Te escribo desenredando el Sol,
mientras veo teñirse mis días,
las únicas verdaderas alegrías
son la correspondencia Cortaziana.
Te escribo con un hilo de mate
alrededor de tus palabras y alivio,
una especie de séptimo cielo,
del cual ni tú ni yo creemos.
Te escribo como quien perpetúa
una señal de auxilio encadenada
al corazón del escritor samaritano,
a ése que dibuja un mundo para mí.
Te escribo porque tienes la capacidad
de viajar desde París hasta Castelar,
imagino tus erres que nunca escuché,
pero alguien las vio por ahí, ¿viste?