Hay días…


Imagen: I.am_hah

Hay días en los que el alma pesa, la vida duele y los pies no avanzan.

Esos días en los que, queriendo, se corta el aire, se alarga la sombra, el grito se ahoga.

Hay días en que se espera la noche como el desenfreno del mar golpeando las rocas.

Días en los que te amo y no te tengo, madrugadas que hielan un deseo sin cuerpo.

Hay días donde las nubes se ocultan, el sol es etéreo y la lluvia no moja.

Esos días llenos deshojando las horas contigo pero sin ti, a destiempo…

Lánguidas, indomables, rotas.

Hay muchos de esos días, tantos como heridas.

Viaje al olvido


Imagen por Luke Stackpoole (CC0).

Paseo por la ciudad gótica y siento que nada ni nadie me pertenecen. Bajo un mismo cielo se ocultan las tristezas y desasosiegos de quienes pasan por mi lado, y yo prefiero no tocarlos, decido no ser, no verme.

Me enseñaron una vez, aunque recuerdo más, que el olvido es la respuesta para todo aquello que pueda resultarme incómodo o doloroso; incluso es mejor que la mala memoria, porque no queriendo recordar, mi mundo se transforma en un crisol de posibilidades remotas y verdades inciertas, pero mías, ajenas a todo lo que alguien pueda enseñarme a la fuerza.

Olvido por un instante que algún día moriré para siempre, es mejor así, y me permito ignorar una mirada o evitar la sonrisa de alguien que quizá necesite la mía. No importa, en esta ciudad cada quién camina solo y a menudo, quien va acompañado no siente la presencia del otro. Prefiere volar su imaginación con los ojos fijos en las vallas publicitarias deseando ser quien no es, o ir donde nunca soñó. Yo sigo el rumbo de mis pasos silenciosos, temo que alguien me descubra y desee seguirme. No tengo nada para darle, estoy vacío, pero no dejé lugar para llenarme.

A través de los auriculares escucho una y otra vez mi canción favorita, una de Sabina. Meneo mi cabeza al ritmo de la música sentado junto a alguien que parece dormido o se lo hace, mejor así. Agradezco la ventana para distraerme y conectar solo con las nubes, el asfalto me inquieta, me muestra que todas las pisadas se parecen, y que la calle nos obliga a caminar del mismo lado, aunque a distintos ritmos. No puedo mirar abajo, yo no soy como los demás, no comparto sus fracasos ni sus logros, nunca desearía esas metas.

Hoy se me olvidó dar las gracias por algo que no recuerdo, y al salir a trabajar un mensaje de texto me reclamó que parecía que ya no la amaba.  Ahora que lo pienso hace tiempo que no le digo «Te quiero», aunque bueno, sigo con ella a pesar de algunos problemas, y ayer me senté a su lado en el sofá, la abracé un rato porque parecía triste, eso debería bastarle.

Bajo una estación antes, necesito aire. Lo primero que respiro es el olor de los puestitos de la calle. Ese festín polvoriento me quita el hambre. Conozco de lejos a la familia que regenta ese pequeño negocio, pero olvidé sus nombres. Quizá alguna vez me ofrecieron un bocado, no recuerdo. Evito mirar y me ahorro un saludo. Además, me deprime la fila de gente estresada que se amontona a pedir su orden, invaden la calzada y entorpecen mi paso. Me abro paso a empujones y a algún que otro pisotón. A quién le importa, se me olvidó si pedí permiso o perdón.

La música en mis oídos me transporta a un mejor lugar, a mi propio mundo de ficción y de felicidad desconectada. En la entrada al edificio está el mismo indigente de todos los días. Ya no me mira, sabe que nunca traigo monedas o que invento una conversación imaginaria por el móvil para parecer ocupado. Pronto lloverá, no sé qué haga ese infeliz para no mojarse, pero yo desde luego no me quedaré para saberlo.

Subo las escaleras que llevan a mi casa, escucho las risas de mi hijo. Relajo mi cara maquillada de ilusión y abro la puerta.

—¡Hola, papá! ¿Trajiste pizza? ¡Es viernes!

Su viernes especial, el viernes de pizza, dulces y película.

—¿Y los dulces? ¡Ay, papá! Se te olvidó…

La decepción en la cara de mi hijo me recuerda quién soy y lo que hago. Pero no pasa nada, él tendrá que superarlo y a mí en unos segundos seguro se me olvida, o quizá no.

