Yermo


Muertas las hojas,
entre las ramas secas,
nidos vacíos.

Cuando ya no estás


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Kristina Tripkovic

Cae la tarde y el cielo pinta mis ojos de nostalgia. Perdí el rumbo buscando entre unas cajas aquellas fotos vacías de memoria donde encontré unas alas, están rotas. Quizá el colibrí que a veces golpea mi ventana se haya atrevido a mirar, quizá sepa qué hacer con ellas. En aquella sonrisa congelada he tratado de buscarte, de recordar, de imaginar lo que fuimos sin besarnos, ni una vez.

¿Cómo pudimos tocarnos con solo mirar? ¿Cómo fue que hablamos a través de aquella remota melodía? ¿Cómo nos volvimos cómplices de una vida tan huérfana? Tan lejos el uno del otro.

Seremos todo lo que decimos a través de este silencio que alimenta las ganas de tenernos sin hacer ruido, en un lugar sin espacios ni tiempo. Allá, en ese mundo inventado por los dos, donde mueren los disimulos, los “me duele”, los “te extraño”, donde tantas veces tatuamos un “te quiero” en la pared.

La sombra del baile de los árboles se dibuja en la persiana, es una bandera a media asta. Atravieso mi dolor sin respirar, como los sueños que mueren en mis ojos cuando ya no estás… Ya no estás.

Esta noche vendrá a cubrirme de lluvia y yo, yo apagaré las estrellas. No quiero regalar la mirada mojada a esa luna que se esconde de ti, no pisaré la arena que te amó, donde alguna vez lloré tu nombre. Escaparé del viento, no quiero que regrese la frescura que sentí, que me robaste.

En esta habitación, la esperanza duerme agarrada a una almohada tejida de historias sin risas ni final. Es un pequeño rincón donde el alma es el refugio falso, la prisión.

No sé si podré pensarte de nuevo, hay cartas sin tinta volando hacia la nada, olvidamos escribir al corazón, lo dejamos en blanco, y casi lo matamos. Y ahora, ¿qué? Ahora me toca imaginarte a través de una ventana que amenaza con romperse sobre mí, para dejarme ciega de paisaje y muerta de frío, mientras dejo que me recorra esta brisa que me duele, esa caricia tuya que solo existe en el invierno.

El remordimiento compulsivo


Lleva un cigarro en la mano

que se mueve en repetida constancia

del aire que lo pasa a su garganta

y, de su boca, al mantener de sus labios.

 

Hace frío o lo parece cuando mira

de reojo sin querer en un espejo

y ve que se arrebuja en el invierno

sin nieve ni arbolitos ni luz tibia.

 

Fuma un cigarro en la mano

y al sol ni se le vio ni se le espera.

Expulsa el humo y se pregunta si es vaho

lo que huye de su pecho en humareda.

 

Dice adiós con la espalda y, en la calle,

lo saludan las farolas apagadas,

que, con un silencio cómplice, se callan

y acompañan al cigarro junto al aire.

 

Tendrán tanto de lo que hablarse

o eso piensa

mientras una brasa efímera ya sabe

que un cigarro muere taciturno allá en la acera.

 

No tendremos tanto de lo que hablarnos

o eso pienso

si me canso de ver frío entre mis dedos

y camino en dirección contraria calle abajo.

 

Bota pisa suave sobre el charco,

sobre la acera empapada con la lluvia,

sobre el choque de dos cosas que se culpan:

negro y duro y negro y bota-asfalto.

 

No cambia tampoco un cigarro en la mano,

que ya es otro o es el mismo,

y no moja tanto la lluvia allá en los pasos

como las palabras moribundas que podrían haber sido.

 

Tendremos que esperar a otro momento

para hablarnos y decir un ay del frío

o volver sobre mis pasos y, contigo,

silenciar el graznido incontrolado del silencio.

