En esta noche cerrada a las musas, la locura me protege, es mi fiel compañera, la soberana. La tinta sangra para que no se detengan las palabras; el alma se envenena cuando no se derrama.
Escribo.
No enmudezco esta voz, escapo de una muerte lenta y agónica que se bebe mi sed. Mi espíritu es una pluma al vuelo, que me desafía, me delata. Hoy escupe lo que soy y me ama mañana.
Escribo.
La luna inventa otra luz en este cielo mío, teñido de letras y escarcha sin flor. Yo, sin mí, estallo sobre esta hoja en blanco ansiosa de vida, de muerte y de dolor. Y en la negrura de este aire que me habita sacudo la alegría, la tristeza y el placer.
Escribo.
En medio de este silencio que lo llena todo, yo, me vacío, me entrego, me arranco esta piel y hiervo en el fuego eterno de la palabra, llama viva que alumbra y apaga un corazón abierto. Se quemará el papel, no el sueño.
Escribo.
Soy un animal escondido en la sombra que baila en la pared. Respiro su poder, lamo mis heridas y las abro otra vez. Es tiempo de vivir para escribir, de rendirse al poema o de morir.
Bastó con mirar al cielo y dejarme perder en su laberinto de blancos y azules. Bastó con escuchar al vacío en el aire, su inexistente existencia me relajaba. Cuanta más atención prestaba, más me entregaba a la infinita muestra del tiempo. Mi viaje iniciaba.
«Si tan solo tuviese alas», pensaba. Era de las pocas cosas que lamentaba carecer. No se trataba de un asunto de desplazamiento o similar, se trataba del sentimiento. Las emociones que se manifestarían por el simple hecho de llegar a donde un ser sin alas jamás podría… Ni siquiera soy capaz de describirlas, nunca he volado por mi cuenta. Pero de igual manera mi viaje había iniciado. No tenía alas, pero había aprendido a prescindir de ellas. Para mí, la acción de volar había adquirido una sutil diferencia con la definición tradicional, trayendo consigo algo más que un disentimiento. Maximizaba mis emociones.
Volaba, realmente lo hacía. Saltaba de nube en nube mientras jugaba con las gotas de agua que flotaban dispersas por el aire. Las fugaces ráfagas de viento despeinaban mi cabello sin pena, pero no le daba importancia, no siempre volaba con tanta libertad. No me cansaba, no sentía un solo rastro de cansancio en todo mi cuerpo, era la mejor de las sensaciones en mucho tiempo. Tiempo… solo avancé sin tener idea de cuánto tiempo pudo pasar desde que inicié mi vuelo.
Y luego, la gravedad regresó. Me di la vuelta súbitamente, allí estaba un rostro conocido mirándome con una evidente señal de interrogación.
—¿Estás bien? —me preguntó él con su rostro aún lleno de signos interrogantes.
—Sí, disculpa, estaba ido en mis pensamientos.
—Está bien, no pasa nada. Vamos, es hora de que realices tu presentación al directorio.
Nunca había tocado tu mano. No era la primera vez que nos habíamos cruzado pero, esa vez, el encuentro fue distinto. No te llamé. No me buscaste. Pero nos tocamos.
Quisiera saber, ¿estabas tentada de llevarme contigo? Nunca podré saberlo, no te habría escuchado. No eres un consuelo, ni yo tu última compañía. Aunque, tal vez habrías podido enseñarme algo, ¿no?
Las noches recientes son algo más tranquilas. No hay colapsos, no hay palabras, ni gemidos… o lágrimas. Pareciese que tu llegada era necesaria pero, ¿no tuviste ganas de llevarme contigo? Con odio toqué tu mano, estoy seguro.
