mi culpa lo meterían a la cárcel. Yo le dije que eso no sucedería jamás, que yo lo amaba y que haría todo para que nuestra relación triunfara.
Un mes después, Ramiro seguía sin conseguir trabajo, y yo tampoco. En casa las cosas con mamá se ponían cada vez peor, y mi hermanita seguía sin enterarse de nada. No sabíamos cómo saldríamos de esa mala racha, y tampoco sabíamos que llegaría algo que me cambiaría la vida para siempre.
Una tarde, días antes de nuestro aniversario, Ramiro comenzó a insistir en abrir una cuenta de contenido para adultos. Me dijo que yo sería la estrella y que no haría nada que no hubiera hecho antes. Así como lo planteaba, él se encargaría de todo: conseguiría la cámara, la ropa, el set. Yo solo debía fingir nuevamente mi edad, no decirle a nadie y hacer todo lo que él me dijera.
Al principio no quise y Ramiro se enojó nuevamente conmigo. Me golpeó otra vez. Me dijo que no era nada y que nunca tendría dinero si no lo hacía. Dijo que mi mamá y yo éramos unas «muertas de hambre» y que él solo me lo proponía para que saliéramos de la pobreza. Cuando le dije que aceptaba, Ramiro volvió a ser lindo conmigo.
Al inicio, nuestro contenido solamente era fotografías en ropa interior con poses sugerentes, pero al ver que nadie nos pagaba, Ramiro comenzó a pedir que hiciera más cosas frente a la cámara. Con el dinero de mi primer desnudo compré un juguete para mi hermanita. Bueno, con el dinero que me correspondía, ya que Ramiro se quedaba con la mayoría, pues él era quien hacía todo y, además, era él quien tenía la cuenta bancaria.
Para evitarnos problemas, Ramiro me prohibió tener redes sociales y amigas. Me mudé con él y veía a mi mamá y a mi hermanita una vez cada quince días o cada mes. Además, no podía decirles nada sobre las fotografías o los videos. Mi madre pensaba que seguíamos trabajando en la cafetería. Ella siempre cuestionaba a Ramiro, él decía que mi madre no entendía nuestra relación, y que a él no lo quería. Por eso él siempre iba conmigo cuando visitaba a mi madre.
Así pasamos de desnudos, a sexo en vivo, a sexo en los parques y en las piscinas públicas. Así pasé de sexo con Ramiro, a hacerlo con él o con sus amigos. A sonreírle siempre y hacer lo que él quería. Si sonreía no había golpes, y si no había golpes, éramos felices.
Días antes de cumplir los dieciocho, de verdad, le dije en la mañana a Ramiro que esa noche le tenía algo preparado. Todo el día estuvo impaciente, ansioso y enojado. yo le decía que tuviera paciencia, que se tomara un trago.
Al caer la noche, en punto de las ocho, Julissa llegó. Ella era una amiga de la cafetería. La había topado dos meses antes y le conté mi historia. No se creía que siguiera con Ramiro y, mucho menos, lo que hacíamos para vivir. Ella se horrorizó y planeó todo.
Ramiro se extrañó de ver a Julissa ahí. No entendió nada hasta que, segundos después, cuatro policías entraron al departamento para apresar a Ramiro por estupro, pornografía y prostitución infantil.
Hoy Ramiro se pudre en la cárcel. Creo que allí le hacen lo que él y sus amigos me hacían. Yo entendí que nuestro «negocio» no era normal, y que Ramiro no era, para nada, ni mi luz ni mi salvador.
Yo volví con mi mamá y con mi hermanita. Intentamos ser felices, aunque a veces mientras como, pienso en Ramiro y en todos los pervertidos que se masturbaban con mis fotos, y se me va el apetito.