Yoko Ono duerme en los portales


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El cuaderno de las fantasías


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por Reynaldo R. Alegría

Cuando su terapista le pidió que anotara en un cuaderno sus sueños y sus fantasías, la idea le pareció una mariconez.  Revelar los sueños en la terapia —y hasta escribirlos— era bastante cómodo, después de todo había algo ajeno a la voluntad y a la experiencia personal que siempre podía explicar un sueño.  El subconsciente podía revelar ideas e imágenes sobre otros, cosas que había visto o escuchado en otros, pero con las fantasías la historia era otra.  Las fantasías reveladas, ya eran asunto serio pues implicaban un desdoblamiento del interior, una  revelación íntima de las ganas, tan íntima como ir acompañado al supermercado y descubrir frente al otro los gustos, las marcas, los sabores, las texturas apreciadas.

Según el doctor Fuentes el propósito era sencillo, quería que Romualdo lograra distinguir lo real de lo imaginario, lo fantasioso de lo verdaderamente deseado.  Que supiera que como fantasía, los encuentros furtivos en su mente eran viables, pero en la realidad eran una locura cargada de riesgo, peligro y estupidez.  Su psiquiatra argumentaba que, según Freud, no hay manera de subsistir con la escasa satisfacción que produce la realidad y por eso se recurre a la fantasía.  Sin embargo, Romualdo rebatía proponiendo que era un desperdicio de inteligencia reducir las fantasías al deseo y no imaginarlas como emociones y hasta como nuevas formas de interrelación y comunicación.

—Hagamos un trato —dijo Romualdo— compraré el cuaderno, pero no narraré mis fantasías, le escribiré una carta.

—Trato hecho.

Hacía tiempo que Romualdo había superado la batalla tonta con su antepenúltima amante, pero ocasionalmente el pensamiento sobre ella lo atacaba imprevisto.  Más bien lo acechaba.  Sabía que a ella le gustaba la noche, le encantaba la noche, y ya se acercaba el 21 de diciembre de 2014, la fecha en que se vivía el día más corto del año, y en consecuencia la noche más larga.

Querida Paula:

El 21 de diciembre de 2014 a las 5:54 de la tarde, junto cuando caiga el sol, te presentarás a la puerta de la casa y tocarás tres veces.  Debes observar cuidadosamente las instrucciones que te daré.

Solamente traerás puesto un vestido blanco y unos tacones.  Nada más.  El vestido deberá ser corto, muy corto, extraordinariamente corto.  Será de telas de algodón suaves y no deberá quedarte ceñido al cuerpo, sino relajado.  Debes tener los hombros y los brazos descubiertos.  Las uñas de las manos y los pies deberán estar pulidas, limpias y pintadas de un color pastel azul claro.  Y tacones, deberás traer grandes y altos tacones.

Romualdo interrumpió su escritura e imaginó sin escribir que ella tocaría a la puerta —que estaría sin el pasador que la asegura puesto— y sentado a la silla principal del comedor le ordenaría quitarse el vestido y caminar desnuda por la sala, solamente con los tacos puestos.

No debes traer más nada, ni cartera, ni teléfono, solamente una pieza de ropa y unos zapatos.

El hombre pensó que no se acercaría a ella hasta estar convencido de que hubiese cumplido sus instrucciones.

El pelo lo traerás suelto y pulido, sin hebillas o amarres.  Sin aretes, anillos, reloj o sortija.

Pensó que le haría el amor sobre la mesa de comedor.

Cuando estés adentro de la casa serás obediente y solamente harás lo que te diga.

Imaginó un gozo amplio y extraordinario; incontenible.

A las 6:50 de la mañana del lunes, 22 de diciembre de 2014, justo antes de que salga el sol, saldrás por la puerta.

Decidió verla siempre durante la noche del solsticio de invierno.

—Creo que es un gran ejercicio, Romualdo, te garantizo que ese fantasma nunca más te perseguirá.

 

Foto: Fantôme de bordures-good – 1999 por Emykat.

Te leo despacio


 

te leo despacio

sin una copa de vino ni el amargo café

es verdad que no te escribo

y si me lees, de seguro que no soy yo

a qué jugamos cuando el amor estalla

y si el calor es fuego, el invierno carece de nombre

te leo despacio

y me enredo en el recuerdo

te ríes y luego brotan cuerdas y canciones

no entendemos nada y seguiremos así, libros más

libros viernes, Lima y grises sepulturas indecentes

y si te leo, no eres tú

Frío


el frío es del cuerpo,

de la ausencia,

del pedazo de viernes

que llevamos a cuestas,

el frío es nuestro