Estamos destinados a vernos de nuevo. Tal vez ese día me abraces. O quizá me arrastres. Ese día, sin embargo, nos veremos directo a los ojos. Ese día, tú y yo, Azrael, Tánatos o Keres…
Soy…
génesis
matemática
belleza logarítmica
de formas geométricas perfectas
represento el equilibrio entre los mares de números
sazonados por los misterios de la ciencia
del tiempo, y aunque no puedo
escribir este poema con
números, las palabras
son el instrumento
para honrar la
perfección de
la naturaleza
de la concha
más hermosa
del universo,
única,
como
tú y
yo
Te invito a entrar a este fabuloso blog de Douglas Moore http://moorezart.wordpress.com/ La imagen tiene todos los derechos reservados por el autor. El uso de esta pintura ha sido autorizado por el artista.
Caminamos, tomados de las manos mientras la luz nos empapa, un aire de éxito nos rodea y los miedos se alejan… Volteo la mirada hacia arriba y descubro un cielo teñido de un magnífico y único azul. Por un momento creí que un mar tropical nos cobijaba, mas sólo estaba sorprendido por la belleza de ese cielo. ¿Nubes? Tal vez debían estar allí, no lo sé, por primera vez no me interesaba su existencia.
Seguimos caminando. Todos sonríen, todos a nuestro alrededor. ¿En qué momento todo se había tornado tan pacífico y colorido? Parecía sacado del final feliz de una novela. Volteo mi mirada hacia abajo a mi izquierda e identifico mi mano sosteniendo la de mi hija, quien en silencio desplaza su vista examinando todo a su alrededor. Presto atención a su dulce rostro y detecto una sutil sonrisa en él. Me contagia, sonrío también.
Caminamos, pero no entiendo el contexto en el que me encuentro. Es mágico, agradable, soñado… Soñado… Exacto, ¡soñado!… ¡Estoy soñando! ¡Sin duda alguna esa es la explicación para todo esto! Vaya vaya, reconozco que esta lucidez supera con creces cualquier otro sueño que haya tenido. Me detengo para tocar el suelo, es suave, ni seco ni húmedo. Me reclino para olerlo, es fresco, como recién acabado de regar pero sin estar mojado. Pienso que mi cerebro ha hecho un trabajo excepcional.
Estando en el suelo, me hinco y abrazo a mi hija. Hasta soñar con ella es agradable, esta lucidez es magnífica. Al separarme la miro a los ojos, ella responde también y mira directamente los míos.
—Corazón, ¿te gusta este lugar? —le pregunto y comienzo a señalar el escenario a nuestro alrededor.
—Sí papá, me encanta. Las personas, el cielo, los colores, la luz, la paz… la paz.
Mi hija observa todo a su alrededor y su sonrisa cambia súbitamente a un rostro de extrañeza, de duda. Parecía que había algo que no entendiera o la inquietara.
—¿Qué sucede mi vida?
—Papi, ¿crees que encontremos a mamá aquí?
Su pregunta me toma por sorpresa, hacía un año que no hablábamos de mamá. Pienso en que es sólo un sueño, pero la mirada de mi hija me convence de sus sentimientos, su pregunta va en serio.
—No lo sé corazón, pero sabes, siento que aquí todo puede hacerse realidad.
—Yo también pienso lo mismo papá. Quiero verla.
Le sonrío de nuevo sin decir una palabra más. Me levanto y la insto a seguir caminando. Mientras lo hacemos, noto que mi hija dirige sus esfuerzos a observar todo. Es mi sueño, pero mi hija parece tener voluntad propia en él.
Para entonces había perdido la noción del tiempo. Tampoco sé cuanto habremos caminado ya. A pesar de que lo que he soñado hasta ahora ha sido una experiencia sobresaliente, pienso que es hora de despertar. No puedo acostumbrarme a un entorno que no es nada similar a mi realidad. Decido mirar a mi hija por última vez e inmediatamente me río internamente, pues sé que pronto la volveré a ver. Sin embargo, noto que ella ya me miraba fijamente…
—¿Papá?
—Sí preciosa, dime.
—¿Recuerdas ese día?
—¿Qué día, amor?
—El día que morimos.
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