Deja de estrujar
con todo tu aplomo
mi garganta,
de prensarla
y extraerle
todo su jugo
hasta arrancar la última palabra.
Deja de estudiarme con tus ojos
que sostienes en alto
como guillotinas,
mientras restriegas con saliva
las paredes de la habitación.
Déjalo porque no soporto más este calor
que no logro arrancarme de los brazos,
ni de las manos,
ni tampoco deshacerme
de toda esta ropa
cubierta de pelo y de sal.
Detente para que la rabia fluya
y complete por fin
su camino,
como un río
que nos encharque los pies
y se nos mueran de frío.
Deja ya
de una vez
de decirme
adiós.