Es más fácil


es más fácil cerrar el libro

que pasar página tras página de contenido inerte

                                                   líneas invisibles

                                                   párrafos en blanco

son las dos de la mañana y el gato habla con la luna desde la/mi ventana

otro sonido en la lejanía anuncia fiesta hasta el amanecer

lo abro por enésima vez para cerciorarme de que las hojas

pertenecen al mismo no-libro

que desleo

a deshoras

el rechinar de la puerta inaugura la letanía nocturna

el espíritu de la humanidad huye despavorido

elevando una brisa que aminora el calor sofocante

quiénes escriben el libro después de mi, de ti, de todas

hay tinta indeleble oculta en sus palabras

ocurre lo que no está impreso

narra lo que no ha pasado

en el papel están las fantasías

aún queda tiempo, la noche es larga

no busques las estrellas tras las nubes

ojalá llueva pues hace meses que las ideas se nos están derritiendo

Viajeros


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Imagen: Slava Bowman

Callas. Existes solamente en la quietud de este universo silencioso. En ese tiempo donde vuelo, lejos del bullicio de una multitud sin brújula que atraviesa mi alma transparente tratando de llevarse tu color, tu risa, mi sueño.

Duermo. En ese espacio cincelado de locura siempre te encuentro, cerca o lejos, ayer, mañana o siempre… Y cuando llegue el día no despertaré, habito esa mirada perdida entre el amor y la dicha.

Respiras. En cada curva de esta piel verás crecer un jardín infinito. Imagino el aroma que desprende tu beso, esa flor que desnuda mi cuerpo.

Sueño. Soplaré esta nube maldita del calendario, mojando de lluvia los días en que no estás, dejando una marca en cada paso donde te pienso. Para que no te pierdas, para que se escriban las hojas de este corazón.

Somos viajeros atrapados en una coincidencia llamada tiempo. Te veo y no sé dónde estás. Te quiero y ya no importa.

Soy de este lugar vacío, sin mapa y sin destino. Sin ti.

Cuando ya no estás


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Kristina Tripkovic

Cae la tarde y el cielo pinta mis ojos de nostalgia. Perdí el rumbo buscando entre unas cajas aquellas fotos vacías de memoria donde encontré unas alas, están rotas. Quizá el colibrí que a veces golpea mi ventana se haya atrevido a mirar, quizá sepa qué hacer con ellas. En aquella sonrisa congelada he tratado de buscarte, de recordar, de imaginar lo que fuimos sin besarnos, ni una vez.

¿Cómo pudimos tocarnos con solo mirar? ¿Cómo fue que hablamos a través de aquella remota melodía? ¿Cómo nos volvimos cómplices de una vida tan huérfana? Tan lejos el uno del otro.

Seremos todo lo que decimos a través de este silencio que alimenta las ganas de tenernos sin hacer ruido, en un lugar sin espacios ni tiempo. Allá, en ese mundo inventado por los dos, donde mueren los disimulos, los “me duele”, los “te extraño”, donde tantas veces tatuamos un “te quiero” en la pared.

La sombra del baile de los árboles se dibuja en la persiana, es una bandera a media asta. Atravieso mi dolor sin respirar, como los sueños que mueren en mis ojos cuando ya no estás… Ya no estás.

Esta noche vendrá a cubrirme de lluvia y yo, yo apagaré las estrellas. No quiero regalar la mirada mojada a esa luna que se esconde de ti, no pisaré la arena que te amó, donde alguna vez lloré tu nombre. Escaparé del viento, no quiero que regrese la frescura que sentí, que me robaste.

En esta habitación, la esperanza duerme agarrada a una almohada tejida de historias sin risas ni final. Es un pequeño rincón donde el alma es el refugio falso, la prisión.

No sé si podré pensarte de nuevo, hay cartas sin tinta volando hacia la nada, olvidamos escribir al corazón, lo dejamos en blanco, y casi lo matamos. Y ahora, ¿qué? Ahora me toca imaginarte a través de una ventana que amenaza con romperse sobre mí, para dejarme ciega de paisaje y muerta de frío, mientras dejo que me recorra esta brisa que me duele, esa caricia tuya que solo existe en el invierno.

Lluvia diciembre


Sos mis aguas de marzo,

Aunque estemos en diciembre,

a pesar que estos días ya no lluevan más,

porque por vos «soy palo, soy puente y fin de camino».

 

Y vos por siempre:

 mi «misterio profundo»,

mi lluvia diciembre,

mi gusto y mi disgusto,

mi noche y mi sol.

 

Porque vos sos y serás mis días,

mi café por las mañanas,

mi cerveza helada

hoy y los siguientes trescientos sesenta y cinco años bisiestos,

y, todavía, un día más.

Hace días


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Foto: ahuanda

Hace días que la lluvia

me trae el olor del cielo

el pueblo es como una casa de techo bajo

que me deja tocar las estrellas.

A menudo

—muy a menudo—

alguien surca el cielo

sembrándolo de nubes

que se comen el brillo de la luna.

Hace días

que un manto de aquellas nubes

grises y negras

escupe lluvia sin cesar

y truenos y relámpagos.

Hace días que la lluvia

me trae el olor del cielo

porque aquí donde yo estoy

el techo es un mar de luces

artificiales y cegadoras

casi eternas

sin olor y sin música de estrellas

y sin mueca de luna.

Hace días que huelo a cielo

a través de la lluvia.